Proclo (412-485 d. C.), sucesor de sus maestros Plutarco y Siriano al frente de la Academia de Atenas, la presidió durante más de 40 años, en tanto que diádokos o sucesor de Platón. De su obra inmensa se ha conservado varios libros que representan la que se llamaba Teología platónica, pues se consideraba divina la obra de Platón, mientras que la de Aristóteles se estudiaba como una introducción a ella. En castellano se encuentran fragmentos de sus comentarios a los Oráculos Caldeos, incorporados en la edición de Ed. Gredos del mismo título, así como Lecturas del Crátilo de Platón (Akal, Madrid 1999), y unos himnos incluidos en la publicación de: Dionisio Areopagita, Los Nombres Divinos y otros escritos, Antoni Bosch Editor, Barcelona 1980, hoy agotado. Posteriormente ha aparecido una nueva versión comentada de los himnos en Ed. Iralka: Himnos y Epigramas (Bilbao 2003), misma editorial que ha publicado también Proclo o de la Felicidad, de su sucesor y biógrafo Marino (1999). Recientemente han visto la luz las obras Teología Platónica (Libros I y II) de la editorial Losada, Buenos Aires 2016, con introducción, traducción y notas de José María Nieva y asimismo Elementos de Teología: editorial Trotta, España 2017. Edición y traducción de Jose Manuel García Valverde. De esta última reproducimos aquí las primeras trece proposiciones.
Antología de Textos Herméticos
ELEMENTOS DE TEOLOGÍA I-II
PROCLO
[1. UNIDAD, MULTIPLICIDAD Y SUPREMACÍA ABSOLUTA DE LO UNO (1-6)].

1. Toda multiplicidad participa de alguna manera de la unidad.

En efecto, si no participara de ella de ninguna manera, ni la totalidad [de la multiplicidad] sería una unidad, ni lo sería tampoco cada uno de los múltiples elementos de los que la multiplicidad está constituida, sino que cada uno de ellos sería una multiplicidad, y así hasta el infinito, y a su vez cada una de esa infinidad de partes sería una multiplicidad infinita. Porque si la multiplicidad no participa de algún modo de ninguna unidad, ni considerada en su totalidad, ni por lo que se refiere a las partes singulares que están en ella, será infinita en términos absolutos e igualmente con respecto a cada una de sus partes.
Además, cada una de las muchas partes [de una multiplicidad], sea cual sea la que se tome en consideración, o será unidad o será una no-unidad; y si es una no-unidad, entonces será o muchas cosas o nada. Ahora bien, si cada una de ellas no es nada, tampoco lo será aquello que de ellas está compuesto; en cambio, si es muchas cosas, cada una de esas partes estará constituida infinitamente de infinitos elementos. Estas hipótesis son, sin embargo, imposibles, ni hay algo de lo que existe que esté infinitamente constituido de infinitos elementos (porque nada es mayor que el infinito, pero la totalidad de las partes es mayor que cada una de ellas), ni es posible que algo esté compuesto de la nada. En consecuencia, toda multiplicidad participa de alguna manera de la unidad.1

2. Todo aquello que participa de la unidad es tanto una unidad como una no-unidad.

Porque si aceptamos que no es una unidad en sí mismo (en razón de que participa de la unidad en cuanto es algo distinto de la unidad misma), entonces ha recibido2 la unidad por participación y está sujeto al proceso de devenir uno. Si no es otra cosa que unidad, es tan solo unidad, y no participará de la unidad, sino que será unidad en sí mismo. Por el contrario, si es algo distinto de la unidad3, por ello precisamente es no-unidad y no es aquello que por sí mismo es unidad. Como su ser unidad va juntamente con el hecho de participar de la unidad, y por ello no es unidad en sí mismo, es, pues, unidad y no-unidad; y ello porque es distinto de la unidad: en cuanto ha excedido la unidad es no-unidad; en cuanto ha recibido la unidad es unidad. En consecuencia, todo aquello que participa de la unidad es unidad y no-unidad4.

3. Todo aquello que deviene unidad lo hace por participación de la unidad.

En sí mismo es, efectivamente, no-unidad, pero en cuanto ha recibido el participar de la unidad es unidad. Porque si cosas que no son unidad en sí mismas fueran a devenir unidad, reuniéndose y entrando en comunicación entre ellas es como tales cosas devienen unidad y se someten a la presencia de la unidad sin ser aquello que en sí es unidad. Así pues, participan de la unidad en la medida en que padecen el devenir unidad. Si fuesen ya unidad, no devendrían unidad, pues lo que es no deviene aquello que ya es. Ahora bien, si desde un estado precedente de no-unidad devienen unidad, poseerán unidad al haberse generado en ellas una cierta unidad.

