Debemos
hacer frente a ciertos hechos tocantes al estado espiritual de nuestra
civilización. Uno de ellos, demasiado obvio para que sea necesario
ponerlo de relieve, es que en la práctica nuestras instituciones
religiosas no proporcionan la sabiduría ni el poder para enfrentar
a las categorías políticas, económicas y psicológicas
en que nos encontramos viviendo. Apenas puede existir la menor duda de
que, de seguir el camino que ha tomado, el resultado final de la "conquista
de la naturaleza", el progreso científico y el imperialismo cultural
del hombre de Occidente será un "estado último peor que el
primero", peor que la supuesta barbarie con que comenzó la historia
de Europa. Las condiciones actuales de la civilización occidental
amenazan al mundo con peligros que pesan mucho más que sus muchas
realizaciones y beneficios.
Otro hecho, mucho menos obvio, es que nuestra expansión
cultural nos ha proporcionado, involuntariamente, una gran oportunidad
espiritual. Al tratar de asegurar nuestra dominación política,
económica y cultural sobre los pueblos de Asía, silenciosa
pero poderosamente, el Oriente nos ha invadido en la esfera del espíritu.
El pensamiento occidental empieza a sentir la influencia de lo que llamamos
"filosofía y religión" orientales; sin embargo este hecho
no nos preocupa en serio en tanto consideramos que su influencia se limita
a unos pocos eruditos o a cultistas y snobs. No obstante, cada vez se habla
más de la "contribución del antiguo Oriente a la cultura
moderna". Pero aunque los occidentales de buen juicio están acordes
en que hay algo que tenemos que aprender de la sabiduría oriental,
la mayor parte opina que este algo es sólo un refinamiento de nuestro
modo de vida, que es ya muy superior.
Es sorprendente la absoluta seguridad que tiene el hombre
occidental de su superioridad espiritual y cultural, si consideramos que
nuestro modo de vida parece conducirnos al desastre. Podríamos esperar
esta actitud de los que no creen en el espíritu, de nuestros humanistas
y racionalistas que consideran que el laicismo del mundo moderno es un
bien; pero es realmente trágico descubrir la misma actitud en la
mayoría de los conductores de la religión cristiana. En verdad,
el temor y la incomprensión que muchos de ellos muestran hacia la
sabiduría oriental es uno de los signos más importantes de
nuestra debilidad y ceguera espirituales.
Ha llegado el momento en que los cristianos deben considerar
seriamente las tradiciones espirituales de Asia, reconocer que su presencia
entre nosotros es nada menos que providencial, comprender, y llegar a un
acuerdo. con ellas. Con esto no se pide ninguna alteración doctrinal
del cristianismo, ni tampoco una "fusión de religiones en una fe
común", pues, como se mostrará en los capítulos siguientes,
tradiciones espirituales como el vedismo, el budismo y el taoísmo
no son religiones en sentido estricto y no puede considerarse que hayan
de competir con el cristianismo.
La sabiduría que Asia nos ofrece encierra no sólo
la más profunda comprensión de la vida que puede tener el
espíritu humano, sino también un conocimiento esencial al
orden y a la cordura de la humanidad. En alguna de mis obras anteriores,
especialmente en Behold the Spirit, he tratado de mostrar cómo
esta sabiduría podría, por decirlo así, ser entretejida
en la trama del cristianismo. He llegado a comprender, sin embargo, que
este entretejimiento no es satisfactorio, pues "el hombre no ha de usar
telas nuevas en vestiduras viejas". El cristianismo no necesita adiciones
ni amplificaciones que provengan desde fuera, y sólo llevaría
a la confusión el intento de incorporarle cualquier doctrina oriental,
como si los dos tipos de doctrina fueran del mismo orden. Es como tratar
de intercalar fragmentos de una sinfonía en medio de una danza.
Lo adecuado es colocar a una al lado de la otra y relacionarlas por analogía
en vez de mezclarlas.
