A lo largo del siglo XIII emergió en la ciudad de Gerona (urbe con una comunidad judía numerosa y de gran peso socio-cultural y político) un núcleo de cabalistas encabezados por Ezra, Azriel y Nahmánides (conocido también con el nombre de Bonastruc Saporta) que digirieron la savia nutricia recibida del norte (Provenza) y la devolvieron multiplicada. Ezra de Gerona, fue un destacado miembro de ese círculo –supuestamente suegro de Azriel, aunque otras fuentes sostienen que eran cuñados–, glosó uno de los escritos más breves y de profundo contenido esotérico y metafísico de la Biblia, el Cantar de los Cantares, atribuido al sabio rey Salomón. El fragmento siguiente pertenece a su edición en Ed. Indigo, Barcelona 1988. |
PREAMBULO (fragmento)* Fuente de bendición es YHWH, Dios, Dios de Israel, desde siempre y para siempre. Al comienzo de su reino estaba en su pensamiento el propósito de erigir un trono para su residencia, y lo constituyó de su fuerza, lo obró con su brazo potente, en plenitud de sabiduría y de inteligencia, abasteciéndolo de inestimables riquezas1. De aquí procede la efusión de la vida de las almas, es El el que sostiene los mundos. Quién sino El conoce su disposición, sus fines, los linderos y los confines, El, que cubrió la superficie y lo estableció sobre sus bases, como está escrito (Job XXVI, 9): El oculta de la vista su trono y lo cubre de tinieblas. Cuando el trono fue establecido, transcurridos los seis días de la Obra, creó dos cervatillos, gemelos de gacela. Los puso en una estancia deliciosa, en una calmosa alcoba que no mostraba carencia alguna, sin dioses extraños, sin ninguna mala inclinación2. La intención que presidió su creación fue la de hacer una raza auténtica, una raza santa sólidamente arraigada para que deambulara entre las piedras de fuego3 en la asamblea de los seres superiores; y la Presencia también deambuló entre los seres inferiores4. Pero he aquí que surgió el hombre de engaño, maestro de intrigas5. Por envidia y espíritu de rebeldía hizo obra de impiedad con el fin de seducir y extraviar a la mujer, graciosa pero ingenua, simple y desconocedora de todas las cosas. Ella sucumbió a su recomendación y siguió su consejo. El esposo, a su vez, se dejó arrastrar por su mujer, que por su insistente persuasión, por la dulzura de sus labios y de sus palabras, le desvió de su deber. Entonces apareció el espíritu de impureza y su luz se desvaneció, y el espíritu de impureza permaneció unido al primer par y a su descendencia. El Eclesiastés (VII, 29) lo recuerda cuando escribe: Dios creó al hombre recto, pero él mismo se enredó en abundantes cuestiones. Sin embargo, cuando el hombre regresó de su extraviada vía, cuando se arrepintió y vio que su ídolo no era más que engaño, engendró a su imagen y semejanza a Set6. Este engendró a Enós. De este linaje nació Enok, que caminó en pos de Dios para conocerle y comprenderle verdaderamente, como está escrito (Génesis V, 24): Y anduvo Enok con Dios. El ciclo de las generaciones siguió su ciclo hasta llegar a Noé, décima generación a partir de la del primer hombre. Noé, por su sabiduría y su saber hacer, conoció también a Dios con un conocimiento perfecto, y por ello encontró gracia a los ojos del Señor, tal y como lo declara la Escritura (Génesis VI, 8). De entre los hijos de Noé, Sem, por ser el primogénito, fue el elegido para conocer al Creador, comprenderlo y asumir la fe en El. A su vez, Eber, que era de su linaje, adoptó su vía y siguió sus pasos. El fue elegido entre todos los hombres de su generación para ser objeto de elección, en reputación y alabanza. Gracias al conocimiento límpido, perfecto y sin falta, conocieron los preceptos racionales y las prescripciones divinas, por medio de los cuales implantaron la vía derecha y la rectitud. Instruyeron a la multitud para