4. Todo aquello que es el resultado de una unificación es algo distinto de lo uno en sí5.

Si, en efecto, resulta de una unificación, debe participar de algún modo de la unidad en la medida en que se le dice «unificado»6; pero aquello que participa de la unidad es unidad y no-unidad [2], mientras que la unidad en sí no es ciertamente unidad y no-unidad. Supóngase que también ella es unidad y no-unidad, entonces la unidad que se encuentra en ella poseerá, a su vez, uno y otro elemento, y así hasta el infinito: no habrá ninguna unidad en sí en la que podamos pararnos, sino que todo será unidad y no-unidad. Aquello que es el resultado de una unificación es, pues, algo distinto de la unidad misma. Porque si la unidad se identificara con aquello que es el resultado de una unificación, ella será una multiplicidad infinita, y así también cada uno de los elementos de los que se compone lo unificado.

5. Toda multiplicidad viene después de la unidad.

Porque si existe una multiplicidad anterior a la unidad, la unidad participará de la multiplicidad, mientras que la multiplicidad que precede a la unidad no participará de la unidad, si es verdad que esa multiplicidad existe antes de que llegue a existir la unidad: no participa, en efecto, de aquello que no existe. Hay también un segundo motivo: aquello que participa de la unidad es al mismo tiempo unidad y no-unidad [2]; sin embargo, aún no existía la unidad, puesto que se trata de una multiplicidad que es Principio primero. Ahora bien, es imposible que existe una multiplicidad que no participe de algún modo de la unidad [1]. Por consiguiente, la multiplicidad no es anterior a la unidad.
Por otro lado, si [una multiplicidad] coexiste con la unidad, y están una con respecto a la otra en el mismo orden en cuanto a la naturaleza (porque desde el punto de vista temporal no hay impedimento alguno), ni la unidad en sí es muchas cosas, ni la multiplicidad es unidad, puesto que las entendemos como contrapuestas y coexistentes por naturaleza, si es que ninguna de las dos precede o sigue a la otra. Así pues, la multiplicidad en sí será no-unidad, y cada uno de los componentes de la multiplicidad será no-unidad, y así hasta el infinito, lo cual es imposible. De modo que participa de la unidad en conformidad con su naturaleza y no será posible tomar alguna parte de ella que no sea unidad. Y es que en el caso de que no fuera unidad, sería un infinito compuesto de infinitos, como se ha demostrado [1]. [La multiplicidad] participa, pues, de la unidad bajo todo aspecto.
Por consiguiente, si la unidad que es unidad en sí no participa de ninguna manera de la multiplicidad, la multiplicidad será bajo todo punto de vista posterior a la unidad, pues participa de la unidad, mientras que la unidad no participa de ella.
Pero si también la unidad participa de la multiplicidad, siendo unidad desde el punto de vista de la substancia7, y desde el punto de vista de la participación siendo no-unidad, existirá una unidad pluralizada, tal como existe una multiplicidad unificada a través de la unidad. Así, la unidad se encuentra en comunicación con la multiplicidad y la multiplicidad con la unidad; pero las cosas que se reúnen y se comunican de alguna manera entre sí, si son reunidas por otro elemento, este último es precedente a ellas; mientras que si son ellas misma las que se reúnen a sí mismas, entonces es que no están entre sí contrapuestas, pues no es propio de cosas contrapuestas el que tiendan una hacia la otra. Por tanto, si la unidad y la multiplicidad son cosas contrapuestas, y la multiplicidad en cuanto multiplicidad es no-unidad, y la unidad en cuanto unidad es no-multiplicidad, sin que ninguna de las dos se introduzca en la otra, entonces serán en simultáneo unidad y dualidad8.

Ahora bien, si existe algo que es precedente a ellas y las reúne, o es unidad o es no-unidad. Pero, si es no-unidad, o es muchas cosas o no es nada. Pero no es ni muchas cosas, pues la multiplicidad no precede a la unidad, ni es nada: ¿cómo la nada actuaría de unificadora? Por tanto, es solo unidad, dado que esta unidad no es muchas cosas, o lo sería hasta el infinito. Así pues, es la unidad en sí y, en definitiva, toda multiplicidad deriva de la unidad en sí9.

6. Toda multiplicidad está constituida o de componentes unificados o de Hénadas [119, 123 y 129].

Está claro que cada uno de los múltiples componentes no será tampoco él solo multiplicidad, ni cada componente de cada uno de los componentes será a su vez una multiplicidad [1]. Si no es solo multiplicidad, o es el resultado de una unificación, o es una Hénada10. Si es partícipe de la unidad, es el resultado de una unificación; si es uno de los componentes de los que está constituido el conjunto unificado primario, entonces es una Hénada. Y ello porque si existe la unidad en sí [4], existe aquello que participa primariamente de ella y es el conjunto primario unificado, esto es, constituido de Hénadas. Supóngase que sus componentes fuesen elementos unificados, estos últimos serían a su vez componentes de algo, y así hasta el infinito. El conjunto primario unificado debe entonces estar formado de Hénadas. Así hemos conformado la hipótesis de la que hemos partido.

[II. LO UNO-BIEN Y LA PRODUCCIÓN DE LA REALIDAD (7-13)].

