El presente artículo fue publicado en la revista francesa Vers la Tradition "répandre la lumière et rassembler ce qui est épars" nº 36, junio-julio-agosto 1989. Ver aquí  el artículo de su director, Roland Goffin.
Antología de Textos Herméticos
PARA TERMINAR CON [LA POLEMICA SOBRE] RENE GUENON
JONAS
Desde hace algunos años, la obra de René Guénon tiene cierta "audiencia", según la expresión usada en los medios "autorizados". Dos cuadernos (Los dossiers H y L'Herne), un coloquio (Cerisy-la-Salle), varios números especiales, una buena decena de biografías. ¿Para cuando, pues, un diccionario de la obra, una enciclopedia práctica, incluso -¿por qué no?- un almanaque Guénon? 

Desgraciadamente, la obra de Guénon, que ha suscitado tales ecos, no iba a dejar de ocasionar críticas. El mundo moderno, tan hábil para la dialéctica -y podemos decir incluso que ésta es toda su habilidad- tiene la costumbre de apoderarse de una obra y pasarla por el tamiz de un pensamiento estrecho. Se aplicó pues este procedimiento a la obra de Guénon, como a cualquier otra. Tristemente... 

Las críticas, es cierto, venían a menudo del exterior, de aquellos que, afectados por el espíritu moderno, no comprendían una sola palabra del lenguaje demasiado riguroso, demasiado impersonal, de un hombre que rechazaba brillar a costa de la verdad. Después, vinieron del interior, de aquellos mismos que después de beber, por intermedio suyo, del océano de la ciencia esotérica, terminaron quejándose por haberse mojado la barbilla. 

Desde entonces se enfrentaron -y continúan enfrentándose- las capillas: los guenonianos, los antiguenonianos y los guenólatras, libraron combate alrededor de una treintena de obras y de varios centenares de artículos, naturalmente con el objetivo de hacer triunfar la verdad. 

Que conste que no pretendemos en absoluto poner fin a estos combates de ideas. Pero nos gustaría hacer algunas observaciones a este respecto. 

Sería desde luego fastidioso retomar una a una todas las críticas formuladas con motivo de la obra de René Guénon. Y esto por varias razones: 1) La inmensa mayoría de estas críticas son de una temible mediocridad intelectual, y por esto mismo es inútil perder el tiempo con ellas. 2) Si "Allah se basta a sí mismo" (Corán, II, 263), lo mismo ocurre con la obra de Guénon, inspirada por la verdad única. 3) Puesto que "hay cosas que, por su misma naturaleza, no pueden discutirse", ¿por qué discutir de René Guénon? 

Nuestras observaciones podrían detenerse aquí. Lo que es esencial, es que un "hombre" llamado Jesús de Nazareth haya aparecido en Palestina, hace dos mil años; lo que es importante, es que un profeta de nombre "Mohammad" haya venido a traer el Corán revelado; igualmente lo que es importante -para nosotros, occidentales- es que un hombre conocido bajo el nombre de René Guénon haya aparecido al final del Kali-Yuga para darnos una oportunidad -por fin- de encontrar un poco la luz en la edad de las tinieblas. 

Contra esto, nada pueden las críticas más afinadas. Aquellos mismos que hoy formulan reservas sobre la obra, deberían pensar en ello en lugar de perder su tiempo en vanas argucias. Por desgracia la mayor parte de estos "espadachines", muy a menudo afectados de forma permanente por veinte o treinta años de deformación escolar, probablemente continuarán -por no haber asimilado lo esencial del "mensaje guenoniano"- debatiendo tal o cual detalle que, como se dice hoy en día en las universidades, "plantea problema". 

Que se nos diga además, si realmente es tan cierto que Guénon haya manifestado alguna laguna en un punto en particular -lo cual, según nosotros, queda por demostrar-, ¿qué atención merece todo ello? Es muy probable que Ramana Maharshi se haya hecho también "reprender" por los pandits hindús, más versados que él en las escrituras sagradas, con respecto a estos famosos "detalles". Pero ¿qué valía su conocimiento escrupuloso de los textos al lado de su conocimiento inmediato de la Verdad? 