que marchara en pos de las vías del Señor hasta que el desarrollo del ciclo de las generaciones desembocó, en la décima generación desde Noé, en el hombre elegido desde el seno. Este fue Abraham, que alcanzó un conocimiento de Dios jamás alcanzado por los antiguos, y que conoció la realidad divina más allá de lo que nadie la había conocido antes. Comenzó a invocar entre todas las naciones y todos los reinos el nombre del Señor, Dios de eternidad, de lo que dan testimonio textos escriturarios como: El levantó un altar al Señor e invocó su nombre (Génesis XII, 8), y: Y plantó un tamarisco en Bersabé, y desde él invocó al Señor, Dios de eternidad (Génesis XXI, 33). Desde el principio de su camino se aferró Con firmeza al atributo de gracia. Entre sus hijos la elección recayó sobre nuestro padre Isaac: No te apenes a causa del pequeño y de tu sierva.., pues por Isaac una descendencia perpetuará tu nombre (Génesis XXI, 12). Isaac tuvo su parte en el conocimiento del Creador, y a su vez enseñó a sus contemporáneos a caminar en las vías de Dios: construyó allí un altar e invocó el nombre del Señor El levantó allí su tienda (Génesis XXVI, 25). De entre todos los atributos, adoptó para sí el del juicio. Después tuvo lugar el nacimiento de Jacob, y con él apareció en el mundo la réplica de la imagen del Santo, Bendito sea, que está grabada sobre el trono de gloria. Este patriarca adoptó la vía intermedia entre el atributo de Gracia y el del juicio; sus vías fueron las de la verdad y la acción pacifica7. Durante catorce años estudió en la casa de Eber. Recibió de Isaac y Abraham el conocimiento del Creador y la gloria de la Presencia le fue revelada8. Fue entonces cuando descendieron los tres patriarcas montando el carro que cabalga por los antiguos cielos9. Observaron sin error la Torah, los preceptos y el culto, en virtud del conocimiento que tenían de su Creador. La escritura da testimonio de ello: Como premio a la obediencia de Abraham, que ha observado mis indicaciones, mis órdenes, mis preceptos y mis leyes (Génesis, XXVI, 5). Jacob engendró doce hijos justos y buenos, que conocieron al Creador bendito según la ciencia que recibieron de su padre. Practicaron también ciertos mandatos en virtud del conocimiento y de la concepción que tenían de su Creador. Así obró Judá al ordenar a Onán: Dirígete hacia la mujer de tu hermano, cumple con ella tu deber de cuñado, y suscita un descendiente para tu hermano (Génesis XXXVIII, 8). Entonces, las circunstancias llevaron a Egipto a Jacob, su padre, después de que éste hubo engendrado a aquéllos que darían nombre a las doce tribus, constituidas a imagen del mundo celeste, tribus del Señor, testimonio para Israel. Los doce hijos de Jacob dieron también descendencia, de modo que en el momento de partir hacia Egipto la familia de Jacob contaba con setenta miembros. Tras esta generación, la materia se hundió en Egipto en el seno de un pueblo sin inteligencia, de hablar oscuro y con diversas lenguas. Los descendientes de Jacob adoptaron para sí sus caminos y sus abominaciones, imitaron sus acciones e ignoran el conocimiento de Dios que sus antepasados habían recibido de sus antepasados y predecesores. Esta situación se mantuvo hasta que Dios les envió a Moisés, íntimo de su casa, su bien amado, su llamado. El se le manifestó en la zarza ardiente, en compañía de la Gloria y de la Presencia10, y le ordenó que diese a conocer a los israelitas que había llegado el tiempo en el que el Padre misericordioso los liberaría de su prisión y de su lugar de arresto, pues había visto su desgracia. Y la primera respuesta que Moisés dio a Dios fue: He aquí que iré al encuentro de los hijos de Israel y les diré: «El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros». Pero ellos me preguntarán por su nombre y, ¿qué les responderé? (Éxodo