En la pintura central, o quintaesencia, se ve a Prometeo con una antorcha (el azufre, el fuego del espíritu) en el interior de una caverna recibiendo la piedra filosofal que le ofrece la Naturaleza, representada aquí por una mujer con un infante y rodeada por diversos animales emblemáticos de las diversas fases alquímicas. El angelito y los pájaros simbolizan los estados sublimados de la conciencia del alquimista. Prometeo, el iniciado, después de permanecer encerrado en la caverna-atanor, ha transmutado todo su ser gracias al conocimiento de las leyes de la naturaleza y del cosmos, recibiendo como premio, o don, la piedra filosofal. También es interesante observar que por su posición en el centro del techo del gabinete dicha piedra es comparable a la «piedra angular» o «clave de bóveda», situada asimismo en el centro de la cúpula arquitectónica del templo. Es muy significativo el hecho de que para los alquimistas la piedra filosofal, en cuanto que síntesis de las energías terrestres y celestes, fuera un símbolo de Cristo, como lo es también la piedra angular. Ignoramos, por otro lado, si estas analogías fueron conocidas en toda su profundidad por los artistas que decoraron este gabinete; pero en todo caso lo que sí es seguro es que testimonian la presencia del arte tradicional aún en los últimos años del Renacimiento.
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