La mayor parte de las críticas contra René Guénon emanan además de fariseos, "de esoteristas de salón", de universitarios, o de intelectuales "Franco-culturales". Y, cuando provienen de individualidades cuya calidad es más eminente, dan pena leerlas o escucharlas. 

Entre los múltiples ejemplos, y en razón del lugar -forzosamente limitado- que este artículo ocupa, nos contentaremos con volver a hablar de dos de ellos: Frithjof Schuon, y Alain Daniélou, cuyas "reflexiones críticas" han dado lugar a los capítulos del "dossier H", dossier tan brillante a veces como desafortunado. (Que se nos explique por ejemplo qué sentido tienen ahí dentro, las confusas elucubraciones filosófico parisinas de Michel-Le Bris...). 

Sería fácil, naturalmente, comenzar por algunas observaciones concernientes a las individualidades en cuestión, y que podrían sorprender, si no fuera que las individualidades son algo desdeñable en el tema que nos concierne. Sin embargo, ¿cómo olvidar que el Sr. Schuon, por sólo citarle a él, se lo debe todo o casi todo a René Guénon, que este último lo recibió muy amablemente en el Cairo, y que Frithjof Schuon le enviaba humildemente sus libros a fin de recibir las sugerencias del Sheikh Abdel Wahed Yahia? ¿Y cómo no ver en la deliberada voluntad del Sr. Schuon de romper con René Guénon, la consecuencia primera de una individualidad, excepcionalmente dotada sin duda, pero afectada por un curioso orgullo, así como la causa de sus futuros vagabundeos metafísicos y sincréticos entre el Islam, el Cristianismo y las tradiciones pieles rojas, vagabundeos que indujeron a muchos de sus discípulos a alejarse de él?... 

Queda la actitud intelectual que es la única que verdaderamente nos importa. La de Frithjof Schuon, en el artículo de este "dossier H", aparece, hay que reconocerlo, extrañamente hostil, y nos es imposible ver en ello solamente nobles razones. Este buen doctor Freud habló sin duda de una clase de complejo de Edipo: los hijos que quieren matar al padre, el discípulo que quiere matar al maestro, Frithjof Schuon simplemente ha elegido una mala manera de ganar su independencia, y lo lamentamos por él. 

Muy a menudo sus reflexiones hacen sonreir, lo que no es poco en tiempos tan sombríos. Hay que decir que no le ahorra nada a este "desgraciado René Guénon": "incongruencias", "apariencia de un inmenso saber que no posee", "sorpresa ante puntos que cualquier niño debería comprender", "falta del sentido de lo humano concreto", "opiniones extravagantes", "afirmaciones problemáticas"... ¡Verdaderamente, uno se pregunta cómo un carácter tan sutil como el del Sr. Schuon ha podido engañarse tanto tiempo acerca de aquél que algunos años antes reconocía, sino como su maestro, al menos como uno de ellos! 

Sin embargo las aserciones del Sr. Schuon deben también ponerse en tela de juicio. Aparte de la malevolencia pura y simple, dan la impresión de emanar de un ser mucho más inclinado a seguir una vía mística que una vía propiamente iniciática, lo que no es ningún reproche por nuestra parte, pero bastaría para explicar muchos malentendidos. Cuando por ejemplo reprocha a René Guénon que éste considere "la exaltación del sufrimiento en el Cristianismo" como una desviación moderna, tenemos el derecho de interrogarnos: ¿No sabe en efecto, que cualquier enviado, tradicionalmente, puede ser considerado como un sacrificado, pero que esto no implica en absoluto la exaltación del sufrimiento en tanto que tal, incluso aunque ciertos místicos hayan querido hacer de ello una condición sine qua non de su salvación individual? Además todos los maestros espirituales están de acuerdo en condenar, no la ascesis, sino las austeridades excesivas y el autocastigo corporal, que en la mayoría de los casos sólo pueden ocasionar -aparte de algunos "poderes" psíquicos- un fortalecimiento, sutil pero muy real, del ego. 

