Denys Roman (m. 1986) escribió desde 1950 en diversas revistas francesas, principalmente en Etudes Traditionnelles, a la que dirigió durante los dos últimos años de su vida. En 1982 publicó René Guénon et les Destins de la Franc-Maçonnerie (Ed. de l'Oeuvre, París), conformado en su mayor parte por esos artículos y a cuyo cap. X pertenece el presente texto. Un segundo volumen, interrumpido por su muerte, fue completado por A. Bachelet (http://ciclologia.com/arcadelossimbolos.htm) con otros estudios del autor: Réflexions d'un Chrétien sur la Franc-Maçonnerie, 'l'Arche vivante des Symboles' , publicado por Ed. Traditionnelles en 1995 junto con la reedición del primero. |
|
|
|
|
Si
las obras que tratan de la historia de la Masonería son numerosas,
no sucede lo mismo con las obras dedicadas a su ritual y a su simbolismo.
La obra de René Guénon, por supuesto, sobrepasa a todas las
otras en este ámbito. Un italiano, Arturo Reghini, dedicó
brillantes estudios al respecto, desgraciadamente limitados muy a menudo
al simbolismo numérico y geométrico. Un masón inglés,
John T. Lawrence, publicó algunas obras que se han convertido en
Inglaterra en "clásicos" de los estudios masónicos(1).
Charles Clyde Hunt publicó en el Grand Lodge Bulletin de
Iowa numerosos artículos, reunidos en 1938 bajo el título
Masonic Symbolism(2).
Y, más recientemente, han aparecido en español manuales dedicados
a los 4 primeros grados del Rito Escocés, obras que, digámoslo
claramente, son muy superiores a las análogas de Oswald Wirth, desde
el punto de vista simbólico y ritual(3).
Nos proponemos examinar en estos manuales ciertas ideas generales que han
llamado nuestra atención.
En el manual del grado de Aprendiz, por ejemplo, encontramos, bajo la letra B, en tanto que "primera letra cosmológica", consideraciones que recuerdan especialmente lo que René Guénon ha escrito sobre esta letra, primera de Bereshith (palabra con la que comienza el Génesis, y también el Evangelio según San Juan traducido al hebreo). "Magister" señala que la B hebrea es la letra beth, y que la palabra beth significa "casa". La forma hebraica de la letra beth está por otra parte considerada como el jeroglífico del Templo. Pero se habría podido añadir algunas consideraciones sobre Booz, de quien la Biblia afirma que "construyó por segunda vez la casa de Israel" y al cual le fue dicho: "Manifiesta tu fuerza en Efratá, y sé famoso en Bethleem." No habría que olvidar tampoco que la vida terrestre de Cristo comienza en Bethleem, es decir en la "casa del pan". Pasemos ahora al segundo grado. Todo el mundo reconoce que se trata del grado menos rico de los 3 grados simbólicos, el menos rico y también el que ha sido más maltratado a ultranza por los "modernizadores". Y sin embargo, el autor ha encontrado el medio de ofrecernos, sobre este grado desheredado, un volumen de 220 páginas denso e interesante, y en suma digno del primero. Ante todo hay que alabarle sin reserva que haya silenciado a los 5 famosos "Filósofos" que, en ciertos rituales, hacen las veces de estación entre el cielo y la tierra. Lo que dice el autor sobre la "nobleza del trabajo" se puede comparar con los estudios de Coomaraswamy y de Éric Gill de los cuales René Guénon ha dado cuenta ampliamente en Études Traditionnelles de 1938 a 1939, y también con el conocido pasaje de San Pablo en la 2ª Epístola a los Tesalonicenses (III, 6-18). Mencionemos de pasada que este texto escriturario es utilizado durante la apertura de un Capítulo del "Santo Arco Real", según la versión procedente de la Gran Logia de los "Antiguos". En el momento más solemne de la apertura de los trabajos, el "Gran Sacerdote" lee este texto en la Biblia, formando entonces todos los Compañeros el "arco centenario". Las consideraciones de "Magister" sobre este tema terminan con unas excelentes observaciones sobre la actitud "activa", indispensable para el acceso a la maestría, y sobre los peligros de la actitud inversa, es decir "pasiva". "El ser activo obra libremente, cualesquiera que sean las