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con la que encanta los ojos de los hombres y despierta a quienes él quiere, obligó a marcharse a los espíritus de los pretendientes. Ante una señal suya, todos revolotearon, chillando
El los condujo hacia abajo por rutas húmedas y
malsanas, sobre
Bella y dorada es la vara que posee estas cualidades. Establece una distancia entre el Dios y el tenebroso pulular de almas-murciélagos. Con seguridad, esta vara también aparece como horriblemente inquietante si, como Horacio, la examinamos desde el punto de vista de quienes son conducidos a otra parte:
La sangre no retorna a la sombra sin forma, La siniestra hueste con la que él marcha abajo En oídos sordos contra su muerte suplica. (Odas, Libro I, XXIV.)
Tu dorada vara los tenues espectros conduce; ¡Bendito poder! por todos tus Hermanos bendecido, tanto Arriba, como Abajo. (Odas, Libro I, X.) La Odisea no es un poema de la vida heroica, en el que se destaque por completo, como fondo, la fuerza definitiva e irrevocable, sino más bien el poema de una clase de vida impregnada de muerte, en la que esta última se halla continua e incesantemente presente. En este caso, los dos polos -la vida y la muerte- se fusionan. El mundo de la Odisea es una existencia que fluye y está continuamente en contacto con la muerte, como si fuera la trama y la urdimbre. Consiste, de por sí, tanto en lo del fondo como en lo subterráneo, y en los grandes abismos de debajo y detrás. Odiseo se desplaza continuamente sobre y a través de ellos. Pero no sólo su existencia se caracteriza por este movimiento en la Odisea; también Telémaco se cierne entre la vida y la muerte, igual que los pretendientes. Especialmente atrapada en esto que pende, está la que aguarda, o sea, Penélope. Pero en el sentido más apropiado y estricto, es Odiseo quien se halla suspendido sobre abismos y fosas.(1) A la Odisea ya la llamamos un viaje epopéyico, y ahora debemos imaginar esa realidad que a menudo se experimenta y consiste en una "expedición" de carácter especial, para distinguirla de un "paseo" o un "viaje". Odiseo no es un "viajero". Es un "expedicionario", (aunque esto sea a veces "a pesar de él mismo"), no simplemente porque se desplaza de un sitio a otro, sino debido a su situación existencial. El viajero, a pesar de su movimiento, se apega a una base sólida, aunque no se halle estrictamente circunscripta. Con cada paso que da, toma posesión de otro trozo de tierra. Por supuesto, esta toma de posesión es solamente psicológica. En la medida en que, con cada extensión del horizonte, él también se expande, asimismo se expande continuamente su reclamo de posesión de la tierra. Sin embargo, permanece siempre atado a una tierra sólida debajo de sus pies, e incluso busca la compañía de los humanos. En cada hogar que encuentra reivindica para sí una suerte de ciudadanía innata. Para los griegos, ese forastero que se acerca es kat'exochen ("una destacada eminencia") y hiketes ("quien viene a buscar protección", "un suplicante" o "fugitivo"). Su guardián no es Hermes, sino Zeus, el Dios del vastísimo horizonte y del suelo más firme. En cambio, la situación del expedicionario es definida por el movimiento y la fluctuación. A alguien más profundamente arraigado, e incluso para el viajero, le parece estar siempre en fuga. En realidad, él mismo se hace desaparecer ("se volatiliza") para todos, y también para sí mismo. Todo lo que le rodea se torna para él espectral e improbable, e incluso su propia realidad se le presenta como fantasmal. El movimiento lo absorbe por completo, pero nunca lo hace la comunidad que le ataría aquí abajo. Sus compañeros son los de la expedición, no los que él quiere llevar a su casa, como Odiseo a sus camaradas, sino aquellos con los que él se junta, como se dice de Hermes en la Ilíada (Libro XXIV, 334-335). Con los compañeros de la expedición, experimentamos una apertura hasta el punto de la más pura desnudez, como si quien integrara la expedición hubiera dejado detrás todo asomo de ropa o abrigo. ¿No es verdad que emprenden una expedición nupcial (Hochzeitsreise) quienes