Desde
hace algunos años, la obra de René Guénon tiene cierta
"audiencia", según la expresión usada en los medios "autorizados".
Dos cuadernos (Los dossiers H y L'Herne), un coloquio (Cerisy-la-Salle),
varios números especiales, una buena decena de biografías.
¿Para cuando, pues, un diccionario de la obra, una enciclopedia
práctica, incluso -¿por qué no?- un almanaque Guénon?
Desgraciadamente, la obra
de Guénon, que ha suscitado
tales ecos, no iba a dejar de ocasionar críticas. El mundo moderno,
tan hábil para la dialéctica -y podemos decir incluso que
ésta es toda su habilidad- tiene la costumbre de apoderarse de una
obra y pasarla por el tamiz de un pensamiento estrecho. Se aplicó
pues este procedimiento a la obra de Guénon, como a cualquier otra.
Tristemente...
Las críticas, es cierto, venían a menudo
del exterior, de aquellos que, afectados por el espíritu moderno,
no comprendían una sola palabra del lenguaje demasiado riguroso,
demasiado impersonal, de un hombre que rechazaba brillar a costa de la
verdad. Después, vinieron del interior, de aquellos mismos que después
de beber, por intermedio suyo, del océano de la ciencia esotérica,
terminaron quejándose por haberse mojado la barbilla.
Desde entonces se enfrentaron -y continúan enfrentándose-
las capillas: los guenonianos, los antiguenonianos y los guenólatras,
libraron combate alrededor de una treintena de obras y de varios centenares
de artículos, naturalmente con el objetivo de hacer triunfar la
verdad.
Que conste que no pretendemos
en absoluto poner fin a
estos combates de ideas. Pero nos gustaría hacer algunas observaciones
a este respecto.
Sería desde luego fastidioso retomar una a una
todas las críticas formuladas con motivo de la obra de René
Guénon. Y esto por varias razones: 1) La inmensa mayoría
de estas críticas son de una temible mediocridad intelectual, y
por esto mismo es inútil perder el tiempo con ellas. 2) Si "Allah
se basta a sí mismo" (Corán, II, 263), lo mismo ocurre con
la obra de Guénon, inspirada por la verdad única. 3) Puesto
que "hay cosas que, por su misma naturaleza, no pueden discutirse", ¿por
qué discutir de René Guénon?
Nuestras observaciones
podrían detenerse aquí.
Lo que es esencial, es que un "hombre" llamado Jesús de Nazareth
haya aparecido en Palestina, hace dos mil años; lo que es importante,
es que un profeta de nombre "Mohammad" haya venido a traer el Corán
revelado; igualmente lo que es importante -para nosotros, occidentales-
es que un hombre conocido bajo el nombre de René Guénon haya
aparecido al final del Kali-Yuga para darnos una oportunidad -por fin- de encontrar
un poco la luz en la edad de las tinieblas.
Contra esto, nada pueden
las críticas más
afinadas. Aquellos mismos que hoy formulan reservas sobre la obra, deberían
pensar en ello en lugar de perder su tiempo en vanas argucias. Por desgracia
la mayor parte de estos "espadachines", muy a menudo afectados de forma
permanente por veinte o treinta años de deformación escolar,
probablemente continuarán -por no haber asimilado lo esencial del
"mensaje guenoniano"- debatiendo tal o cual detalle que, como se dice hoy
en día en las universidades, "plantea problema".
Que se nos diga además, si realmente es tan cierto
que Guénon haya manifestado alguna laguna en un punto en particular
-lo cual, según nosotros, queda por demostrar-, ¿qué
atención merece todo ello? Es muy probable que Ramana Maharshi se
haya hecho también "reprender" por los pandits hindús, más
versados que él en las escrituras sagradas, con respecto a estos
famosos "detalles". Pero ¿qué valía su conocimiento
escrupuloso de los textos al lado de su conocimiento inmediato de la Verdad?
La mayor parte de las críticas contra René
Guénon emanan además de fariseos, "de esoteristas de salón",
de universitarios, o de intelectuales "Franco-culturales". Y, cuando provienen
de individualidades cuya calidad es más eminente, dan pena leerlas
o escucharlas.
Entre los múltiples ejemplos, y en razón
del lugar -forzosamente limitado- que este artículo ocupa, nos contentaremos
con volver a hablar de dos de ellos: Frithjof Schuon, y Alain Daniélou,
cuyas "reflexiones críticas" han dado lugar a los capítulos
del "dossier H", dossier tan brillante a veces como desafortunado. (Que
se nos explique por ejemplo qué sentido tienen ahí dentro,
las confusas elucubraciones filosófico parisinas de Michel-Le Bris...).
Sería fácil, naturalmente, comenzar por
algunas observaciones concernientes a las individualidades en cuestión,
y que podrían sorprender, si no fuera que las individualidades son
algo desdeñable en el tema que nos concierne. Sin embargo, ¿cómo
olvidar que el Sr. Schuon, por sólo citarle a él, se lo debe
todo o casi todo a René Guénon, que este último lo
recibió muy amablemente en el Cairo, y que Frithjof Schuon le enviaba
humildemente sus libros a fin de recibir las sugerencias del Sheikh Abdel
Wahed Yahia? ¿Y cómo no ver en la deliberada voluntad del
Sr. Schuon de romper con René Guénon, la consecuencia primera
de una individualidad, excepcionalmente dotada sin duda, pero afectada
por un curioso orgullo, así como la causa de sus futuros vagabundeos
metafísicos y sincréticos entre el Islam, el Cristianismo
y las tradiciones pieles rojas, vagabundeos que indujeron a muchos de sus
discípulos a alejarse de él?...
Queda la actitud intelectual
que es la única que
verdaderamente nos importa. La de Frithjof Schuon, en el artículo
de este "dossier H", aparece, hay que reconocerlo, extrañamente
hostil, y nos es imposible ver en ello solamente nobles razones. Este buen
doctor Freud habló sin duda de una clase de complejo de Edipo: los
hijos que quieren matar al padre, el discípulo que quiere matar
al maestro, Frithjof Schuon simplemente ha elegido una mala manera de ganar
su independencia, y lo lamentamos por él.
Muy a menudo sus reflexiones
hacen sonreir, lo que no
es poco en tiempos tan sombríos. Hay que decir que no le ahorra
nada a este "desgraciado René Guénon": "incongruencias",
"apariencia de un inmenso saber que no posee", "sorpresa ante puntos que
cualquier niño debería comprender", "falta del sentido de
lo humano concreto", "opiniones extravagantes", "afirmaciones problemáticas"...
¡Verdaderamente, uno se pregunta cómo un carácter tan
sutil como el del Sr. Schuon ha podido engañarse tanto tiempo acerca
de aquél que algunos años antes reconocía, sino como
su maestro, al menos como uno de ellos!
Sin embargo las aserciones
del Sr. Schuon deben también
ponerse en tela de juicio. Aparte de la malevolencia pura y simple, dan
la impresión de emanar de un ser mucho más inclinado a seguir
una vía mística que una vía propiamente iniciática,
lo que no es ningún reproche por nuestra parte, pero bastaría
para explicar muchos malentendidos. Cuando por ejemplo reprocha a René
Guénon que éste considere "la exaltación del sufrimiento
en el Cristianismo" como una desviación moderna, tenemos el derecho
de interrogarnos: ¿No sabe en efecto, que cualquier enviado, tradicionalmente,
puede ser considerado como un sacrificado, pero que esto no implica en
absoluto la exaltación del sufrimiento en tanto que tal, incluso
aunque ciertos místicos hayan querido hacer de ello una condición sine qua non de
su salvación individual? Además todos
los maestros espirituales están de acuerdo en condenar, no la ascesis,
sino las austeridades excesivas y el autocastigo corporal, que en la mayoría
de los casos sólo pueden ocasionar -aparte de algunos "poderes"
psíquicos- un fortalecimiento, sutil pero muy real, del ego.
