Neopitagorismo y
estoicismo. Filón
El neopitagorismo de los dos primeros siglos, a pesar de los
pocos documentos que ha dejado, marca profundamente con su huella
al neoplatonismo, y no dejará de reaparecer, hasta hoy, bajo
las distintas formas de aritmosofía. Los números permiten
acceder a una metafísica, afirman tanto Moderato de Cádiz,
quien nos da una traducción "numérica" de
la enseñanza platónica, como Nicómaco de Gerasa.
Pero la originalidad de esta enseñanza reside en el hecho
de que tiende a vincular íntimamente estos números
a la creencia en una procesión escalonada de las almas después
de la muerte, luego a toda una serie de mediaciones de la cual los
planetas y las estrellas constituyen generalmente determinadas etapas.
Así se expresa la idea de mediación, tan característica
del pensamiento esotérico. La escala más habitualmente
representada era, de arriba abajo, el Uno, después lo Inteligible
o las Ideas, luego el alma, y finalmente la materia. Después
de la muerte o ya en esta vida, de lo que se trata es de superar
estos barrotes. Tal es al menos, muy resumida, la concepción
reinante en esta corriente de ideas, próximas desde este punto
de vista a las de los esenios y a las de Plutarco (hacia 46 h.
120). Este, en efecto, no solamente es el autor de Vidas paralelas,
dejó igualmente una doctrina sobre la "producción
del alma" según la audaz interpretación que hace
del Timeo. Los escritos de Plutarco que describen la ascensión
de las almas hacia la luna, después de la muerte, figuran
entre los más bellos que esta forma de lo imaginario ha dejado
en Occidente en materia de cosmización del más allá.
Los mitos egipcios, sobre todo los relacionados con el culto de Osiris,
fascinan a este autor, cuyo gran mérito, en definitiva, será el
de haber tomado en serio la propia noción de "mito",
al contrario que todos aquellos que ya no querían ver en ella
más que la alegorización de fuerzas y fenómenos
naturales.
Si los intermediarios y procesiones
del neopitagorismo preparan directamente el camino al neoplatonismo, lo
mismo sucede con el estoicismo, aunque por razones algo distintas. Éste
se extiende durante casi seis siglos e impregna también una parte
de las corrientes gnósticas y herméticas. El aspecto del
estoicismo que más anuncia el pensamiento esotérico en Occidente
es sin duda el énfasis que pone en la necesidad de conocer el universo
concreto mezclando armoniosamente sabiduría y técnica. La
filosofía y la sabiduría mismas son consideradas como técnicas,
mientras que Platón y Aristóteles las clasificaban entre
las actividades no "liberales". El estoicismo enseña así la
necesidad de un saber hacer concreto, rechaza la pura especulación
y se esfuerza por comprender la totalidad orgánica que garantiza
el acuerdo entre las cosas celestes y las terrestres.
Una actitud acogedora también
con respecto a la religión popular, incluso ante las adivinaciones
de todo tipo. De Zenón a Posidonio, y aún combatiendo ciertas
formas de antropocentrismo, los estoicos la defienden, pues se muestran
sensibles a todo lo que recuerda la concordancia y simpatía que
unen en un conjunto las partes del universo. Como corolario, la idea de
pasaje entre términos opuestos gracias al descubrimiento de términos
intermediarios asegura el acuerdo del alma con las cosas. Pensamiento monista,
que conoce solamente un universo homogéneo cuyo aliento penetra
todas sus partes. Además el esoterismo occidental permanecerá fundamentalmente
antidualista, es decir opuesto a toda forma de dualismo ontológico,
y orientado a la vez hacia lo espiritual y hacia lo concreto. Y conservará este
rasgo ya característico de la mentalidad estoica, es decir, la paradoja
que consiste en conservar los datos del sentido común transmutándolos
para hacer de ellos manifestaciones de la razón universal.
