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La
Figura-arquetipo que ejemplifica la aparición de la Naturaleza Perfecta
asume pues, con respecto al hombre de luz, Phôs, durante toda
la prueba de su exilio, un papel al que define a la perfección el
término ,
el "pastor", el vigilante, el guía. Precisamente, éste es
un término que evoca tanto el prólogo de un texto hermético
célebre entre todos, como el de un texto cristiano que es quizás
el eco de aquel. Cada vez la escenografía presenta las mismas fases:
ante todo, el recogimiento del visionario, su retiro al centro de
sí-mismo, momento de sueño o de éxtasis intermediario
entre la vigilia y el sueño; después la aparición
y la interrogación; después el reconocimiento. Es así
como el Noûs se aparece a Hermes, mientras que "sus sentidos
corporales han sido atados" durante un profundo sueño. Le parece
que se le presenta un ser de una talla prodigiosa que le llama por su nombre
y le pregunta: "¿Qué quieres oír y ver, y aprender
y conocer por el entendimiento? - Pero tú, ¿quién
eres? - Yo, yo soy Poimandrés, el Noûs de
la soberaneidad absoluta. Sé lo que quieres y estoy contigo dondequiera...
Súbitamente todo se abrió instantáneamente delante
de mí, y contemplé una visión sin límite, todo
vuelto luz serena y alegre, y habiendo visto esta luz, me quedé
enamorado de ella."(1)
Según el término copto del que se haga derivar el nombre
de Poimandrés, se le conocerá como el Noûs
celeste, el pastor o el testigo; pero es la misma visión que la
que dan los textos de los espirituales iranios hablando a veces de la Naturaleza
Perfecta, como el Hermes de Sohravardî, o del testigo en el Cielo,
del Guía personal suprasensible, como Najm Kobrâ y su escuela.
El Canon de las Escrituras cristianas había admitido antiguamente, por algún tiempo, un encantador librito, el Pastor de Hermas, particularmente rico en visiones simbólicas; hoy el pequeño libro, proscrito al exilio como Phôs en persona, no pertenece mas que al Canon ideal de una religión personal, donde puede acomodarse al lado de los Actos de Tomás. Hermas está en su casa, sentado sobre su cama, en un estado de recogimiento profundo. Entra repentinamente un personaje de aspecto extraño que se sienta a su lado y le dice: "Soy enviado por el Angel Muy-Santo para habitar cerca de ti todos los días de tu vida." Hermas piensa que la aparición quiere tentarle: "¿Quién eres? Pues sé a quién he sido confiado. - Entonces me dijo: ¿No me reconoces? - No. - Soy el Pastor al que has sido confiado. Y mientras hablaba, su aspecto cambió, y he aquí que reconocí a aquel a quien había sido confiado."(2) Se esté de acuerdo o no en ver en el prólogo de Hermas una réplica cristiana al prólogo del Poimandrés hermético, no hay duda que primitivamente la cristología no comenzó siendo del todo lo que vino a ser después con los siglos. No es una casualidad si, en el pequeño libro de Hermas, las expresiones Hijo de Dios, Arcángel Miguel, Angel Muy-Santo, Angel Magnífico, se entrecruzan y enlazan inextricablemente. La visión de Hermas resaltó las concepciones que domina la figura de Christos Angelos, y la situación determinada así sugiere esta analogía de relaciones: el pastor Hermas está con respecto al Angel Magnífico en la misma relación que, en Sohravardî, la Naturaleza Perfecta de Hermes está con respecto al Angel Gabriel, como Angel de la humanidad y Espíritu-Santo. El tema de Christos Angelos, es igualmente el tema del Christus pastor que ilustró tan bien el arte cristiano primitivo: Cristo representado bajo el tipo de Hermes creoforo (un cordero sobre los hombros, los siete planetas de aureola, el Sol y la Luna a sus lados), o también representado como Attis con un bastón de pastor y una flauta, meditado y experimentado (Salmo 23 y Juan 10: 11-16) como verdadero daïmôn paredros, protector personal, acompañando y conduciendo en todas partes a aquel que él cuida, como lo dice Poimandrés: "Estoy dondequiera contigo(3)." La declaración de Hermas reconociendo "a aquel a quien ha sido confiado" hace como alusión a un pacto espiritual ligado a raíz de una iniciación. Se evocará entonces la articulación específicamente maniquea del doble tema: el de Cristo como "Gemelo celeste" de Mani, y el de la "forma de luz" que cada Elegido recibe el día en el que renuncia a las potencias de este mundo. La articulación de los dos temas nos introduce en el corazón de las representaciones iranias preislámicas; sus recurrencias, más tarde, testimonian la persistencia inalienable del arquetipo cuyas ejemplificaciones reproducen siempre la misma situación: la conjunción del guía de luz y del hombre de luz, operándose en función de una orientación hacia un Oriente-origen que no es simplemente el Oriente geográfico. Fravarti y Valquiria.