En cuanto a reflexiones
tan piadosamente irónicas
como éstas: "Sufrir heroicamente en Dios, no es interesante (sobrentendido,
para Guénon), pues es profano, pero dar unos pasos sobre una alfombra
con símbolos en una logia masónica, ¡ésto si
que es interesante!" hubiéramos preferido que nos las ahorrara.
El sentimentalismo, es cierto, no está ausente de la entera obra
de Frithjof Schuon, obra que en muchos aspectos debemos reconocer que es
de un valor indiscutible.
Además ¿cómo puede el Sr. Schuon
equivocarse en este punto sobre la comparación hecha por René
Guénon entre las posibilidades respectivas del estado de vigilia
y del estado de sueño? Este último indicó que las
posibilidades del estado de sueño eran en un sentido superiores
a las del estado de vigilia, en tanto que menos limitativas, especialmente
desde el punto de vista de la modalidad corporal; y he aquí que
Frithjof Schuon monta su caballo de batalla para guiar la guerra santa:
"Así pues, dice, que un santo sueñe que es un criminal, o
que un criminal sueñe que es un santo, es 'metafísicamente'
equivalente, y el sueño de un criminal es incluso superior a la
realidad despierta del santo si el malhechor sueña que flota por
los aires, sin tener además la elección de soñar otra
cosa".
A ello podríamos responder con un argumento decisivo,
pero que probablemente disgustaría todavía a muchas sensibilidades.
Asimismo nos contentaremos con remarcar que el Sr. Schuon ha leído
mal a René Guénon, o bien, de la misma manera que acusa a
este último, que "lee en los documentos lo que desea encontrar en
ellos". Pues -que no le disguste al Sheikh Aïssa- René Guénon
no se refería ahí a un fenómeno particular, sino a
estos dos estados en su principio mismo, y ¿quién podría
poner en duda -o entonces, pondríamos en duda todas las enseñanzas
tradicionales- la superioridad relativa del estado de sueño, es
decir de la manifestación sutil, en relación con el estado
de vigilia, es decir con la manifestación grosera?
Podríamos continuar mucho tiempo, casi punto por
punto, refutando las afirmaciones contenidas en este artículo crítico,
pero este estudio sería muy largo y fastidioso para los lectores
de Vers la Tradition quienes sabrán por ellos mismos de qué se
trata.
Terminaremos sin embargo
con dos observaciones: cuando
Frithjof Schuon habla de "falta de sentido de lo humano concreto" en René
Guénon, olvida demasiado deprisa su estancia en el Cairo, así
como las decenas de testimonios que dan pruebas suficientes de la bondad
de René Guénon, así como de su rigor intelectual.
En fin, cuando se permite lanzar la duda en el espíritu de su lector
haciendo observaciones de este tipo: "Él (René Guénon)
me ha confesado no haber leído nunca al Maestro Eckhart", que sepa
bien que a aquellos que hayan asimilado la obra del Sheikh Abdel Wahed
Yahia les trae totalmente sin cuidado. Que René Guénon, quien
por lo demás cita al Maestro Eckhart, no haya leído la centésima
parte de los sermones del maestro renano, importa poco. A aquel que esté
en estado de comprender, una palabra le bastará. A quien esté
en las tinieblas, no le bastarán todos los sermones de la creación.
Esta última aserción probablemente está
en relación con la reflexión citada más arriba según
la cual Guénon "a menudo da la impresión de un saber inmenso
que no posee". Si Frithjof Schuon entiende por ello lo que se define generalmente
por el "saber", noción completamente profana, o incluso ciertos
conocimientos de detalle, por lo demás puramente librescos y teóricos,
podemos admitirlo perfectamente, y añadir enseguida que tampoco
nos importa. Si se trata de Conocimiento "¡esto nos recuerda, decía
el mismo Guénon, el caso de aquellos que se imaginan que no conocemos
o no comprendemos todo aquello de lo que nos abstenemos de hablar!"...
Las observaciones de Alain
Daniélou -que en sus
obras manifiesta una curiosa incomprensión de lo que ha convenido
en llamar el Monoteísmo- aunque más mesuradas y menos maliciosas
en su conjunto, no nos parecen mucho más estimables en el fondo.