Cuando asoma el primer rayo del cristianismo
naciente, luego antes mismo de la redacción del Corpus Hermeticum,
la obra de Filón de Alejandría (20 a C. – 54 d. C.)
prepara también el camino del neoplatonismo. En efecto, para este
judío alejandrino, el Dios trascendente no toca al mundo directamente
sino mediante intermediarios, y el alma no alcanza a Dios sin ellos. Ahora
bien, hemos visto que el esoterismo descansará en última
instancia en la idea de mediaciones, por diversas que sean las formas que
estas revistan. Según Filón, se trata por ejemplo del Logos
o Verbo, que es el mediador en el que Dios ve el modelo del mundo, modelo
según el cual lo crea. Mediadora es también la Sabiduría
con la que se une misteriosamente para crear el universo. Mediadores son
asimismo ángeles o "démones", aéreos o ígneos,
ordenadores o ejecutantes de los mandatos divinos, gracias a los cuales
nuestras almas pueden ascender de nuevo hacia Dios. Con Filón se
precisa la tendencia, característica del neoplatonismo, que consiste
en investigar y proponer medios de alcanzar una realidad trascendente, "inteligible".
Aún así, contrariamente al estoicismo y desde luego al cristianismo,
la idea de un Dios que viene a ayudar del hombre continúa prácticamente
ausente.
Filón realizó la síntesis
da la tradición judía y el pensamiento griego gracias a su
eclecticismo, común a todos los pensadores griegos alejandrinos.
Eclecticismo que le permitió poner en comunicación entre
sí los ámbitos del saber, las tradiciones, de donde la necesidad
de escrutar las Escrituras a distintos niveles; multiplicidad de las lecturas
posibles de un mismo texto, reafirmada por la teología medieval
y que el esoterismo tiene como función hacer posible. No obstante,
Filón permanecerá básicamente ignorado por los pensadores
judíos, y su influencia se ejercerá esencialmente sobre el
pensamiento cristiano.
El Hermetismo alejandrino
El hermetismo alejandrino, es decir el conjunto de los escritos llamados Hermetica,
es mucho más aún que el estoicismo el corpus fundamental
del que abrevará el esoterismo. Se puede hablar de cuatro "religiones" nuevas
e incluso rivales, del siglo II al IV: el Hermetismo, el Gnosticismo, el
Neoplatonismo y el Cristianismo. Cada una de ellas tiene importantes puntos
en común con las otras tres. Se sabe que Alejandría, fundada
en el 332 a. C., había conocido un rápido desarrollo hasta
el punto de convertirse en una de las ciudades más importantes de
la Antigüedad. Allí había abierto Euclides su escuela
de matemáticas en la que estudiaron Arquímedes, Hiparco, Eratóstenes
y Apolonio de Perga. Pero otras ciudades del Delta fueron asimismo ilustres.
Al espíritu del Hermetismo alejandrino pertenecen los Oráculos
Caldeos, sin duda obra de Juliano el Teúrgo, contemporáneo
de Marco Aurelio; la inspiración de estos escritos es a medias oriental
y helénica. Se encuentra en ellos una teología negativa que
afirma fuertemente la trascendencia del Padre, así como una magia
teúrgica. Por "teúrgia" debe entenderse, recordémoslo,
el conocimiento de una teoría y una práctica necesarias para
que hacernos entrar en relación con los dioses no solamente mediante
la elevación de nuestro intelecto sino por medio de ritos concretos,
de objetos materiales, que hacen actuar las influencias divinas donde se
desea y cuando se desea, e incluso permiten que aparezcan ante nosotros entidades
angélicas. Se encuentran elementos de los Oráculos Caldeos en
Mario Victorino (h. 280 h. 363), San Agustín, Porfirio, Sinesio,
Jámblico, Arnobio, y en el siglo XI en el bizantino Psellos. La época
del Hermetismo alejandrino ve también florecer la obra de Apuleyo
de Madaura (h. 125 h. 170), quien vive y estudia sobre todo en Atenas; es
el autor del famoso Asno de Oro (o Las Metamorfosis), relato
en latín lleno de magia, encantamientos y misterios.