actualmente desean librarse de las ataduras de la comunidad en la que se criaron y con la que se hallan íntimamente ligados, y quieren franquearse uno al otro, sin reservas ni límites, como dos almas desnudas? ¿Esta expedición no es un "Heimfürung" ("llevar" la novia "a casa"), al igual que un "Entfürung" ("fuga"), y en consecuencia, también "hermética"? Partir en expedición es la mejor condición para amar. Los barrancos sobre los que el "volatilizado" pasa como un espectro pueden ser los abismos de los enamoramientos increíbles: las islas y hondonadas de Circe y Calipso; también pueden ser abismos en el sentido de que no hay posibilidad de hallarse en suelo firme, sino solamente de seguir cerniéndose entre la vida y la muerte. Aquel expedicionario se siente cómodo cuando está en marcha, cómodo en el camino mismo, y el camino no ha de entenderse como un nexo entre dos puntos definidos de la superficie terrestre, sino como un mundo en especial. Es el antiguo mundo del sendero, y también de los "húmedos senderos" (los hygra keleutha) del mar, que son, sobre todo, los caminos genuinos de la tierra. Pues, a diferencia de las carreteras romanas que atravesaban sin piedad las campiñas, esos caminos serpenteantes, de líneas aparentemente entretejidas irracionalmente, corren formando los contornos de la tierra, devanándose, pero conduciendo a todas partes. El hecho de que se abran hacia todos los sitios forma parte de su modo de ser. No obstante ello, constituyen un mundo por derecho propio, un ámbito intermedio en el que una persona, en ese estado "volatilizado", tiene acceso a todo. Quien se desplaza familiarmente por este mundo-del-camino tiene a Hermes como su Dios, pues aquí se describe el aspecto más saliente del mundo de Hermes. Hermes se halla constantemente en marcha: él está enodios ("a la vera del camino") y es hodios ("perteneciente a la expedición"), y nos encontramos con él en todos los senderos. El está constantemente en movimiento; hasta cuando está sentado, nos damos cuenta de su impulso dinámico para seguir moviéndose, como alguien observó con agudeza refiriéndose a su hercúlea imagen de bronce.(2) Su papel de líder y guía suele ser citado y celebrado, y, al menos desde la época de la Odisea, también le llaman angelos ("mensajero"): el mensajero de los Dioses. Tendríamos que dedicar especial atención al oficio de mensajero divino si quisiéramos agotar todo lo que esto significa. Tan sólo como insinuando esto, mencionaremos que también Hécate, igual que Hermes, puede transportar almas (siendo ambos guardianes del averno), y ella es también un angelos. También Iris tiene un nexo con esta Diosa, establecido por la presencia de su culto en la isla de Hécate, cerca de Delos. Sin embargo, a la esencia de Iris pertenece la señal celestial inalcanzablemente lejana, como lo es el arco iris, cuyo nombre ella lleva. De esta manera, ella encuadra en el mundo de la Ilíada como una mensajera de los Dioses. "Noticias" ("Angelia") -una hija de Hermes, según Píndaro- desciende de los Dioses con más frecuencia cuando se abren las fronteras entre la vida y la muerte, el tiempo y la eternidad, y la tierra y el Olimpo. Y se abren fácilmente cuando están tan "volatilizadas" como en el mundo de la Odisea. Descubrimos que los Dioses enviaron a Hermes para que viera a Egisto con una advertencia, aunque fue en vano (Libro I, 38). Y le vemos correr hacia Calipso con la orden de Zeus:
para atar sus bellas sandalias, de ambrosía y oro, que le transportan sobre el agua y sobre tierras sin fin en el silbido del viento, y tomó la vara con la que adormece -o cuando quiere, despierta- los ojos de los hombres. Y blandiendo la vara paseó por los aires, descendió de Pieria, bajó hasta el nivel del mar, y giró hasta rozar el oleaje. Una gaviota que ronda entre las crestas de las olas del desolado mar se zambulle en procura de peces, y lava sus alas; sin ir más alto que las olas espumosas, Hermes voló hasta la isla lejana que yacía delante... (Libro V, páginas 37 a 49) Traducción
Héctor V. Morel
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