Así, cuando reprocha a Guénon que se refiera exclusivamente
a la tradición védica, y que utilice "textos que los letrados
tradicionales consideran fantasiosos" uno duda haber leído bien.
¿De qué fantasías habla? ¿Fantasías
la Baghavad-Gîtâ? ¿Fantasías los Puranas? ¿Fantasías
los Upanishads? ¿Fantasías
los Brahma-Sutras? Fantasioso, Shankarâchârya?
Uno se queda atónito ante otras afirmaciones del
mismo tipo. "Desde el punto de vista de los representantes de la tradición
hindú, parecía que Guénon se creía demasiado
su papel de gran iniciado", o además: "Me ha parecido que Guénon,
al final de su vida, rodeado de discípulos que lo admiraban sin
reticencia, había terminado por considerarse a él mismo como
el único representante auténtico de la Tradición".
¿De qué representantes habla? Otros, también auténticos,
han afirmado con fuerza lo contrario, y han aprobado muy altamente la presentación
de las doctrinas vedánticas por Guénon. ¿Y de qué
discípulos? Guénon nunca ha tenido, y ha vivido solo hasta
el final de su vida. En cuanto a "pretender ser el heredero indiscutible
y autorizado de la tradición" hindú, no vemos como Guénon
habría podido tener el estúpido orgullo de considerarse el
único capaz de explicar las sutilezas de su tradición a los
hindúes.
Terminaremos con esta última "perla" de Alain Daniélou:
"Propuse a René Guénon contactar, si lo deseaba, con representantes
normalmente inaccesibles de la tradición esotérica hindú.
Me respondió: 'el hecho de haber ido o no a la India, no tiene absolutamente
ninguna importancia en lo que concierne a la comprensión interior
de la doctrina'".
¿Y qué?... ¿Ignora Alain Daniélou,
que son los hindúes los que han venido especialmente a Occidente
para contactar con René Guénon? ¿Ignora que son estos
mismos hindúes los que le han vinculado regularmente a su tradición,
y esto, a pesar de las dificultades casi insuperables que una vinculación
tal presenta para un no hindú? ¿Ignora en fin, que para un
ser que ha alcanzado un grado eminente como en el que se situaba René
Guénon, un viaje a la India no habría tenido efectivamente
más que un interés limitado?
Responder a la totalidad
de las críticas formuladas
aquí y allá y que, no lo dudamos, se multiplicarán
en los años venideros, "hasta el punto de seducir, si fuera posible,
hasta a los mismos elegidos", responder pues, exigiría varios volúmenes,
pero la verdad no ganaría nada con tanta dialéctica.
Los contradictores de Guénon, incluso los menos
mal intencionados, no se dan cuenta de hasta qué punto se convierten
en víctimas a su vez de la enfermedad del mundo moderno: el análisis
crítico indefinido; el cual, pase lo que pase, por su misma naturaleza
nunca puede conducir a ninguna síntesis, y por tanto a un real conocimiento.
De hecho podríamos decir a todos estos contradictores
que nos cansan un poco con René Guénon.
Pues en realidad ¿de qué se trata? ¿Comprenderemos
finalmente, sí o no, la suerte que ha supuesto para los occidentales
del siglo XX, la venida al mundo de un ser llamado René Guénon?
¿Seremos capaces de asimilar de una vez por todas la esencia del
mensaje guenoniano, es decir de la Tradición? ¿O preferiremos
jugar a los detectives aficionados descubriendo aquí o allá
las inevitables escorias de una obra tan gigantesca, y seguiremos discutiendo
sobre este magro botín hasta perderla de vista, ignorando el tesoro
mismo? A menos que adoptemos la actitud extrañamente sectaria y
formalista de ese lector de Vers la Tradition que nos invitaba,
autorizándose en la supuesta "conversión" de René
Guénon al Islam, a reconocer que en "1987: fuera del Islam no hay
salvación".