Los Hermetica comportan varias
pequeñas obras dispersas, cuya colección más célebre,
la que dejará una huella permanente en el pensamiento occidental,
es el Corpus Hermeticum; reúne diecisiete tratados en griego
redactados en los siglos II y III. Estos tratados (Poimandrés, Asclepio,
etc.), no se han conservado más que en manuscritos que remontan
solamente, los más antiguos, al siglo XIV. Catorce de ellos serán
traducidos al latín por Marsilio Ficino, en 1463. La Edad Media
los había olvidado, con excepción del Asclepio. En
el Renacimiento, Valentín Weigel (1533-1588), el padre de la teosofía
germánica de la que Jacob Boehme (1575-1624) es el príncipe,
cita a Hermes Trismegisto más que a ningún otro autor anterior
a su época, viniendo a continuación el Pseudo-Dionisio,
Eckhart, Platón y Agustín. Es en efecto al mítico
Hermes Trismegisto, el "tres veces grande", al que se atribuyen
estos escritos. A diferencia de otras doctrinas, sobre ciertos puntos análogos,
como el mandeísmo, las enseñanzas marcadas con el sello de
Hermes serán recibidas por el Occidente moderno menos como vestigios
de un "pasado superado" que como una fuente siempre disponible,
viva, revivificable, que invita a una hermenéutica perpetua.
El esoterismo occidental de los tiempos
modernos ha conservado junto con el Hermetismo alejandrino un estado de
espíritu, una actitud filosófica y una referencia permanente
a un argumento de caída y reintegración. Ese estado de espíritu,
es el eclecticismo, la posibilidad de abrevar en diversas corrientes de
donde la noción de philosophia perennis, y también
el acento puesto en la voluntad, tanto en el plano divino como en el humano.
La actividad de Dios es Su voluntad, y Su esencia consiste en "querer".
Igualmente, la teosofía germánica, a partir de Jacob Boehme,
pondrá el acento sobre ese primado de la voluntad de Dios. El adepto,
por su parte, ha de "querer conocer". Los aspectos optimista
y pesimista que comparten la inspiración de los Hermetica se
vuelven a encontrar en el hermetismo moderno; el optimista en la medida
en que es posible unirse a lo divino inscribiendo en el interior de nuestra
propia mens una representación del universo; el pesimista
en la medida en que se subrayan fuertemente las consecuencias de la caída
sobre el estado actual de la naturaleza.
Los presupuestos filosóficos
comunes a los Hermetica y a los tiempos modernos consisten en la
ausencia de dualismo ontológico absoluto. En el tratado Del Nous
a Hermes, el primero instruye al segundo a reflejar el universo
en su propio espíritu, a asir la esencia divina de la naturaleza
e imprimirla en el interior de su psiqué, lo que resulta posible
por el hecho de que el hombre posee un intelecto divino. Tema del espejo,
sobre el cual no se dejará de "especular"... y que pertenece
a ese gran denominador común del esoterismo que es la idea de un
universo concebido como un texto a leer, a descifrar. Se conoce a Dios
gracias a la contemplación del mundo. Y ya que el universo es un
bosque de símbolos, es natural interesarse en todo lo que contiene.
De ahí la afición de los Hermetica (especialmente
los Kyranides) por lo particular, los mirabilia, en detrimento
de lo abstracto y de lo general. Esta ciencia no es "desinteresada",
sino que se reencuentra con lo general en los recovecos enriquecedores
de lo concreto y particular. Tenemos ya, en germen, a Paracelso y la Naturphilosophie romántica
alemana. Afición a lo concreto, una filosofía de la encarnación,
de donde una evidente compatibilidad con el cristianismo. "Nada hay
invisible, ni siquiera entre los incorpóreos", pues la reproducción
de los cuerpos es una "operación eterna"; la corporificación
es "una fuerza en acto"; he ahí lo que enseñan
determinados pasajes del Corpus. Esto ya casi es la Geistleiblichkeit,
la "corporeidad espiritual", de la teosofía de Boehme
y de Oetinger.