En cuanto a reflexiones tan piadosamente irónicas como éstas: "Sufrir heroicamente en Dios, no es interesante (sobrentendido, para Guénon), pues es profano, pero dar unos pasos sobre una alfombra con símbolos en una logia masónica, ¡ésto si que es interesante!" hubiéramos preferido que nos las ahorrara. El sentimentalismo, es cierto, no está ausente de la entera obra de Frithjof Schuon, obra que en muchos aspectos debemos reconocer que es de un valor indiscutible. 

Además ¿cómo puede el Sr. Schuon equivocarse en este punto sobre la comparación hecha por René Guénon entre las posibilidades respectivas del estado de vigilia y del estado de sueño? Este último indicó que las posibilidades del estado de sueño eran en un sentido superiores a las del estado de vigilia, en tanto que menos limitativas, especialmente desde el punto de vista de la modalidad corporal; y he aquí que Frithjof Schuon monta su caballo de batalla para guiar la guerra santa: "Así pues, dice, que un santo sueñe que es un criminal, o que un criminal sueñe que es un santo, es 'metafísicamente' equivalente, y el sueño de un criminal es incluso superior a la realidad despierta del santo si el malhechor sueña que flota por los aires, sin tener además la elección de soñar otra cosa". 

A ello podríamos responder con un argumento decisivo, pero que probablemente disgustaría todavía a muchas sensibilidades. Asimismo nos contentaremos con remarcar que el Sr. Schuon ha leído mal a René Guénon, o bien, de la misma manera que acusa a este último, que "lee en los documentos lo que desea encontrar en ellos". Pues -que no le disguste al Sheikh Aïssa- René Guénon no se refería ahí a un fenómeno particular, sino a estos dos estados en su principio mismo, y ¿quién podría poner en duda -o entonces, pondríamos en duda todas las enseñanzas tradicionales- la superioridad relativa del estado de sueño, es decir de la manifestación sutil, en relación con el estado de vigilia, es decir con la manifestación grosera? 

Podríamos continuar mucho tiempo, casi punto por punto, refutando las afirmaciones contenidas en este artículo crítico, pero este estudio sería muy largo y fastidioso para los lectores de Vers la Tradition quienes sabrán por ellos mismos de qué se trata. 

Terminaremos sin embargo con dos observaciones: cuando Frithjof Schuon habla de "falta de sentido de lo humano concreto" en René Guénon, olvida demasiado deprisa su estancia en el Cairo, así como las decenas de testimonios que dan pruebas suficientes de la bondad de René Guénon, así como de su rigor intelectual. En fin, cuando se permite lanzar la duda en el espíritu de su lector haciendo observaciones de este tipo: "Él (René Guénon) me ha confesado no haber leído nunca al Maestro Eckhart", que sepa bien que a aquellos que hayan asimilado la obra del Sheikh Abdel Wahed Yahia les trae totalmente sin cuidado. Que René Guénon, quien por lo demás cita al Maestro Eckhart, no haya leído la centésima parte de los sermones del maestro renano, importa poco. A aquel que esté en estado de comprender, una palabra le bastará. A quien esté en las tinieblas, no le bastarán todos los sermones de la creación. 

Esta última aserción probablemente está en relación con la reflexión citada más arriba según la cual Guénon "a menudo da la impresión de un saber inmenso que no posee". Si Frithjof Schuon entiende por ello lo que se define generalmente por el "saber", noción completamente profana, o incluso ciertos conocimientos de detalle, por lo demás puramente librescos y teóricos, podemos admitirlo perfectamente, y añadir enseguida que tampoco nos importa. Si se trata de Conocimiento "¡esto nos recuerda, decía el mismo Guénon, el caso de aquellos que se imaginan que no conocemos o no comprendemos todo aquello de lo que nos abstenemos de hablar!"... 

