Estos
capítulos son la
continuación del envío 048
perteneciente al primer año de
nuestro Servicio Difusión. Proceden dl libro del mismo título
publicado por el autor en Thames & Hudson (Mystery Religions in the Ancient
World, London 1981; editado también en EE.UU por
Harper & Row, N.York 1985). Sobre Joscelyn Godwin puede consultarse
el nº 031 "Las
Artes de la Imaginación"; a la bibliografía
allí señalada puede añadirse la publicación
en inglés de su traducción comentada de Hypnerotomachia
Poliphili y también su obra The Pagan Dream of the Renaissance (Thames & Hudson,
London 2002), comentada en SYMBOLOS
Nº 27-28, 2004).
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El Camino del Monje Algo fundamental para la actitud del monje es una dualidad de espíritu y materia que se manifiesta en el ser humano como un abismo entre el alma y el cuerpo. La visión ascética es que el espíritu o el alma se ha enredado en el mundo material o en el cuerpo humano, y que el propósito de la religión es liberarla. Para los órficos y los pitagóricos, nuestra existencia sobre la tierra nos ha sido impuesta como una expiación de nuestros pecados. Es una cosa terrible para el alma de uno estar encarcelada en el cuerpo físico: no es de extrañar que los bebés recién nacidos lloren. Cuando los discípulos del gran sabio indio Ramana Maharshi querían celebrar su cumpleaños, el maestro decía: "En el aniversario de uno, debería afligirse por su entrada en este mundo" (Collected Works, p. 137). Para todos los filósofos de la tradición Pitagórico-Platónico-Hermética, la situación es la misma. El universo es una jerarquía de diferentes estados del ser, de los cuales el más bajo es nuestro mundo tangible y las cosas hechas de sus cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Todo en esta región, la esfera sublunar, es imperfecto y está sujeto al dolor, al sufrimiento, a la decadencia y a la muerte. Más allá, en las esferas etéreas de los planetas, encontraríamos progresivamente estados más puros, y por encima de las estrellas fijas se halla el reino de los dioses donde reina la perfección -al menos, desde nuestro punto de vista. El Alma Superior o Racional del hombre pertenece a ese reino y lo reconoce como su casa; pero aquí, sobre la tierra, está ahogada, hundida en el fango insoluble de nuestro encuadre físico. La labor del ascético es liberarla, y ello se consigue consumiendo, de una manera u otra, la prisión de la carne y la sangre. Los profanos aman equivocadamente a sus cuerpos, ignorantes de la chispa divina que está cautiva en su interior. Disfrutan mimándolos con comida y bebida y vistiéndolos con cosméticos e indumentaria. Se enorgullecen de lo que más debería avergonzarles. El monje piensa así mientras mira la gente mundana. Él, por otra parte, se ha comprometido a liberarse de esas vanidades. Su vía es el ascetismo, y varía poco si es un sacerdote egipcio, una monja o un monje cristiano, un judío esenio o un miembro de la hermandad pitagórica.
Se supone que los Esenios y los Pitagóricos eran vegetarianos, aunque en el caso de éstos últimos es dudoso que todas las escuelas siguiesen el ejemplo del maestro. Aparte de un motivo obvio de compasión hacia los prójimos, el vegetarianismo tiene también como propósito purificar al cuerpo de los alimentos carnosos. No obstante, la purificación podía implicar reglas dietéticas de un tipo bastante diferente. El emperador neoplatónico Juliano no era vegetariano, pero se abstenía de los vegetales con raíz porque introducen en el cuerpo una tendencia descendiente (Rudolf Steiner habría dicho lo contrario); de las manzanas porque son demasiado sagradas; de las granadas porque pertenecen al inframundo; de los dátiles porque son demasiado solares; del pescado porque no se acostumbra a sacrificarlo a los dioses y, en cualquier caso, porque procede de lugares demasiado profundos; y de los cerdos porque son criaturas torpes, terrenales y viles que sólo se ofrecen a los dioses ctónicos (Oraciones v, 175-7). La idea de la contaminación también se extiende a la compañía de otros humanos. Cualquier persona sensible que no viva habitualmente en una gran ciudad moderna sabe lo que es la contaminación psíquica y la siente cuando se encuentra en medio de una tal colmena de hombres. Los Padres del Desierto, cuando se marchaban a encontrarse consigo mismos y con su Dios, no sólo dejaban atrás las tentaciones de la ciudad sino también todo contacto humano. Su coraje físico en un desierto lleno de peligros sólo era superado por la resistencia mental y emocional con que iban al encuentro de lo que conocían como fuerzas demoníacas -no importa que nosotros les llamemos proyecciones de los reinos oscuros de la psiqué. San Antonio emergió de sus rigurosas pruebas "como un iniciado en los sagrados Misterios", con conocimiento del mundo invisible y poder sobre él (Atanasio, Vita