III, 13). Esa debió ser, en efecto, la primera pregunta que hicieron los israelitas, pues aquí está el término de la intención11 y el misterio de la fe. Al hacer la pregunta «¿cuál es su nombre?», Moisés deseaba conocer cuál era su causa, y de qué manera su nombre estaba ligado a la Causa Primera. Y desde ese reencuentro santo, recibió el conocimiento del Señor, el conocimiento de los tres nombres de doce letras, nombres que simbolizan aspectos y entidades por jerarquía creciente. Para confirmar la misión, el texto revelado explicita de nuevo: he aquí los términos con los que te dirigirás a los hijos de Israel: Eheyé me ha enviado a vosotros. Sin embargo el nombre de Eheyé ya no vuelve a ser citado en el versículo siguiente: Dios le dijo aún a Moisés... (Éxodo III, 15); la revelación comienza con el tetragrama y el texto añade el pronombre demostrativo Tzeh12, precisando: TZEH es mi nombre para siempre, y Tzeh mi título de generación en generación. Y desde el mismo reencuentro Dios anuncia: Cuando hayas llevado al pueblo fuera de Egipto, rendiréis culto a Dios sobre esta montaña (Éxodo III, 12); y le prometió que el nombre del Señor se presentaría delante de ellos para ver ojo con ojo su Gloria. Y como algunos israelitas dudaron de la profecía de Moisés, con el fin de disipar esa tiniebla y esa duda, Dios dirá más tarde: Yo vine hasta ti en la espesura de la nube para que el pueblo supiese cuándo te hablaba, y para que creyesen también en ti para siempre (Éxodo XIX, 9). Y, en efecto, desde ese reencuentro santo, los israelitas vieron ojo con ojo la Gloria de la Presencia; vislumbraron siete zonas de fuego desde que acudieron hacia el Señor y hacia su generosidad. Cuando oyeron su voz, sus almas emprendieron el vuelo, y les sucedió lo que les sucedió a los gentiles, como está escrito: ¿(Sucedió alguna vez) que un pueblo oyese la voz de Dios hablando desde el fuego, corno tú le oíste, sin perder la vida? (Deuteronomio IV, 33). Y: Te rendirán honores, Señor; todos los reyes de la tierra, pues han oído las palabras de tu boca (Salmos CXXX VIII, 4). En ese encuentro, Moisés, Aarón, Nadab, Abihu y los setenta Ancianos de Israel aprendieron, por el conocimiento de la real y esencial gloria de Dios, lo que cada uno de ellos era capaz de obtener en razón de su perfección y de su vigor espiritual. Estos hombres ocuparon, con ese fin, distintos dominios por interioridad y grado jerárquico. Fue a partir de ese conocimiento verdadero que fue donada la Torah. Ella procede de la voz interior que se divide en setenta ramas a las que corresponden los setenta aspectos de la Torah. Estos aspectos varían y se transforman en impuro y puro, en prohibido y lícito, en ritualmente impropio y ritualmente propio, formando pares de contrarios. Sólo valiéndose de esta multitud de aspectos puede comprenderse que el reptil sea a la vez puro e impuro. Fue en ese momento en el que los profetas que debían surgir en cada generación recibieron su mensaje; fue también en ese momento en el que los sabios futuros, en su grandeza, adquirieron los principios de su enseñanza y de sus divergentes opiniones. Dos pasajes de la Escritura (Isaías XLVIII, 16 y Deuteronomio XV, 19) se pronuncian en este sentido: Desde el principio, yo no hablé ocultamente, desde que fue manifestada, yo estuve allí, y ahora el Señor Dios me envía con su espíritu. Y: Tales son las palabras que os dirigió YHWH cuando estabais todos reunidos en la montaña; El os habló desde en medio del fuego, en medio de la nube y de las tinieblas, se oyó la Gran Voz , y no añadió nada más. Desde entonces hasta ahora ninguna generación en Israel ha sucedido a la precedente sin haber recibido tradiciones de sabiduría, es decir, el conocimiento del Nombre, según el orden de transmisión de la Ley oral. En efecto, en el momento