Las observaciones de Alain Daniélou -que en sus obras manifiesta una curiosa incomprensión de lo que ha convenido en llamar el Monoteísmo- aunque más mesuradas y menos maliciosas en su conjunto, no nos parecen mucho más estimables en el fondo. Así, cuando reprocha a Guénon que se refiera exclusivamente a la tradición védica, y que utilice "textos que los letrados tradicionales consideran fantasiosos" uno duda haber leído bien. ¿De qué fantasías habla? ¿Fantasías la Baghavad-Gîtâ? ¿Fantasías los Puranas? ¿Fantasías los Upanishads? ¿Fantasías los Brahma-Sutras? Fantasioso, Shankarâchârya? 

Uno se queda atónito ante otras afirmaciones del mismo tipo. "Desde el punto de vista de los representantes de la tradición hindú, parecía que Guénon se creía demasiado su papel de gran iniciado", o además: "Me ha parecido que Guénon, al final de su vida, rodeado de discípulos que lo admiraban sin reticencia, había terminado por considerarse a él mismo como el único representante auténtico de la Tradición". ¿De qué representantes habla? Otros, también auténticos, han afirmado con fuerza lo contrario, y han aprobado muy altamente la presentación de las doctrinas vedánticas por Guénon. ¿Y de qué discípulos? Guénon nunca ha tenido, y ha vivido solo hasta el final de su vida. En cuanto a "pretender ser el heredero indiscutible y autorizado de la tradición" hindú, no vemos como Guénon habría podido tener el estúpido orgullo de considerarse el único capaz de explicar las sutilezas de su tradición a los hindúes. 

Terminaremos con esta última "perla" de Alain Daniélou: "Propuse a René Guénon contactar, si lo deseaba, con representantes normalmente inaccesibles de la tradición esotérica hindú. Me respondió: 'el hecho de haber ido o no a la India, no tiene absolutamente ninguna importancia en lo que concierne a la comprensión interior de la doctrina'". 

¿Y qué?... ¿Ignora Alain Daniélou, que son los hindúes los que han venido especialmente a Occidente para contactar con René Guénon? ¿Ignora que son estos mismos hindúes los que le han vinculado regularmente a su tradición, y esto, a pesar de las dificultades casi insuperables que una vinculación tal presenta para un no hindú? ¿Ignora en fin, que para un ser que ha alcanzado un grado eminente como en el que se situaba René Guénon, un viaje a la India no habría tenido efectivamente más que un interés limitado? 

Responder a la totalidad de las críticas formuladas aquí y allá y que, no lo dudamos, se multiplicarán en los años venideros, "hasta el punto de seducir, si fuera posible, hasta a los mismos elegidos", responder pues, exigiría varios volúmenes, pero la verdad no ganaría nada con tanta dialéctica. 

Los contradictores de Guénon, incluso los menos mal intencionados, no se dan cuenta de hasta qué punto se convierten en víctimas a su vez de la enfermedad del mundo moderno: el análisis crítico indefinido; el cual, pase lo que pase, por su misma naturaleza nunca puede conducir a ninguna síntesis, y por tanto a un real conocimiento. 

De hecho podríamos decir a todos estos contradictores que nos cansan un poco con René Guénon. 

Pues en realidad ¿de qué se trata? ¿Comprenderemos finalmente, sí o no, la suerte que ha supuesto para los occidentales del siglo XX, la venida al mundo de un ser llamado René Guénon? ¿Seremos capaces de asimilar de una vez por todas la esencia del mensaje guenoniano, es decir de la Tradición? ¿O preferiremos jugar a los detectives aficionados descubriendo aquí o allá las inevitables escorias de una obra tan gigantesca, y seguiremos discutiendo sobre este magro botín hasta perderla de vista, ignorando el tesoro mismo? A menos que adoptemos la actitud extrañamente sectaria y formalista de ese lector de Vers la Tradition que nos invitaba, autorizándose en la supuesta "conversión" de René Guénon al Islam, a reconocer que en "1987: fuera del Islam no hay salvación". 