Hay en ello algo que se
parece al miedo a la verdad, a un rechazo a dejar el mundo tranquilizador
de la dialéctica, a preferir
lo psíquico a lo espiritual. Con lo cual estaríamos siendo
claramente hijos de nuestra época, más ligados a la corteza
que al núcleo.
Sí, toda la cuestión está en esto.
Y después, en fin, hay que hablar del "misterio Guénon",
un misterio al cual todos, en mayor o menor medida, nos hemos enfrentado
al descubrir su obra: ¡esta certidumbre implícita, esta fuerza
aplastante del mensaje tradicional expuesto en el estilo más impersonal,
el más puro! Ninguna obra en el siglo XX, aparte de la de René
Guénon, expresa con tanta potencia, evidencia y claridad, la trascendencia
absoluta del mensaje de la cual es el soporte y el vehículo. Guénon
no toca ni el corazón ni lo mental, nos pone en relación
directa con el intelecto.
Notables, las obras de
Frithjof Schuon, de Alain Daniélou
o de A. K. Coomaraswamy, pero sin embargo sólo tocan nuestra mente,
en sus aspectos superiores eso sí, pero nuestra mente a pesar de
todo. Guénon toca el intelecto.
El "misterio Guénon" es que, abriendo uno de sus
libros, no solamente entramos en contacto con las palabras, sino con la
Baraka inherente a cualquier obra de inspiración propiamente sagrada.
(Decimos "de inspiración" a propósito, y no texto sagrado).
Guénon, parco en confidencias, aludió sin
embargo discretamente a este misterio. Respondiendo a A. K. Coomaraswamy
sobre la cuestión de El Khidr, escribió "Tendría muchas
cosas que decir sobre ello, pero dudo que nunca las escriba, pues, de hecho,
este tema es de aquellos que me atañen un poco demasiado directamente...".
Además, ¿quién, leyendo a Guénon,
no se ha sentido, pase lo que pase, guiado en su camino iniciático?
Y esta "brújula infalible" de la que hablaba Michel Valsan, ¿no
es precisamente una de las funciones de El Khidr? ¿Qué otra
obra puede hoy en día provocar en un individuo calificado tal "fiat
lux" que su existencia entera sea trastornada?
Vayamos más lejos. Hace catorce siglos, el profeta
Mohammad -la paz sea en él- anunciaba: "Al comienzo del Islam, quien
omita una décima parte de la Ley se condenará; al final,
quien observe una décima parte de la Ley se salvará". Vivimos
en un tiempo en que mucho se podría apostar que desgraciadamente
llegará un día en que las formas tradicionales serán
casi destruidas por completo y que nos será difícil, aisladamente
permanecer íntegramente de acuerdo con las prescripciones exotéricas
de estas tradiciones. Si tenemos un poco de humildad, admitiremos fácilmente
que ya es el caso de muchos de nosotros, al menos en Occidente. ¿Quién,
en efecto, viviendo hoy en Occidente con todas las dificultades de orden
material pero también de orden psíquico que ello comporta
-poder abrumador del materialismo que nos alcanza en nuestra existencia
cotidiana por una multiplicidad de presiones financieras, de obligaciones
profesionales y familiares; hostilidad del medio; presiones constantes
de la prensa, de los medios de comunicación, del sistema escolar
a través de los niños que deben a toda costa integrarse a
él- quién puede pues pretender que respeta en todas partes,
siempre, infaliblemente, la letra de su tradición? Pocos sin duda.
Pero esto no es lo importante.
Ser un hombre tradicional
en el sentido en que Guénon lo entendía, no es obedecer escrupulosamente
la letra hasta el punto de "culpabilizarse" cuando se haya dejado -voluntariamente
o no- de respetar ciertas formas, tan necesarias y justificadas como sean.
Ser un hombre tradicional, es haber efectuado un día este giro de
180 grados, de retorno al centro, esta "conversión" en el sentido
verdadero de la palabra, y a partir de este día, vivir a cada instante,
sea lo que sea lo que nos espere en nuestros destinos particulares, en
la conciencia de lo real, en el "recuerdo", en esta certidumbre interior
de la cual la obra de Guénon es el testimonio manifiesto.