En segundo lugar, otra tarea será definir las relaciones entre las dos figuras que tienen el mismo valor de arquetipos, las que son designadas respectivamente como Fravarti y Daênâ. Profundizar aquí el tema es imposible; uno debe limitarse a indicar cómo nace el problema y qué solución dejan entrever ciertos textos, de acuerdo con el esquema verificado hasta aquí. Las Fravarti(4) son, en la cosmología mazdea, entidades femeninas, arquetipos celestes de todos los seres que componen la Creación de luz. Cada ser, pasa del estado celeste o sutil (mênôk) al estado material y visible (gêtik, estado material que, en la concepción mazdea, no implica por sí-mismo ni mal ni tinieblas, siendo éstas lo propio de las contrapotencias ahrimánicas, las cuales son de orden espiritual), cada ser tiene en el mundo celeste su Fravarti que asume con respecto a él el papel de un ángel tutelar. Mejor todavía, todos los Celestes, los ángeles y arcángeles, los dioses, Ohrmazd mismo, tienen respectivamente su fravarti. Sicigias de luces, "luz sobre luz". Ohrmazd revela a su profeta Zaratustra que, sin la concurrencia y ayuda de las Fravartis, no habría podido proteger su Creación de luz contra el asalto de la contra-creación de Ahrimán. Ahora bien, la idea misma de este combate se desarrolla, aumentada dramáticamente, en lo que respecta a las Fravartis de los humanos. En el preludio de los milenios del período de mezcla, Ohrmazd las puso, en efecto, ante la opción de la cual tiene origen todo su destino: o bien permanecer en el mundo celeste al abrigo de los estragos de Ahrimán, o bien descender a la tierra y encarnarse en cuerpos materiales para combatir las contra-potencias de Ahriman en el mundo material(5). Ellas asintieron a esta proposición con un sí que da su pleno sentido a su nombre, del cual, entre otras explicaciones, no retendremos aquí mas que la siguiente: las que han elegido. Prácticamente, las representaciones religiosas acabarán por identificar, puramente y simplemente, a la Fravarti, encarnada en el mundo terrestre, con el alma. Pero entonces no puede evitarse la pregunta: ¿cómo concebir la estructura bi-dimensional característica de los seres de luz, si las Fravartis "en persona", los arquetipos celestes, descendiendo a la tierra, se identifican con la "dimensión" terrestre? Dicho de otra manera, si, en el caso de los humanos, el arquetipo, el ángel, descendiendo de las altas murallas del cielo, es él mismo la persona terrestre, ¿no le hace falta entonces a su vez algún ángel tutelar, reduplicación celeste de su ser? Parece que la filosofía mazdea ha estado atenta a esta pregunta. Una solución podría consistir en una cierta manera de concebir la unión terrestre de la Fravarti y del alma, tal que la primera queda preservada de toda contaminación ahrimánica(6). Sin embargo, cuando se contempla la situación fundamental de la que depende todo el sentido de la vida humana, tal cual es vivida cuando son prácticamente identificadas la Fravarti y el alma, la pregunta es demasiado compleja para que la solución pueda ser hallada mediante un simple inventario filológico de datos materiales. La iniciativa filosófica es requerida por la intervención escatológica del personaje de Daênâ (nombre avéstico, cuya forma en medio-iranio o pehlevi es Dên). Etimológicamente, el alma visionaria o el órgano visionario del alma; ontológicamente, luz que hace ver y luz que es vista. Ella es la visión pre-terrestre del mundo celeste; es, así, la religión y la fe profesada, la misma que fue "elegida" por la Fravarti; también es la individualidad esencial, el Yo transcendente "celestial", la Figura que, en la aurora de su eternidad, pone al fiel frente al alma de su alma, porque infaliblemente la realización corresponde a la fe. Todas las otras interpretaciones del personaje de Daênâ culminan en ésta, sin oponerse. De donde el episodio póstumo a la entrada del Puente Chinvat, la aparición de la "joven doncella celeste", Figura primordial, a la vez testigo, juez y retribución: "¿Quién eres pues, tú cuya belleza resplandece más que toda otra belleza jamás contemplada en el mundo terrestre? - Soy tu propia Daênâ. Era amada, tú me has hecho más amada. Era bella, tú me has hecho más bella todavía," y abrazando a su fiel, le conduce y le introduce en la Morada-de-los-Himnos (Garôtmân). De nuevo el diálogo instituido aquí post mortem nos lleva a la reciprocidad de la relación "El que da a luz-El dado a luz", analizada más arriba. En cambio, el que ha traicionado el pacto concertado desde la preexistencia a este mundo, se ve en presencia de una atroz figura, su propia negatividad, caricatura de su humanidad celeste que él mismo ha mutilado, exterminado: un aborto humano despojado de su Fravarti, lo que quiere decir un hombre sin Daênâ. La Daênâ permanece tal cual es en el mundo de Ohrmazd; lo que ve el hombre que se ha despojado de ella, que se le ha vuelto invisible a él mismo, es justamente, en lugar de su espejo celeste de luz, su propia sombra, su propia tiniebla ahrimánica. Tal es el sentido dramático de la antropología mazdea. Resolviendo de la mejor manera la compleja situación señalada en cuanto a la fisiología del hombre de luz, un texto mazdeo nos propone una trilogía del alma, es decir del organismo espiritual o sutil del hombre (su mênôkîh), independiente de su organismo físico material(7). Existe "el alma en la vía" (ruvân i râs), es decir la que es hallada en la vía del Puente Chinvat, el cual es, escatológicamente y extáticamente, el umbral del Más-allá, uniendo el centro del mundo a la montaña cósmica o psico-cósmica. Ninguna duda, por consiguiente, de que se trata de Daênâ guiando al alma en la ascensión que la arrastra al extremo-norte de las alturas, la "Morada-de-los-Himnos", la región de las Luces infinitas(8). Y después existe la que el texto designa como "el alma fuera del cuerpo" (ruvân i bêrôn tan), y por fin la que es "el alma en el cuerpo" (ruvân i tan). Estas dos calificaciones corresponden a dos aspectos de la misma alma, es decir de la Fravarti encarnada en un organismo terrestre; ella rige a este organismo como un jefe de ejército (el Espahbad de los Ishrâqîyûn, el hegemonikon de los Estoicos), y se evade de él a veces, sea en sueños, sea en una anticipación extática, para reencontrar, en estos éxodos fugitivos, "el alma en la vía", es decir su Daênâ que la guía, la inspira y la reconforta. La totalidad que representa su bi-unidad es pues "luz sobre luz"; no puede ser jamás una composición de luz ohrmázdica y de tinieblas ahrimánica, o, en términos de psicología, la conciencia y su sombra. Es posible decir que la Fravarti identificada con el alma terrestre está con respecto al ángel Daênâ en la misma relación que Hermes con respecto a la Naturaleza Perfecta, Phôs con respecto a su guía de luz, Hermas con respecto a su "pastor" y el príncipe exiliado con respecto al Vestido de luz. Habría que añadir, puesto que el motivo está cargado aquí de reminiscencias iranias: Tobías con respecto al Angel. El tema expresa de tal manera una experiencia humana fundamental, que es de una fecundidad inagotable; dondequiera que ésta es vivida, el mismo síntoma reaparece, anunciando el sentimiento de una transcendencia individual que prevalece contra toda coerción y colectivización de la persona. También existen sus homólogos en los universos religiosos emparentados al de la antigua religión irania, a la vez que en aquellos que la han sucedido reactivando y revalorizando sus conceptos fundamentales. En términos mazdeos, Daênâ-Fravarti, en tanto que destino preexistencial del hombre, figura y detenta el xvarnah; para dar muy