circunstancias; el ser pasivo es esclavo del azar." Y decir finalmente que es justamente porque todo en el iniciado debe ser fruto de una "elección ritual" (casi en el sentido alquímico de este término), y nada la consecuencia de un "azar" (o más bien de lo que aparece sobre la tierra como un azar) por lo que el recipiendario participa de la naturaleza de ser "nacido libre". El volumen dedicado al grado de Maestro es quizás el menos "logrado" de los cuatro, ya que el autor, limitándose exclusivamente al ritual escocés, ha dejado de lado numerosos símbolos importantes que figuran en los rituales angloamericanos, tales como la "luz del Maestro Masón", las "tinieblas visibles", la lumbrera, el velo rasgado, la piedra rodada, el arco, el maná, el rocío, el incensario, la laya, la colmena. No obstante, en esta obra sobre el 3º grado, se encuentra nociones interesantes, en particular sobre la "acusación de asesinato", la retrogradación, la "marcha misteriosa de los Maestros", las "huellas" de la huida de Hiram-Abi en el Templo, las obligaciones del juramento, la banda de Maestro, la sublimación, y, sobre todo, sobre Tubalcaín. Señalemos también que "Magister" ha visto la importancia de la "restitución de los metales", obra predilecta del Gran Maestre Hiram Abí "quien hizo para el rey Salomón las dos columnas de bronce y el mar de bronce". Mediante esta restitución, los metales dejan de simbolizar los vicios para simbolizar en adelante las virtudes, el orgullo cediendo el sitio a la fe, etc. El 4º volumen de Magister trata del grado de "Maestro secreto", primer grado de las "Logias de perfección". El autor, considerando que los 30 altos grados del Rito Escocés se reducen en realidad a muchos menos (siendo otorgados la mayoría simplemente "por comunicación"), deplora que un gran número de símbolos, a veces importantes, sean eliminados así prácticamente de la enseñanza masónica. Para remediarlo, propone reducir el número de altos grados a 9 y repartir en estos la totalidad del tesoro simbólico de la Orden. Pero así el número 33, tan eminentemente simbólico por sí mismo, desaparecería. Sería más juicioso, pensamos, recitar, en cada uno de los altos grados otorgados en su plenitud ritual, las "cuestiones de orden" de los grados anteriores dados por comunicación; el simbolismo oral de estos grados sería así salvaguardado; en cuanto a su simbolismo figurado, como no se trataría naturalmente de reunir en un taller todos los "cuadros de Logia" de los grados anteriores, ¿no podrían sustituirlos los blasones de estos grados? Cada grado escocés posee en efecto escudos de armas que actualmente no figuran más que en el taller del Supremo Consejo(4). Estaría bien dar a conocer esto a los grados interesados, sobre todo si se piensa en la importancia de la herencia caballeresca en el Rito Antiguo y Aceptado(5). Magister estudia en su volumen sobre el "Maestro secreto", según la solución que propone, símbolos propios de los grados siguientes, y especialmente del 5º grado, "Maestro Perfecto", donde se encuentra la fórmula: "El Maestro Perfecto conoce el círculo y su cuadratura.". Vienen a continuación consideraciones sobre la tumba de Hiram, el traslado de su cuerpo, el laurel y el olivo, la llave, el punto en el centro del círculo, el ojo, la tetraktys, finalmente los símbolos propiamente cabalísticos, tan numerosos en los grados "de perfección": el árbol de las Sefiroth, el arca de la alianza, el candelabro de 7 brazos, los diez mandamientos. No sabemos si los Supremos Consejos sudamericanos han dado curso de alguna manera a las sugerencias, audaces es necesario decir, de "Magister". Es probable que no. Sin embargo este autor era muy consciente del hecho de que, según la fórmula bien conocida, "no está en el poder de nadie hacer innovaciones en el cuerpo de la Masonería". Y sus proposiciones no apuntaban a "modernizar los rituales" lo cual es la peor de las innovaciones, sino que por el contrario apuntaban a mantener o a restablecer elementos del "trabajo" masónico abandonados o simplemente