El tercer punto de convergencia es
la referencia a los mitemas de caída y reintegración. Aquí se
constata que el tema de la caída del hombre por la atracción
de lo sensible, tan corriente en la teosofía occidental, se encuentra
ya en el Poimandrés (el primer texto del Corpus) donde
se ve que el encerramiento de Adán en lo sensible fue debido al eros;
no se trata de un desprecio por la naturaleza sino de un mitema cosmosófico
que invita a una obra regeneradora por intermedio de una reascensión. Ésta
se opera ya sea por medio de nuestro "intelecto" que, conectado
con inteligencias espirituales intermediarias, se sirve de ellas como de
una escala espiritual, o de la vía teúrgica, o de ambas maneras
a la vez. Los Hermetica permiten así comprender mejor la
teúrgia de John Dee, y la de Martinès de Pasqually en el
siglo XVIII. La esencia divina encerrada en el interior del hombre no puede
ser liberada o regenerada no importa cómo, sino según vías
precisas, entre las cuales están las iniciaciones que pueden ser
de diversos tipos. La enseñanza que da a este respecto el Hermetismo
alejandrino implica la creencia en un "cosmos astrológico",
mientras que la astrología de los tiempos modernos, sobre todo desde
el siglo XVII, tiende cada vez más a separarse de los procesos iniciáticos
y devenir exclusivamente una forma de mancia. Hay finalmente en el Hermetismo
alejandrino la idea de que, gracias al hombre, la tierra misma es susceptible
de mejorarse, de recuperar un estado glorioso, y llegar a ser verdaderamente "activa".
Idea de una prodigiosa fecundidad y que un texto de San Pablo (Romanos VIII,
19-22) ya contribuyó poderosamente a difundir: el hombre arrastró a
la naturaleza en su caída, como consecuencia la naturaleza es susceptible
de ser regenerada con la ayuda del hombre si éste obra un retorno
en sentido inverso. ¡Base posible para una ecología metafísicamente
fundamentada!
Hasta 1610 se creerá que estos
escritos eran anteriores al cristianismo y contemporáneos de Moisés.
De ahí el aura que los rodea, mucho más a los ojos del hombre
de deseo. Sin embargo, sólo una parte de ellos se conocerá;
habrá que esperar al comienzo del Renacimiento para descubrir su
cuasi totalidad, lo que permitirá a Marsilio Ficino una traducción
casi completa. La alquimia hermética procede de una inspiración
comparable y surgió en los mismos medios. No parece que haya sido
conocida en el Egipto faraónico. En el interior del helenismo alejandrino
o paralelamente a él, parece haberse desarrollado como una prolongación
de la astrología hermética, a partir de la noción
de simpatía que une cada planeta a cada metal. El Hermetismo alquímico
alejandrino sigue dos direcciones: la que consiste en elaborar recetas
de tinturas y transmutaciones metálicas, y la que corresponde a
una mística que se expresa a través de los símbolos
naturales. Resumamos las grandes etapas de esta evolución.
La alquimia occidental comienza indudablemente
en Alejandría, o más generalmente en las ciudades del Delta.
Hasta alrededor del siglo II a. C., es esencialmente una técnica
ligada a la práctica de las artes de orfebrería. Con Bolos
de Mendes, llamado el Democriteo, toma en el siglo II una orientación
filosófica o, más precisamente, esotérica; por primera
vez al parecer, la doctrina fundamenta y sostiene a la experiencia. Un
conjunto de textos importantes, titulados Physica y Mystica comentados
a menudo a partir de entonces, expresan las ideas de Bolos. A continuación,
en los siglos II y III, encontramos una serie de textos que los historiadores
han llamado "apócrifos", de los que quedan únicamente
extractos y que responden a la necesidad de considerar a la alquimia una
ciencia revelada por un dios, un profeta o un rey del pasado. Viene entonces
Zósimo de Panópolis (final del siglo III o principio del
IV), que sin duda trabaja principalmente en Alejandría. Los 28 libros
que componen la vasta suma dedicada a su hermana Teosebia han sido traducidos
por Berthelot y Ruelle a finales del siglo XIX. Se encuentra en ellos un
sorprendente simbolismo alegórico, secretos revelados en el transcurso
de visiones, muchas compilaciones al mismo tiempo que escritos originales,
y sobre todo el espíritu del hermetismo y la gnosis. Es en fin la época
de los "comentadores", a partir del siglo IV y hasta el sido
VII, durante la cual se asiste a un divorcio cada vez más marcado
entre los técnicos y los "místicos", es decir,
ente aquellos que buscan únicamente recetas eficaces, y los adeptos
preocupados ante todo por el simbolismo esotérico. Entre ellos se
encuentran Sinesio (s. IV), Olimpiodoro (s. VI), y Estéfanos de
Alejandría (610-641). Este último, igualmente filósofo,
matemático, astrónomo, y con el favor de la corte de Bizancio,
consideraba a la alquimia esencialmente como un ejercicio espiritual. Del
siglo VII datan también los comentadores anónimos llamados
el Anepígrafo y el Cristiano. Sin duda el propio Corpus de
los alquimistas griegos, que reúne textos de todos estos autores
y en el que se inspirará la Edad Media, está concluido a
finales de ese siglo.