brevemente su significación plena a esta noción, específicamente mazdea, lo mejor es recordar el doble equivalente griego que ha sido dado aquí: luz de gloria () y destino (). Ahora bien, hay aquí precisamente una figuración en la que se armonizan teogonía irania y teogonía nórdica. Una y otra tienen visión semejante de las entidades femeninas celestes que transmiten y detentan el poder y el destino de un hombre: Fravartis y Valquirias. Quizás estas figuras infligen un desmentido decisivo a las críticas agrias que consideran como una "afeminación" la asociación del Angel y de los trazos femeninos. Una crítica tal presupone de hecho una completa incapacidad de concebir la potencia de la que se trata; habiendo perdido el sentido del Angel, el hombre sin Fravarti (quizás el hombre de toda una época) no puede imaginar mas que la caricatura de ésta. En todo caso, el tema de investigación comparativa, asociando Fravartis y Valquirias, no revelaría todas sus virtualidades mas que a condición de seguirle la pista, entiéndase, de solicitarle, a través de los tiempos, en sus manifestaciones. Permítasenos evocar aquí una conversación tenida, de total acuerdo, con el añorado Gerhard van der Leeuw quien, como buen fenomenólogo, supo tan bien rendir cumplida justicia a Richard Wagner en este aspecto. Pues, señalaba, si Wagner ha tratado de forma muy personal las antiguas Sagas, al menos tenía una comprensión penetrante y fina de las antiguas creencias germánicas. Bajo la figura de Brunilda, ha creado una bella y conmovedora figura de Angel, "pensamiento de Wotan", alma emitida por Dios; frente al héroe es la auténtica Fylgia, detentadora de su poder y de su destino, cuya aparición significa siempre la inminencia del Más allá: "Quien me ve, dice adiós al día de esta vida. Has visto la mirada ardiente de la Valquiria, con ella debes partir ahora(9)." Igualmente el extático iranio no reencuentra a Daênâ mas que en el camino del Puente Chinvat, en el umbral del Más allá; Hermes no reencuentra a su Naturaleza Perfecta mas que en una anticipación del supremo éxtasis. Toda interpretación racionalista equivocaría el camino reduciendo esta Figura a una alegoría, bajo el pretexto de que ésta "personifica" el acto y el obrar del hombre. Ella no es una construcción alegórica, sino Imagen primordial gracias a la cual es percibido un mundo de realidades que no es ni el mundo de los sentidos ni el mundo de las abstracciones del entendimiento. De donde este poder de las profundidades que impone aquí las recurrencias, no solamente como se ha visto, en la "teosofía oriental" de Sohravardî, sino hasta en ciertos comentadores del Corán (en el gran Tafsîr de Tabarî, en la sura 10/9, se vuelve a encontrar término a término el episodio avéstico del encuentro de Daênâ post mortem), y más sistemáticamente todavía en la gnosis chiíta ismaelita. La antropología ismaelita se representa la condición humana terrestre como un estado-límite, uno entre-dos; ángel en potencia o demonio en potencia. En el desenlace de la situación en instancia, la antropología ismaelita reúne espontáneamente las representaciones zoroástricas. También es lo mismo la trilogía mazdea clásica que reproduce Nasîroddîn Tûsî, hablando del devenir póstumo del adepto fiel: "Su pensamiento viene a ser un Angel que procede del mundo arquetipo, su palabra viene a ser un espíritu que procede de este Angel, su acción viene a ser un cuerpo que procede de este espíritu." Igualmente, la visión de Daênâ en el Puente Chinvat se reconoce punto por punto en "el Angel de la forma amable y bella que viene a ser el compañero del alma para las eternidades(10)." Y la gnosis del Irán islámico(11) no hace así sino reactivar los trazos de una Figura que es igualmente Figura dominante en el mandeísmo y en el maniqueísmo. 4. El Gemelo celeste.