Hay en ello algo que se parece al miedo a la verdad, a un rechazo a dejar el mundo tranquilizador de la dialéctica, a preferir lo psíquico a lo espiritual. Con lo cual estaríamos siendo claramente hijos de nuestra época, más ligados a la corteza que al núcleo. 

Sí, toda la cuestión está en esto. Y después, en fin, hay que hablar del "misterio Guénon", un misterio al cual todos, en mayor o menor medida, nos hemos enfrentado al descubrir su obra: ¡esta certidumbre implícita, esta fuerza aplastante del mensaje tradicional expuesto en el estilo más impersonal, el más puro! Ninguna obra en el siglo XX, aparte de la de René Guénon, expresa con tanta potencia, evidencia y claridad, la trascendencia absoluta del mensaje de la cual es el soporte y el vehículo. Guénon no toca ni el corazón ni lo mental, nos pone en relación directa con el intelecto. 

Notables, las obras de Frithjof Schuon, de Alain Daniélou o de A. K. Coomaraswamy, pero sin embargo sólo tocan nuestra mente, en sus aspectos superiores eso sí, pero nuestra mente a pesar de todo. Guénon toca el intelecto. 

El "misterio Guénon" es que, abriendo uno de sus libros, no solamente entramos en contacto con las palabras, sino con la Baraka inherente a cualquier obra de inspiración propiamente sagrada. (Decimos "de inspiración" a propósito, y no texto sagrado). 

Guénon, parco en confidencias, aludió sin embargo discretamente a este misterio. Respondiendo a A. K. Coomaraswamy sobre la cuestión de El Khidr, escribió "Tendría muchas cosas que decir sobre ello, pero dudo que nunca las escriba, pues, de hecho, este tema es de aquellos que me atañen un poco demasiado directamente...". 

Además, ¿quién, leyendo a Guénon, no se ha sentido, pase lo que pase, guiado en su camino iniciático? Y esta "brújula infalible" de la que hablaba Michel Valsan, ¿no es precisamente una de las funciones de El Khidr? ¿Qué otra obra puede hoy en día provocar en un individuo calificado tal "fiat lux" que su existencia entera sea trastornada? 

Vayamos más lejos. Hace catorce siglos, el profeta Mohammad -la paz sea en él- anunciaba: "Al comienzo del Islam, quien omita una décima parte de la Ley se condenará; al final, quien observe una décima parte de la Ley se salvará". Vivimos en un tiempo en que mucho se podría apostar que desgraciadamente llegará un día en que las formas tradicionales serán casi destruidas por completo y que nos será difícil, aisladamente permanecer íntegramente de acuerdo con las prescripciones exotéricas de estas tradiciones. Si tenemos un poco de humildad, admitiremos fácilmente que ya es el caso de muchos de nosotros, al menos en Occidente. ¿Quién, en efecto, viviendo hoy en Occidente con todas las dificultades de orden material pero también de orden psíquico que ello comporta -poder abrumador del materialismo que nos alcanza en nuestra existencia cotidiana por una multiplicidad de presiones financieras, de obligaciones profesionales y familiares; hostilidad del medio; presiones constantes de la prensa, de los medios de comunicación, del sistema escolar a través de los niños que deben a toda costa integrarse a él- quién puede pues pretender que respeta en todas partes, siempre, infaliblemente, la letra de su tradición? Pocos sin duda. 

Pero esto no es lo importante. Ser un hombre tradicional en el sentido en que Guénon lo entendía, no es obedecer escrupulosamente la letra hasta el punto de "culpabilizarse" cuando se haya dejado -voluntariamente o no- de respetar ciertas formas, tan necesarias y justificadas como sean. Ser un hombre tradicional, es haber efectuado un día este giro de 180 grados, de retorno al centro, esta "conversión" en el sentido verdadero de la palabra, y a partir de este día, vivir a cada instante, sea lo que sea lo que nos espere en nuestros destinos particulares, en la conciencia de lo real, en el "recuerdo", en esta certidumbre interior de la cual la obra de Guénon es el testimonio manifiesto. 