S. Antonii, 14). Tales hombres no necesitaban las iniciaciones formales de los cultos mistéricos: ellos habían cruzado las mismas puertas por sí solos. Muchos de los cultos empleaban un ascetismo ligero a beneficio de aquéllos que estaban contentos de vivir una vida mundana en su mayor parte. Lucius tuvo que abstenerse de la carne, el vino y las relaciones sexuales en los diez días que precedieron a su iniciación en los Misterios de Osiris (Metamorfosis X, 1, 28), y Propertius se lamentaba de que su Cynthia estuviese observando un periodo similar de castidad en preparación de los ritos de Isis (Elegía, 33). El Catolicismo tradicional continuó esta práctica mediante los ayunos regulares durante el año litúrgico y las restricciones sobre los periodos y la naturaleza de la actividad sexual; por otro lado, la realización de retiros es una observancia religiosa universal que proporciona las ventajas de un monacato temporal. Es sobre todo la castidad lo que distingue la vida del monje de la de los laicos. Si él considera el nacimiento como una tragedia, la respuesta lógica es evitar la caída de otras almas humanas en cuerpos. Algunos Gnósticos tardíos renunciaron enteramente a la reproducción, tal como hicieron los Shakers americanos en el siglo diecinueve -y rápidamente se extinguieron. Pero hay otro aspecto personal de la castidad. El poder de reproducir a la propia especie es un poder maravilloso y mágico y puede ser aprovechado para otros fines. La energía sexual, como saben los yoguis indios, es una manifestación de una energía creativa superior que puede producir un nacimiento espiritual a mundos más elevados, si no es agotada para el placer y la reproducción en este mundo. Es el conocimiento de esto, generalizado y aplicado erróneamente, lo que ha causado en muchas personas religiosas no-ascéticas una actitud de vergüenza hacia el sexo. San Pablo dice a los Corintios (1: 7-9) que "es mejor casarse que abrasarse" -mejor aún no tener que casarse. Los impulsos sublimados de los monjes fanáticos han sido invertidos por éstos tanto en tiranizar a sus prójimos como en elevarse por encima de los deseos mundanos.
A veces es difícil distinguir en el mundo de la ascética entre la purificación sobria y el autocastigo deliberado. Juvenal se burla de las mujeres devotas de Isis que resistían en el gélido Tíber o se arrastraban sobre sus rodillas sangrantes hasta el templo (Sátiras 6, 522-6). Herodoto, en el festival de Isis de Busiris, fue testigo de miríadas de gente que se flagelaban orgiásticamente (Historia II, 61). El Gallus de la figura sostiene un látigo de aspecto cruel en su mano izquierda. El tema de la mortificación de la carne recorre todo el monaquismo cristiano: desde San Jerónimo en el desierto golpeando su pecho con una piedra, pasando por la camisa de pelo de Savonarola, hasta los pequeños azotes repartidos a las monjas modernas. ¿Y no eran las torturas de la Inquisición un ascetismo forzado, una perversión monstruosa del tema de que el cuerpo debe sufrir si el alma ha de partir libre?
La actitud del mago frente al abismo que existe entre el cuerpo y el espíritu es de unir a éstos. Cree, como el monje, en un universo jerárquico del cual nuestra tierra es el nivel inferior, pero no intenta abandonar o negar el mundo físico y el cuerpo: los utiliza. Consciente del axioma de Hermes Trismegisto, patrón de las artes mágicas, "Lo que está arriba es como lo que está abajo y lo que está abajo es como lo que está arriba", respeta las correspondencias y similitudes entre todos los niveles del universo. Sabe que el hombre es un microcosmos y que incluso su marco físico está hecho, de alguna manera, a imagen de Dios. Todos los niveles de la existencia se reflejan unos a otros en su estructura. Cuando las estructuras son puestas en movimiento, se experimenta un movimiento similar a través de toda la jerarquía. El ejemplo más obvio de esta cosmovisión es la astrología, la cual asume que los movimientos de los planetas se reflejan en los acontecimientos del mundo y en la psiqué humana. El creyente fatalista en la astrología se resigna a un destino ineludible, considerándose tan incapaz de oponerse a los planetas como la aguja magnética lo es de apuntar a una dirección distinta del Polo Norte. Pero el mago, por contra, saca partido del sistema de correspondencias, sabiendo que su "causalidad", si la hay, opera en ambas direcciones. Cualquier cosa que se hace sobre la tierra tiene su reflejo en los cielos: y, ¿quién puede decir cuál es causa y cuál efecto? La magia es la ciencia de afectar a los mundos invisibles mediante operaciones realizadas en éste. La forma más común de magia practicada en el mundo antiguo era el sacrificio animal. Contemplando éste desde el punto de vista de un adorador de mentalidad simple, la fuerza vital de la víctima es ofrecida como una especie de alimento al dios (habitualmente se dividía el cuerpo entre el oferente y el clero, y era comido; la incineración completa era excepcional). Un presente de este tipo implicaba una obligación por parte del dios, o al menos estimulaba favores recíprocos. Según categoriza Porfirio, el sacrificio puede ser hecho con tres propósitos: homenaje, necesidad o gratitud, y ninguno de ellos es verdaderamente desinteresado. No obstante, contemplándolo esotéricamente, la perspectiva es algo diferente. El sacrificio animal afecta no sólo a los dioses verdaderos, sino también a los elementos sublunares: a los espíritus invisibles que colman la atmósfera de la tierra y se nutren de materia etérea. Pueden prestar servicios a los hombres bajo ciertas circunstancias, pero son caracteres truculentos, en el mejor de los casos indiferentes hacia los humanos, y no hay que fiarse de ellos. Por esta razón, los cristianos los rehuían y rechazaban tomar parte en los sacrificios animales que los atraen. Constantino sólo ofrecía flores e incienso a Dios, y Teodosio, en sus edictos del 391 d. C., declaró ilegal el sacrificio en todo el Imperio. Algunos filósofos paganos contemporáneos, y especialmente Porfirio (De Abstinencia II, 12), también renunciaron a matar animales pensando que ello posiblemente no podía afectar a los dioses y que sus consecuencias no eran muy favorables a los humanos. Un caso especial de sacrificio, y que pertenece a otra categoría de magia, es el ya mencionado taurobolium. En este sacrificio ritual del toro, sus fuerzas vitales son derramadas a través de la sangre sobre el devoto. Se atribuía un poder extraordinario a este acto, y aquéllos que habían pasado por esta experiencia eran célebres por ser "eternamente renacidos". El taurobolium empezó como un sacrificio taurino ordinario, común en el mundo antiguo (cf. las "hecatombes de bueyes" de Homero), pero tomó un sesgo más religioso en el siglo segundo d. C. al distribuirse la sangre del toro a modo de una comunión entre los fieles. Al mismo tiempo, los genitales eran retirados y enterrados de una manera especial: esto conecta con los ritos de la Gran Madre Cibeles, recordando y quizás representando de nuevo la castración de Attis. Con el ritual completo, establecido alrededor del 300 d. C., se pretendía transmutar la fuerza física del toro en energía psíquica para el beneficio del participante o de otro señalado por él. Dos de los aspectos fundamentales de esta magia son la utilización de la energía inherente a la sangre y de la energía sexual para propósitos defensivos, ofensivos o sublimatorios. De forma semejante, la forma fálica de muchos amuletos antiguos es una manera de atraer la energía creativa y esencialmente positiva de la Naturaleza en contra de los designios entrópicos y destructivos de las fuerzas del "mal".
Algunos paganos defendían el sacrificio reconociendo a la vez que posiblemente no podía afectar a los dioses eternos. Salustio admitía que éstos no ganaban nada con él, pero que nosotros lo ganamos todo (Sobre los Dioses, 15). Juliano lo alentaba en su restauración pagana, juntamente con la reverencia a las estatuas de los dioses, como un medio que conduce a la piedad considerando que el estado subjetivo del adorador era su justificación. Él decía que se debería anhelar ofrecer lo mejor de uno a los dioses, del mismo modo que uno debería deleitarse con la visión de las imágenes de éstos (Contra los Galileos, 347c; Cartas, 293c-d). Pero las representaciones de los dioses no son meros recordatorios: al igual que las reliquias de los santos y los héroes, ellas tienen como propósito atraer influencias celestiales hacia aquí abajo. El amuleto mágico que se muestra era llevado como una protección contra el mal de ojo, igual que los amuletos de cristal azul y las medallas de santos que se venden hoy en día alrededor del Mediterráneo.
Los ritos cristianos mágicos -los siete sacramentos- son esencialmente actos de teúrgia, en los cuales algo que se sitúa en el plano físico (pan, aceite, un anillo, etc.) es manipulado con ciertas fórmulas orales a fin de que ocurran cambios en un nivel invisible o "sutil". Los clarividentes dicen que los cambios ocurren allí con una facilidad y una rapidez que le están negadas a la materia física. Lo que es afectado es, ante todo, el cuerpo sutil del participante, siendo el propósito ideal no un beneficio material sino la perfección. A través de los elementos sutilmente transmutados del agua, el pan y el vino se cree que los sacramentos cristianos del Bautismo y la Eucaristía atraen las fuerzas de Cristo hacia el alma de los participantes. Este contacto directo con el dios es algo extraño al mago, pero es lo que intentan aquellos que recorren el Camino del Amor, más directo. Traducción: Marc García |
Antología |
NOTA | |
1 | Kakouri, Katerina, Dionysaika: Aspects of the Popular Thracian Religion of Today, Atenas 1965. |