Igualmente la figura de la Pareja celeste (qarîn) o del Gemelo celeste (taw'am) domina la profetología y la soterología del maniqueísmo. Es el ángel que se aparece a Mani, a la edad de veinticuatro años, y le anuncia que ha llegado el momento de manifestarse y de invitar a los hombres a su doctrina(13). "Te saludo, Mani, de mi parte y de parte del señor que me ha enviado a ti." Las últimas palabras de Mani moribundo harán alusión a esto: "Contemplaba mi Doble con mis ojos de luz." Su comunidad cantará en sus salmos: "Bendecimos a tu Compañero pareja de luz, Cristo, el autor de nuestro bien(14)." Mani, como Tomás en esos mismos Actos donde figura el Canto de la Perla, tiene por Gemelo celeste a Christos Angelos, por quien le es notificada su vocación, lo mismo que el profeta Mahoma recibirá su revelación del Angel Gabriel (y la identificación Christos-Gabriel no es desconocida en la gnosis). Por lo tanto, lo que Christos Angelos es para Mani (en el maniqueísmo oriental la Virgen de luz se sustituye a Christos Angelos), el taw'am, cada "Gemelo celeste", lo es respectivamente e individualmente para cada Elegido. Es la Forma de luz que los Elegidos reciben cuando entran en la comunidad maniquea por el acto de la renuncia solemne a las potencias de este mundo. A la marcha del Elegido, un salmo celebrará "tu Pareja celeste que no faltará." Es a ésta que el Catarismo designa como el Spiritus sanctus o angelicus particular para cada alma, distinguiéndolo con cuidado del Spiritus principalis, el Espíritu-Santo que es a quien se invoca nombrando las tres personas de la Trinidad. Es por lo que Manvahmed (el arcángel Vohu Manah del zoroastrismo, el Noûs) siendo, según los textos orientales, el elemento de luz, y, como tal, a la vez fuera y en el interior del alma, su situación no puede ser correctamente definida mas que a condición de preservar los cuatro términos necesarios por la analogía de relaciones a la que se ha prestado ya anteriormente atención. La gran Manvahmed es a la totalidad de las almas de luz (la columna Gloriae) lo que cada Manvahmed (no la colectividad) es a su yo terrestre. Aquí también es posible decir que la relación de cada Manvahmed (o Spiritus sanctus) respecto a la gran Manvahmed (o Spiritus principalis) es análoga a la relación, en Sohravardî, de la Naturaleza Perfecta respecto a Gabriel como Espíritu-Santo y Angel de la humanidad. Igualmente esta Forma de luz asume la misma función que la Naturaleza Perfecta. Es la guía a lo largo de toda la vida; es la teofanía suprema y la guía del Elegido hasta en el Más-allá. Es, para éste, "la guía, la que lo inicia haciendo penetrar la conversión () en su corazón; es el Noûs-luz que viene de arriba, que es el rayo del sacro-santo , que viene iluminando el alma, purificándola, guiándola hacia la Tierra de luz (Terra lucida) de donde ha venido al comienzo de los tiempos y a donde regresará y recobrará su forma original(15)". Esta sabia guía, es la Forma de luz que se manifiesta in extremis al Elegido, "la imagen de luz a semejanza del alma", el Angel que lleva "la diadema y la corona"; ella es, para cada Elegido, la Sophia celeste o la Virgen de luz (figura igualmente dominante en el libro de la Pistis Sophia). Y el maniqueísmo da explícitamente su nombre zoroástrico a esta figura, confirmando así la visión zoroástrica de la Daênâ de un ser de luz, reencontrándola después de la muerte bajo la forma de una "joven doncella que le guía(16)". Todo lo que acabamos de intentar reunir aquí muy rápidamente, de forma demasiado alusiva, debería ser completado además por otros textos, de acceso más sencillo, sin duda, que los que acaban de ser reseñados. Baste recordar los pasajes del Fedón y del Timeo de Platón comentados en el capítulo cuarto de la IIIª Enéada, donde Plotino trata del daïmôn paredros que nos ha recibido en herencia y que es el guía del alma a lo largo de toda la vida y más allá de la muerte. Debería hacerse mención de la bella ampliación del mismo tema, en Apuleyo (De Deo Socratis, 16), tratando del grupo superior de daïmônes a cada uno de los cuales está confiado respectivamente el cuidado de conducir una individualidad humana, y de la cual es el testigo (testis) y el vigilante (custos). No menos esenciales para nuestro propósito son los textos donde Filón de Alejandría designa al