El Gnosticismo
¿Se puede como con respecto a la alquimia y el hermetismo
alejandrinos hablar de esoterismo a propósito de la "Gnosis",
tan viva en los primeros siglos? Ciertamente, y tanto más cuando hoy
mismo esa palabra, con el sentido de "conocimiento", es sobre todo
sinónimo de esoterismo. Sin embargo, la gnosis en el sentido general
del término debe ser cuidadosamente distinguida de la gnosis del comienzo
de nuestra era, a la cual es mejor, para evitar confusiones, reservar la
denominación de "gnosticismo". El tema común a las
diversas formas de este misticismo es la redención, la liberación
del mal; ella implica la destrucción del universo en el cual vivimos,
o por lo menos la elevación de nuestra alma más allá de
este mundo que se trata ante todo de abandonar. Basílides y Valentín
no enseñan una doctrina dualista según la cual el Mal sería
un principio ontológico igual al Bien. Pero en la misma época en
el siglo II Marción afirma un dualismo así, que se reencuentra
en cantidad de sistemas del mismo tipo que tratan igual tema, el de la liberación,
por Cristo, de nuestra alma de origen divino que se encuentra encerrada en
este mundo creado por un mal demiurgo. El Dios del Antiguo Testamento es
este demiurgo cuya obra dañina ha querido corregir el del Nuevo Testamento.
Común al gnosticismo y a los textos herméticos es la meditación
basada en mitos más o menos surgidos del Génesis bíblico.
Pero el Hermetismo a menudo es optimista, el gnosticismo siempre es pesimista.
El primero maldice al segundo, que comete el error de no ver en el universo
entero más que la mala obra de un creador perverso. Los discípulos
de Hermes Trismegisto son los adversarios encarnizados de los gnósticos,
incluso cuando se trata de comentar mitos o elementos doctrinales más
o menos comunes a unos y otros.
El Gnosticismo y el Neoplatonismo
tienen un punto común, ya que los dos enseñan que nuestra
alma, de origen divino y extranjera en la tierra, contrae al encarnarse
una mancha de la cual se libera mediante un retorno a su origen. Y ello,
en virtud de una potencialidad divina que nos es propia y que puede ser
actualizada cuando se la despierta desde el exterior. Pero a un neoplatónico
como Plotino el gnosticismo le disgusta mucho. Plotino le reprocha profesar
un dualismo absoluto, no contentarse con la práctica religiosa,
con la vía ascética, y superponerles dramas metafísicos
que considera arbitrarios.
Desde el punto de vista del esoterismo
judeocristiano, el gnosticismo presenta la ventaja de tomarse al mito muy
en serio. Con Mani, se asiste a un soberbio mito que desemboca en la dramaturgia
del "Salvador salvado", mitologema que el esoterismo de los tiempos
modernos sabrá reactualizar. Pero la teosofía occidental,
ya sea judía (Cábala) o cristiana, rechazará siempre
el dualismo ontológico y se mantendrá alejada de las especulaciones
complicadas y fantásticas que, como las del gnóstico Justiniano
en el siglo III, hacen que dependa de una escena doméstica metafísica
la suerte del hombre. La tendencia gnóstica a abusar de los intermediarios
desembocó en un fárrago de clichés cuyo éxito
no tuvo futuro. El esoterismo cristiano no podrá suscribir, por
otra parte, la idea del gnosticismo según la cual Cristo no es el
Salvador en el sentido pleno y verdadero de la palabra, sino solamente
el revelador de una ciencia oculta, el enviado que habría tenido
como misión ser un despertador más que un Salvador. Será el
dualismo absoluto quien tendrá larga vida. Está en los orígenes
del bogomilismo búlgaro del siglo X, que a su vez está en
el origen del movimiento cátaro. Finalmente, la imagen trágica
y humillante que Mani da del ser humano se volverá a encontrar en
el siglo XX, bajo una forma evidentemente muy modificada, en la antropología
freudiana.
Traducción:
J. M. Río
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