A pesar de que en Behold the Spirit traté
de evitar la mezcla distinguiendo entre la forma y el significado del dogma,
el plan no tuvo éxito completo. Es tan general la suposición
de que el significado del dogma corresponde ya a la teología, que
dio que pensar que yo trataba de introducir una teología extraña,
si no un dogma extraño. Muchos creyeron, por consiguiente, que la
introducción de cierto tipo de misticismo en la estructura de la
teología cristiana amenazaba romper esa estructura, aniquilar su
esencial énfasis histórico y sacramental. Creo que esta crítica
se justifica en cierto sentido.
Pero este tipo de confusión tiene una larga historia.
No sólo en los últimos años hemos intentado comprender
las tradiciones orientales como religiones y teologías comparables
a las nuestras, intento que nos ofuscó por completo. También
ocurre que ciertos residuos de estas tradiciones han penetrado en la teología
cristiana, a través de las fuentes griegas, desde los tiempos más
antiguos, sin haber sido nunca adecuadamente asimilados ni comprendidos.
Por ejemplo, uno de esos residuos es el concepto estricto de eternidad
como intemporalidad, y no como perennidad. Hemos tratado de incorporar
éste y otros conceptos similares a nuestra teología, en el
mismo marco de doctrina, sin comprender que esto es tratar de hablar dos
idiomas completamente diferentes al mismo tiempo. Una teología que
se ocupa de ideas dogmáticas, históricas y sacramentales
es una aproximación a la realidad completamente distinta de un "misticismo
metafísico". Los tipos de lenguaje no se pueden mezclar sin que
se produzca una confusión sin remedio, confusión que se halla
en la raíz de las mayores dificultades del pensamiento teológico.
Además, el hecho de que el hombre occidental no haya percibido esta
diferencia, es el resultado de una cierta "ceguera metafísica" que,
como trataré de mostrar, es la debilidad más seria de nuestra
civilización.
Hay un reino de sabiduría espiritual que la religión,
tal como la conocemos, sólo puede expresar por analogía.
Cuando tratamos de hablar de él más directamente, debemos
ir más allá del lenguaje religioso, más allá
de las formas de pensamiento que pueden usar legítimamente el dogma,
el sacramento y la teología. Es una sabiduría que no choca
con la religión ni la reemplaza, porque en cierto sentido está
fuera de la esfera religiosa. Su jurisdicción es un misterio con
el que la religión, como tal, no guarda relación directa,
ni tampoco tiene sobre él una doctrina oficial, pues no es posible
expresarlo directamente en lenguaje típicamente religioso. Pero
aunque se encuentra más allá de la esfera religiosa, la religión
lo interpreta como un bailarín interpreta la música. Sin
embargo somos en general sordos para esta música y por ello la mayor
parte de nosotros debemos confiar en la religión para lograr la
única relación que podemos tener con ella en esta vida. No
obstante, para que la danza que es la religión tenga espíritu
y fuerza, al menos los que la dirigen deben percibir la melodía.
En sí misma esta sabiduría posee una gloria
imposible de describir. Pero el único lenguaje humano que de alguna
manera puede exponerla de un modo inteligible y directo es árido
y frío en comparación con el lenguaje religioso. Es un lenguaje
negativo que emplea conceptos difíciles de concebir, tales como
los de lo estrictamente infinito y la eternidad. Trata de expresar aquella
profundidad interior de la conciencia que no es accesible al pensamiento
ni al sentimiento porque se halla detrás de ellos. Es el lenguaje
usado en aquel texto fundamental del misticismo católico, la Theologia
Mystica de San Dionisio, el lenguaje de aquella "nube de lo desconocido",
en que más allá del calor, la pasión y la confortación
de las imágenes religiosas, la cima más elevada del ser del
hombre toca lo infinito.
En este reino se trascienden, aunque no se destruyen,
las distinciones religiosas y teológicas. Aquí el cristiano
y el hindú hablan una lengua extraña, que no debemos confundir
con la terminología de la teología oficial y las Escrituras.
Aun cuando este reino puede resultar difícil y
oscuro por exceso de luz, no es un sendero exótico del espíritu
que carezca de importancia para el conjunto de la humanidad. Por el contrario,
aquí el hombre comprende efectivamente su sentido y su destino últimos.
El número relativamente pequeño que alguna vez alcanza este
punto nos asegura a los demás la eterna cordura. Está espiritualmente
muerta la sociedad o la iglesia que no les concede una posición
central, que teme su doctrina y oculta su luz.