Sea cual sea el destino
asignado a cada una de las formas
tradicionales del presente ciclo, el espíritu no puede morir, y
¿qué obra aparte de la de Guénon podrá entonces
servir mejor de soporte y de guía a los individuos a los que su
vinculación iniciática y sus cualificaciones hayan destinado
a la esencial verdad?
Para el occidental del
siglo XX -y decimos, ante todo,
para éste- la obra de Guénon constituye una oportunidad.
Todavía más: una posibilidad eventual, en el futuro, de alcanzar
un conocimiento efectivo, y así pues al grado de iniciación
correspondiente, independientemente, no de la vinculación a una
tradición, sino de la observación de las formas más
exteriores de estas tradiciones, condenadas a una decadencia cierta, en
razón de las condiciones cíclicas.
Sabemos bien que se nos
reprochará estar en contradicción
con Guénon, quien ha tenido el cuidado de recordar la necesidad
de una práctica exotérica. Pero tampoco olvidamos su extraordinaria
lucidez cuando evocaba las crecientes dificultades que los tiempos impondrán
al ser que, en Occidente, se ligará a una vía iniciática;
ni sus advertencias contra la confusión, siempre posible, entre
los medios -contingentes- y el fin último. Esto, claro está,
no significa de ninguna manera que los ritos o los sacramentos sean inútiles,
ni que ya no vehiculen las fuerzas espirituales de las que son soportes,
lo que sería absurdo. Los ritos y los símbolos, que permiten
la puesta en acción de las influencias espirituales, son siempre
indispensables en la primera fase del trabajo iniciático. Pero la
fase terminal del ciclo en que estamos, por su no-conformidad con el orden
-no-conformidad completamente relativa en realidad, ya que nada puede jamás
estar en contradicción con el orden total- ya no permite lógicamente,
a la mayor parte de las individualidades, estar ellas mismas en perfecta
conformidad con este orden, sean cuales sean las penas que se lleguen a
experimentar. De alguna manera los compromisos que nos impone este Mundo,
al contrario, nos fuerzan cada vez más a privilegiar lo esencial,
el depósito interior que adquirimos para siempre.
Por otra parte, suponer
que, a un ser que se encuentre en unas condiciones de existencia tales que
la práctica de una forma
tradicional, en sus aspectos exteriores y visibles, le sea muy difícil
sino imposible, esto le imposibilite para siempre para alcanzar la realización
última, sería en verdad un contrasentido metafísico,
e incluso manifestaría una curiosa inversión del orden de
las cosas. Los medios, recuerda Guénon, son todos contingentes,
"podríamos desatenderlos y sin embargo únicamente con la
fijación constante del espíritu y de todas las fuerzas del
ser en el objetivo de esta realización, alcanzar finalmente este
objetivo supremo..." (en La Metafísica Oriental).
Negar esta posibilidad
sería querer limitar la
"Posibilidad universal" lo que sería propiamente absurdo. El error
que consiste en polarizarse entre las técnicas y los métodos
perdiendo de vista el fin último, es por lo demás bastante
común como para que no sea inútil aludir nuevamente a él.
Error tanto más frecuente en aquellos que, hoy en Occidente, pertenecen
a una tradición que posee una forma religiosa y dogmática.
En efecto ¿cómo podemos olvidar que en el interior del Islam
o de la Ortodoxia, existen tantas vías y accesos como en las tradiciones
no-religiosas, sino por un efecto de la ignorancia? ¿Cómo
olvidar las advertencias de Guénon contra cualquier sistematización?