de su muerte, cuando las tradiciones de sabiduría se cerraron a él, Moisés transmitió esta sabiduría a Josué: Josué, hijo de Nun, se llenó del espíritu de sabiduría, pues Moisés le había impuesto las manos (Deuteronomio XXXIV, 9); Josué la transmitió a los Ancianos. Ellos fueron la cabeza de la generación, los guías de Israel; rezaron por el pueblo, y éste, por su parte, les obedeció y siguió sus ordenanzas: Israel siguió al Señor durante toda la vida de Josué y durante toda la vida de los Ancianos que sucedieron a Josué (Josué XXIV, 31). Los Ancianos la transmitieron a los profetas, y de éstos pasó a los hombres de la Gran Sinagoga, Daniel, Hanania, Mishael, Azaria, Mardoqueo, Zorobabel y Esdras. El último de ellos fue Simeón el Justo13. A continuación el paso del tiempo hizo depositarios de la sabiduría a los doctores de la Mishna. Entre ellos se encuentra Rabí Judá el Santo14, quien, en el momento de su muerte, transmitió a su hijo Simeón las tradiciones de la sabiduría, Rabí Akiba y sus colegas, que entraron en el Paraíso15, Rabban Yohanan ben Zakkay y Rabí Eleazar ben Arak, que se dedicaron a la interpretación de la visión del carro y a quienes un ángel les donó la réplica de lo alto del cielo. Traducción: Núria García i Amat |
NOTAS | |
* | Este texto contiene letras hebreas, puede descargar aquí su fuente (SPTiberian). |
1 | Metáfora de la divinidad que construye su propio Palacio: Dios concebido como Dios-Rey. |
2 | Noción de hnwk (kawanah), inclinación o dirección de la intención. En el escenario edénico todo propósito tiende a la conservación del equilibrio primordial, lo cual es a su vez entendido como estado de preservación de la voluntad divina, estado anterior a la caída y al exilio. |
3 | #) Nb) (eben esh), piedra de fuego o piedra preciosa; referencia alegórica a la corte divina. |
4 | hnyk# (Shekinah, presencia divina). Ezra describe aquí el estado de la Presencia anterior al exilio. |
5 | El espíritu del mal es una entidad imperfecta que sólo es completada por el pecado. Esta idea será retomada en Zohar II, 7. |
6 | Hasta la llegada de Set no vuelve a existir la perfección; con él comienza la generación de los justos. |
7 | Los patriarcas constituyen la imagen de las tres sefirot subsiguientes a las tres sefirot superiores, a saber: Gracia (Hesed), que se corresponde con Abraham, Fuerza (Geburah), la sefirah del juicio severo, que se corresponde con Isaac; Belleza (Tiferet) o misericordia (Rahamim), la sefirah del derecho, de la equidad, de la verdad, que se corresponde con Jacob. De este modo Jacob constituye el equilibrio entre los dos extremos: el rigor y la clemencia. |
8 | Contemplación de la gloria de la presencia, esto es, de la majestad divina, del rey morando en su Palacio. |
9 | Esta descripción del descenso de los patriarcas montados en un carro constituye una descripción adherida a la mística de la merkabah tardía, los yordé merkabah, que es entendida como un recorrido místico por los siete cielos hasta alcanzar la contemplación de la morada de Dios. |
10 | Estado de Unión (Yihud): Unión de Keter (Gloria, Majestad) y Presencia (Malkut). |
11 | El Nombre divino encierra el secreto de la Creación, pues en el Nombre está contenida la esencia del Creador. |
12 | Tzeh (hz): "Este", pronombre demostrativo. |
13 | Sumo sacerdote en tiempos de la caída del imperio persa en manos de Alejandro Magno, perteneciente a la segunda generación de la Gran Sinagoga. |
14 | Rabino de la última generación de los Tanaïm que enseñaron entre el 25 a.C. y el 200 d.C. A él se debe la redacción definitiva de la Mishná. |
15 | R. ben Azaï, R. ben Zoma, R. ben Abuya y R. ben Yoseph penetraron juntos en el Paraíso. Sólo Akiba ben Yoseph sale indemne. Azaï muere, Zoma se vuelve loco y Abuya reniega de la fe judía (Cfr. Haguiga 14b). |
Antología |