Aunque esta sabiduría prevalece en Asia mucho menos
de lo que se supone, por lo menos es (o era) respetada. Pero en nuestros
círculos eclesiásticos generalmente se considera excéntricos
y algo locos, y a veces herejes peligrosos, a los que muestran algún
interés por ella. Cuando la religión ignora este centro vital
de la vida espiritual del hombre y lo considera excéntrico, la Iglesia
cae necesariamente en la impotencia y la desunión. Pierde su verdadero
centro. Así los cristianos tratan ahora de lograr la reunión
y restaurar el poder espiritual de la Iglesia mediante un remolino de actividad
que sólo afecta a la periferia de las cosas. Esta actividad puede
ser importante y necesaria, pero, cuando no se relaciona con el centro
vital es casi completamente inútil. No existe aquella certidumbre
metafísica y aquel sentimiento profundo de la proporción
y el sentido, sin los males los problemas de la teología y la moral
que dividen a los cristianos entre sí y del resto del mundo, y estos
no se pueden ver en su verdadera luz.
Es muy difícil explicar esta sabiduría con
palabras que no se confundan con los "ismos" teológicos y filosóficos
con los que no guarda ninguna semejanza. En realidad es tan difícil
expresarla de alguna manera al escribir, que quien trata de hacerlo sólo
puede lograr la conciencia de los defectos de su esfuerzo. Pero la tragedia
de los cristianos confundidos, debilitados y sinceramente alarmados, que
desconocen la fuente esencial de la fuerza espiritual, hace necesario este
intento. Yo no pretendo haber expresado adecuadamente este misterio último
ni haber resuelto los problemas numerosos y difíciles de su relación
con la Iglesia y la sociedad. Sería imposible que en el curso de
su vida un hombre cumpliera esta tarea, y así ofrezco mi trabajo
para que otros puedan seguir adelante. Nadie debe considerar que una determinada
comprensión de estas cuestiones sea una conquista que le pertenezca
en propiedad.
Yo no creo que sea virtud necesaria al filósofo
pasar toda su vida defendiendo una posición consecuente. Seguramente
implica cierto orgullo espiritual abstenerse de "pensar en voz alta", y
no estar dispuesto a publicar una tesis hasta no estar preparado para defenderla
hasta la muerte. La filosofía, como la ciencia, es una función
social, pues el hombre aislado no puede pensar rectamente, y el filósofo
debe publicar su pensamiento, tanto para aprender de la crítica
como para contribuir al conjunto del saber. Por consiguiente, si alguna
vez hago afirmaciones de un modo autoritario y dogmático, lo hago
buscando la claridad y sin pretender ser un oráculo.
Desde la aparición de Behold the Spirit
la obra de dos autores me ha asistido considerablemente en mi trabajo;
y en ciertos aspectos, ellos han hecho cambiar profundamente mi concepción
del alcance y la naturaleza de las doctrinas orientales y su relación
con el cristianismo; son René Guénon y Ananda Coomaraswamy,
ya fallecido. Quiero aprovechar esta oportunidad para expresar mi deuda
con estos dos hombres. Al mismo tiempo, no es sino lealtad hacia ellos
decir que aunque esta obra muestra su influencia, no pretende de ningún
modo ser una representación fiel de sus concepciones sobre los temas
expuestos.
También quiero agradecer el gran estímulo
que esta obra ha recibido de Meeting of East and West, del Dr. F.
S. C. Northrop, y de sus prudentes críticas, a través de
la correspondencia, a la posición de Behold the Spirit. Aunque
hay algunos puntos importantes en los que no puedo convenir con él,
su obra me ha ayudado a ver con más claridad algunos de los problemas.
Es un placer también reconocer la ayuda y la crítica
que esta obra ha recibido de mi esposa, y de algunos de mis discípulos
que han leído el manuscrito, especialmente Mr. Carlton Gamer, Miss
Dorothy DeWitt y Mrs. Carl Pischel, así como de otros que han discutido
largamente conmigo su contenido y con sus preguntas me ayudaron a aclarar
muchos puntos de la exposición. |