Sea cual sea el destino asignado a cada una de las formas tradicionales del presente ciclo, el espíritu no puede morir, y ¿qué obra aparte de la de Guénon podrá entonces servir mejor de soporte y de guía a los individuos a los que su vinculación iniciática y sus cualificaciones hayan destinado a la esencial verdad? 

Para el occidental del siglo XX -y decimos, ante todo, para éste- la obra de Guénon constituye una oportunidad. Todavía más: una posibilidad eventual, en el futuro, de alcanzar un conocimiento efectivo, y así pues al grado de iniciación correspondiente, independientemente, no de la vinculación a una tradición, sino de la observación de las formas más exteriores de estas tradiciones, condenadas a una decadencia cierta, en razón de las condiciones cíclicas. 

Sabemos bien que se nos reprochará estar en contradicción con Guénon, quien ha tenido el cuidado de recordar la necesidad de una práctica exotérica. Pero tampoco olvidamos su extraordinaria lucidez cuando evocaba las crecientes dificultades que los tiempos impondrán al ser que, en Occidente, se ligará a una vía iniciática; ni sus advertencias contra la confusión, siempre posible, entre los medios -contingentes- y el fin último. Esto, claro está, no significa de ninguna manera que los ritos o los sacramentos sean inútiles, ni que ya no vehiculen las fuerzas espirituales de las que son soportes, lo que sería absurdo. Los ritos y los símbolos, que permiten la puesta en acción de las influencias espirituales, son siempre indispensables en la primera fase del trabajo iniciático. Pero la fase terminal del ciclo en que estamos, por su no-conformidad con el orden -no-conformidad completamente relativa en realidad, ya que nada puede jamás estar en contradicción con el orden total- ya no permite lógicamente, a la mayor parte de las individualidades, estar ellas mismas en perfecta conformidad con este orden, sean cuales sean las penas que se lleguen a experimentar. De alguna manera los compromisos que nos impone este Mundo, al contrario, nos fuerzan cada vez más a privilegiar lo esencial, el depósito interior que adquirimos para siempre. 

Por otra parte, suponer que, a un ser que se encuentre en unas condiciones de existencia tales que la práctica de una forma tradicional, en sus aspectos exteriores y visibles, le sea muy difícil sino imposible, esto le imposibilite para siempre para alcanzar la realización última, sería en verdad un contrasentido metafísico, e incluso manifestaría una curiosa inversión del orden de las cosas. Los medios, recuerda Guénon, son todos contingentes, "podríamos desatenderlos y sin embargo únicamente con la fijación constante del espíritu y de todas las fuerzas del ser en el objetivo de esta realización, alcanzar finalmente este objetivo supremo..." (en La Metafísica Oriental). 

Negar esta posibilidad sería querer limitar la "Posibilidad universal" lo que sería propiamente absurdo. El error que consiste en polarizarse entre las técnicas y los métodos perdiendo de vista el fin último, es por lo demás bastante común como para que no sea inútil aludir nuevamente a él. Error tanto más frecuente en aquellos que, hoy en Occidente, pertenecen a una tradición que posee una forma religiosa y dogmática. En efecto ¿cómo podemos olvidar que en el interior del Islam o de la Ortodoxia, existen tantas vías y accesos como en las tradiciones no-religiosas, sino por un efecto de la ignorancia? ¿Cómo olvidar las advertencias de Guénon contra cualquier sistematización? ¿Cómo olvidar que las tres vías del Hinduísmo -Jnana, Bakthi, y Karma- tienen su correspondencia en otra parte? ¿Cómo olvidar en fin lo que decía Guénon: "Hay quienes, para no 'divagar' en el sentido etimológico de esta palabra, tienen necesidad de estar estrictamente tutelados, mientras que hay otros que no tienen ninguna necesidad de ello; el dogma sólo es necesario para los primeros y no para los segundos...". Que los que siguen escrupulosamente los ritos, por ser ésta la vía que les conviene, no se imaginen pues que los que adoptan otra aproximación están en contradicción con las prácticas tradicionales, ni que actúan en función de una simple tendencia de su individualidad que les lleva a descuidar cualquier disciplina. La privación voluntaria de todo soporte, una vez efectuada la vinculación iniciática y asimilada la enseñanza correspondiente, puede ser, bien al contrario, por sí misma, la más rigurosa de las disciplinas. Es en el fondo simplemente lo que en la India se llama la vía directa, la vía del Jnana, del conocimiento puro por la meditación y la discriminación, y nadie podría decir, sin ir en contra del mensaje tradicional, que se trata de una vía no-ortodoxa o destinada a las individualidades cuyo orgullo les perdería hasta el punto de hacerles desatender aquellas prácticas que, lo repetimos, no son más que los instrumentos. 