olvidados. Las obras de "Magister" de las que acabamos de hablar son la expresión de una voluntad de reanudar con la tradición masónica. No se puede pues asimilar tales proposiciones a esas verdaderas falsificaciones que constituyen la obra de Anderson y la de Willermoz. Querríamos, antes de terminar este capítulo, hablar de dos usos, el primero desaparecido, el otro que tiende a extenderse en Francia, y que se pueden considerar si no como ritos en el verdadero sentido de esta palabra, al menos como prácticas perfectamente legítimas e incluso dignas de interés. Guénon ha hablado del "código masónico" y ha comentado el primer artículo de éste(6). Tenemos varias versiones de este código, todas las cuales son aminoraciones, por no decir degeneraciones moralizantes, de lo que debió ser al comienzo un "memento" del método iniciático de la Masonería, el cual se debía dar a conocer a los neófitos después de haberles comunicado los símbolos de la Orden, que constituyen la doctrina de ésta(7). Incluso si lo que nos ha llegado de este texto no es más que un "vestigio", estaría bien quizás conservar este vestigio (que podría también devenir un "germen"), hasta que los tiempos y las circunstancias permitan restituirle la plenitud de su "eficacia" original(8). Desde hace algunos años varias Logias francesas han adquirido la costumbre de leer, al final de la apertura de los trabajos, el prólogo del Evangelio según San Juan. Esta lectura se hace con cierta solemnidad, formando los dos Diáconos (o, a falta de estos, el Experto y el Maestro de Ceremonias), por encima del lector, un simulacro de "bóveda de acero". No hay en esto sino algo muy loable, a no ser que quizás, al término de su vida, muchos Hermanos sabrán de memoria el prólogo en cuestión, sin haber oído hablar jamás en Logia de los múltiples pasajes con resonancia iniciática del Evangelio de Juan, de los otros Evangelios y en general de todos los libros sagrados(9). John T. Lawrence ha hecho una sugerencia que nos parece mucho más juiciosa(10). Recordando que en el ritual inglés, el Venerable, al cierre de los trabajos, pregunta por tres veces si un Hermano tiene algo que proponer "por el bien de la Orden en general o del taller en particular", y que de ordinario nadie dice entonces palabra, aconseja que un Oficial pida la lectura de una sección del Libro de la Ley Sagrada. Si mencionamos esta propuesta de Lawrence, es porque, en todas las civilizaciones tradicionales, los Libros sagrados han sido considerados como la expresión de la Sabiduría divina. En los países latinos, en los cuales existe la misma pregunta del Venerable (pero formulada una sola vez, y siempre ordinariamente sin respuesta) a este rito le sigue la formación de la "cadena de unión" (expresión de la Fuerza comunitaria de los Hermanos) y después la circulación del Tronco de la Viuda (manifestación de su caridad, que es la virtud teologal correspondiente a la Belleza). Se ve que la proposición de Lawrence, junto a los usos de las Logias latinas, constituye un homenaje solemne al ternario "Sabiduría, Fuerza, Belleza", homenaje perfectamente en su lugar al cierre de los trabajos, y que ha existido realmente sin duda en una época más o menos lejana(11). Limitaremos aquí estas reflexiones sobre los rituales,
que constituyen en suma el simbolismo hablado, la "tradición oral"
de la Masonería. Este simbolismo oral ha sido mucho más maltratado
en el curso de los años que el simbolismo figurado, porque, transmitido
en principio de boca a oído, ha sido a menudo víctima de
la incomprensión de los transmisores. Pero para todo aquel, de la
escuela de René Guénon, que ha tomado conocimiento de las
reglas rigurosas de esta ciencia exacta que es el simbolismo universal,
no hay ninguna duda de que estas palabras a veces alteradas, estas fórmulas
enigmáticas y estas leyendas lo más a menudo inverosímiles
son los vestigios, debilitados pero siempre vivos, de una doctrina sublime
y de un método eficaz inspirados por una Sabiduría no humana(12).
Traducción:
Miguel A. Aguirre
|
|