Noûs como el hombre verdadero, el hombre en el hombre. A este homo verus, que habita en el alma de cada uno de nosotros, lo experimentamos ya como un arconte y rey, ya como un juez que corona los combates de la vida; si se presenta el caso asume el papel de un testigo (), entiéndase de un acusador(17). En fin debería mencionarse la noción de sakshin en dos Upanishads(18). "Hombre en el hombre", es, también, el testigo ocular que asiste, sin ser mezclado aquí, sin ser mancillado por ellos, a los actos y a los estados interiores del hombre, en estado de vigilia o en sueños, en el sueño profundo o en el éxtasis. "Dos amigos de bellas alas, estrechamente ligados, abrazando un único y mismo árbol; uno de ellos come los dulces frutos; el otro, sin comer, contempla". El sakshin es el guía; el ser humano lo contempla y se une a él en la medida en que toda imperfección desaparece de él; es el homólogo de la Naturaleza Perfecta, del shâhid como forma de luz. Varias veces ha salido aquí la palabra "testigo" (, testis, shâhid), la cual debiera bastar ya para sugerirnos lo que hay de común bajo todas las recurrencias de la misma Figura, desde la visión zoroástrica de Daênâ, hasta la contemplación del shâhid en el sufismo. Allí donde este testigo de contemplación viene a ser, como en Najm Kobrâ, el testigo teofánico de una percepción visionaria, la función que su nombre implica es también realzada: según que el alma visionaria lo vea como luz o, al contrario, no "vea" mas que tinieblas, ella misma testimonia, con su visión, en pro o en contra de su propia realización espiritual. También el "testigo en el Cielo" será designado como "balanza de lo suprasensible" (mîzân al-ghayb); como corolario, el ser de belleza como testigo de contemplación es igualmente esta "balanza", puesto que atestigua la capacidad o, al contrario, la impotencia del alma para percibir la belleza como teofanía por excelencia. Todas las indicaciones de los textos aquí reunidos convergen hacia la epifanía de esta Figura cuyos nombres tan diversos nos revelan, más bien que nos disimulan, la identidad: Angel o Sol del filósofo, Daênâ, Naturaleza Perfecta, maestro personal y guía suprasensible, Sol del corazón, etc. Son todos estos testimonios de convergencia los que dan su contexto indispensable a una fenomenología de la experiencia visionaria del sufismo iranio, donde las percepciones de luces de colores se muestran en conexión con la manifestación del guía espiritual personal (shaykh al-ghayb en Najm Kobrâ, ostâd ghaybî en Semnâni). Era importante mostrar que, en esta experiencia, los ejemplos se ligan a un mismo tipo de iniciación espiritual, esencialmente individual y personal. Además, como unión del hombre de luz con su guía, contraparte celeste y "dimensión" trascendente de su persona, esta experiencia nos ha aparecido como orientada y orientadora en una dirección precisa, hacia esas "Tierras" cuya dirección no puede ser sugerida mas que por los símbolos, los símbolos del Norte. Hemos tratado en efecto de mostrar de qué estructura y de qué premisas depende la liberación del hombre de luz, Prometeo-Phôs. El acontecimiento de esta liberación va ahora a precisarnos esta orientación de la que ella depende. Importará reconocer a qué región pertenece, y en qué dirección se muestra, el guía personal suprasensible que forma pareja con su "doble" terrestre, región y dirección de donde Phôs es originario y a las cuales su guía debe reconducirlo. En Najm Kobrâ reaparecerá la imagen del pozo al fondo del cual es arrojado el exiliado del relato sohravardiano. La salida efectiva fuera del pozo comienza cuando en su orificio resplandece una sobrenatural luz verde. Antes habremos aprendido a la vez, en Sohravardî, la hora en que prorrumpe el acontecimiento y la dirección en la que arrebata esta experiencia individualmente radical, vivida como una reunión con la Forma de luz personal. Sol de medianoche y polo celeste: los símbolos del Norte van a ponerse de acuerdo para mostrarnos la dirección del Oriente místico, es decir del Oriente-original, que no hay que buscar en los planisferios terrestres, ni incluso al este, sino en la cima de la montaña cósmica. Traducción:
Miguel A. Aguirre
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1ª Parte |
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