Una última palabra finalmente con respecto a los ritos que algunos nos acusan -equivocadamente- de descuidar: ¿Se han leído bien el estudio titulado "Silencio y soledad" de René Guénon? Éste, tomando como punto de partida el ejemplo de la "adoración silenciosa" en los indios de América del Norte, ¿no nos recuerda que los "ritos colectivos siempre tienen, en uno u otro grado, algo de relativamente exterior"? En todas las tradiciones en efecto, esta invocación interior, sin palabras, que está considerada como la más alta, e incluso la única, en razón de su correspondencia de naturaleza con el estado de no-manifestación, permite alcanzar y realizar lo absoluto. ¿Debemos recordar de memoria el ejemplo del Dhikr en el Islam que, en su grado más alto, no es sino pura concentración interior fuera de cualquier formulación, vocal o mental? Y Guénon añade que "el método del que se trata, por lo mismo que se opone a cualquier dispersión de las potencias del ser, excluye el desarrollo separado y más o menos desordenado de tales o cuales de sus elementos, y especialmente el de los elementos psíquicos cultivados de alguna manera por ellos mismos, desarrollo que siempre es contrario a la armonía y al equilibrio del conjunto". (R. Guénon: Mélanges, p. 46). 

Por otro lado no vemos por qué un ser que, en razón de una conformidad de naturaleza, podría prescindir rápidamente de prácticas más o menos exteriores, y librarse a la pura contemplación, debiera seguir con estas mismas prácticas. Sería tan absurdo como pedir a un hombre que va a subir una escalera, que se lleve con él cada uno de los peldaños con el pretexto de que le han ayudado a progresar hasta la cima. "Lo esencial, decía Djalal O-din Rûmi, es captar el verdadero sentido, y ser uno mismo el verdadero sentido". (en Le livre de Dedans). 

Tal vez así se comprenda mejor lo que queríamos decir al afirmar que la obra de Guénon aparece, en estos tiempos de oscuridad y oscurantismo, como una verdadera misericordia. Permitiendo, no solamente la asimilación de las bases teóricas indispensables del conocimiento tradicional, sino igualmente, por la Baraka que vehicula, la concentración de las potencias del ser, es susceptible de jugar un papel todavía más eminente que el que ya ha jugado para muchos de nosotros, operando de Fiat-Lux. Nos queda medir en un futuro toda la extensión de esta misericordia y colocarnos bajo su influencia. 

Interrumpimos aquí no obstante estas observaciones. Ir más allá sería correr el riesgo de no ser comprendido o de cometer un error debido a los límites de nuestra propia comprensión. Por otra parte la verdad no tiene ninguna necesidad de nuestros esfuerzos para imponerse por ella misma y tiene, por naturaleza, pocas palabras. 

Guénon, muriendo en el Cairo pronuncia estas simples palabras: "¡Alláh... Alláh!" 

"¡Di Alláh, y déjalos en sus vanos juegos!" (Corán, VI, 91).
 

Traducción: Antonio Guri 
 
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