¿Cómo olvidar que las tres vías del Hinduísmo
-Jnana, Bakthi, y Karma- tienen su correspondencia en otra parte? ¿Cómo
olvidar en fin lo que decía Guénon: "Hay quienes, para no
'divagar' en el sentido etimológico de esta palabra, tienen necesidad
de estar estrictamente tutelados, mientras que hay otros que no tienen
ninguna necesidad de ello; el dogma sólo es necesario para los primeros
y no para los segundos...". Que los que siguen escrupulosamente los ritos,
por ser ésta la vía que les conviene, no se imaginen pues
que los que adoptan otra aproximación están en contradicción
con las prácticas tradicionales, ni que actúan en función
de una simple tendencia de su individualidad que les lleva a descuidar
cualquier disciplina. La privación voluntaria de todo soporte, una
vez efectuada la vinculación iniciática y asimilada la enseñanza
correspondiente, puede ser, bien al contrario, por sí misma, la
más rigurosa de las disciplinas. Es en el fondo simplemente lo que
en la India se llama la vía directa, la vía del Jnana, del
conocimiento puro por la meditación y la discriminación,
y nadie podría decir, sin ir en contra del mensaje tradicional,
que se trata de una vía no-ortodoxa o destinada a las individualidades
cuyo orgullo les perdería hasta el punto de hacerles desatender
aquellas prácticas que, lo repetimos, no son más que los
instrumentos.
Una última palabra finalmente con respecto a los
ritos que algunos nos acusan -equivocadamente- de descuidar: ¿Se
han leído bien el estudio titulado "Silencio y soledad" de René
Guénon? Éste, tomando como punto de partida el ejemplo de
la "adoración silenciosa" en los indios de América del Norte,
¿no nos recuerda que los "ritos colectivos siempre tienen, en uno
u otro grado, algo de relativamente exterior"? En todas las tradiciones
en efecto, esta invocación interior, sin palabras, que está
considerada como la más alta, e incluso la única, en razón
de su correspondencia de naturaleza con el estado de no-manifestación,
permite alcanzar y realizar lo absoluto. ¿Debemos recordar de memoria
el ejemplo del Dhikr en el Islam que, en su grado más alto, no es
sino pura concentración interior fuera de cualquier formulación,
vocal o mental? Y Guénon añade que "el método del
que se trata, por lo mismo que se opone a cualquier dispersión de
las potencias del ser, excluye el desarrollo separado y más o menos
desordenado de tales o cuales de sus elementos, y especialmente el de los
elementos psíquicos cultivados de alguna manera por ellos mismos,
desarrollo que siempre es contrario a la armonía y al equilibrio
del conjunto". (R. Guénon: Mélanges, p. 46).
Por otro lado no vemos
por qué un ser que, en razón
de una conformidad de naturaleza, podría prescindir rápidamente
de prácticas más o menos exteriores, y librarse a la pura
contemplación, debiera seguir con estas mismas prácticas.
Sería tan absurdo como pedir a un hombre que va a subir una escalera,
que se lleve con él cada uno de los peldaños con el pretexto
de que le han ayudado a progresar hasta la cima. "Lo esencial, decía
Djalal O-din Rûmi, es captar el verdadero sentido, y ser uno mismo
el verdadero sentido". (en Le livre de Dedans).
Tal vez así se comprenda mejor lo que queríamos
decir al afirmar que la obra de Guénon aparece, en estos tiempos
de oscuridad y oscurantismo, como una verdadera misericordia. Permitiendo,
no solamente la asimilación de las bases teóricas indispensables
del conocimiento tradicional, sino igualmente, por la Baraka que vehicula,
la concentración de las potencias del ser, es susceptible de jugar
un papel todavía más eminente que el que ya ha jugado para
muchos de nosotros, operando de Fiat-Lux. Nos queda medir en un futuro
toda la extensión de esta misericordia y colocarnos bajo su influencia.
Interrumpimos aquí no obstante estas observaciones.
Ir más allá sería correr el riesgo de no ser comprendido
o de cometer un error debido a los límites de nuestra propia comprensión.
Por otra parte la verdad no tiene ninguna necesidad de nuestros esfuerzos
para imponerse por ella misma y tiene, por naturaleza, pocas palabras.
Guénon, muriendo en el Cairo pronuncia estas simples
palabras: "¡Alláh... Alláh!"
"¡Di Alláh, y déjalos en sus vanos
juegos!" (Corán, VI, 91).
Traducción:
Antonio Guri
|