7. Todo aquello que tiene la capacidad de producir otra cosa es superior a la naturaleza de eso que es producido11.

Porque o bien es superior, o es inferior o igual.
Supongamos, en primer lugar, que sea igual. En tal caso, lo que es producido por ello o bien también posee la potencia de producir algo distinto, o es absolutamente infecundo. Pero en el caso de que fuera infecundo, precisamente por ello resultaría inferior a aquello que lo produce y, en cuanto está privado de capacidad productiva, no sería igual a aquello, que es fecundo y tiene el poder de crear. Ahora bien, si aquello también tiene la facultad de producir cosas, o bien produce cosas iguales a sí mismo, y eso tendrá también una validez universal, es decir, todos los seres serán iguales entre sí y ninguno superior a otro, puesto que siempre aquello que produce forma su producto igual a sí mismo hasta el infinito; o bien produce cosas diversas, y entonces ya no sería igual a aquello que lo ha producido: porque es propio de potencias iguales el producir cosas iguales; pero las cosas producidas por estas potencias son distintas entre sí, si verdaderamente aquello que produce es igual a su antecedente, mientras que su consecuente es distinto. Por lo tanto, lo que es producido no puede ser igual a aquello que lo produce.
Ahora bien, aquello que produce ya no será tampoco inferior. Y es que si le da el ser a aquello que produce, hace también que su potencia se conforme a su ser. Pero, si tiene la capacidad de producir todas las potencias que están en su consecuente, podría volverse también él mismo tal como es este consecuente. Si esto es verdad, podría acrecentar su propia potencia. En efecto, ni el no poderlo hacer constituye un impedimento, pues posee la potencia creadora, ni el no quererlo, pues toda cosa aspira por naturaleza al bien: de modo que, si puede hacer que otro ser sea más perfecto, podrá hacerse más perfecto a sí mismo antes que a su consecuente.
Así pues, aquello que es producido no es igual a aquello que lo produce, ni es superior. Bajo todo punto de vista, pues, aquello que produce es superior a la naturaleza de aquello que es producido.

8. Todo aquello que de alguna manera participa del bien está subordinado al Bien primero y a aquello que no es otra cosa que bien.

Si, en efecto, todos los seres aspiran al bien12, es evidente que el Bien primero es otra cosa distinta de esos seres13.
Supóngase que se identifique con alguno de los seres, o bien se identifica siendo al mismo tiempo el bien, en cuyo caso el ser en cuestión ya no aspiraría al bien, siendo el bien mismo, pues el ser que aspira a algo carece de eso a lo que aspira y está separado del objeto de su deseo; o bien el ser es una cosa y el bien otra, y el primero, el ser, es el participante, y el otro, el bien, lo participado. Se trata entonces de un bien concreto [entre muchos], el cual se encuentra en uno de los seres que participan del bien y al cual aspira solo ese ser que de él participa, y no del Bien absoluto, al cual aspiran todos los seres. Este, en efecto, es el objeto común del deseo de todos los eres, mientras que aquel que existe en un ser pertenece solo a aquel ser que de él participa.
El Bien primero, pues, no es otra cosa que bien. Y si le añadieras alguna otra cosa, con el añadido lo has empobrecido, pues lo has hecho un bien cualquiera en vez del Bien absoluto. Y ello porque la cosa añadida, no siendo el Bien, sino algo diferente de él, vuelve inferior el acto en el que coexiste con el Bien.

9. Todo aquello que es autosuficiente en relación a su ser o a su actividad es superior a aquello que no es autosuficiente, sino que depende de otro ser, esto es, de la causa de su perfección14.

Si, en efecto, todos los seres por naturaleza apetecen el bien, y uno es capaz de producir por sí mismo su buen estado15, otro tiene necesidad además de una ayuda externa, y uno tiene en sí mismo la causa del bien, el otro la tiene separada de sí mismo, por tanto, tal como el primero está más cerca de la causa que procura el deseo, así habrá de ser superior al ser que tiene necesidad de una causa separada de él mismo y que desde el exterior recibe la perfección de su existencia o de su actividad. Por tanto, como aquello que es autosuficiente tiene mayor semejanza con el Bien mismo y su inferioridad consiste en participar del Bien y no ser ello mismo el Bien primero, es de alguna manera del mismo género que aquel, en la medida en que es capaz de poseer el bien al extraerlo de sí mismo; por el contrario, aquello que tiene el bien por participación, y además llega a esta participación gracias a una intervención externa, está más lejos del Bien primero y de aquello que no es otra cosa que bien [64].

10. Todo cuanto es autosuficiente es inferior al Bien absoluto.

¿Qué otra cosa es, en efecto, el ser autosuficiente sino aquel que desde sí mismo y en sí mismo posee el bien? Lo cual significa que contiene plenamente el bien y de él participa, pero no es el Bien mismo absoluto. Este, de hecho, es superior al participar mismo y al ser que alcanza su plenitud, como se ha puesto de manifiesto [8]. Así que, si el ser autosuficiente está él mismo pleno del bien, aquello de lo que está pleno se debe admitir que es superior al ser autosuficiente y está por encima de la condición de autosuficiencia. Y tampoco el Bien absoluto carece de algo: no desea otra cosa (precisamente en virtud de ese deseo estaría falto de su bien), ni es autosuficiente, pues estaría pleno del bien sin ser el Bien primero.

11. Todos los seres proceden de una sola causa, la Causa primera16.

Porque o bien ningún ser tiene una causa, o bien las causas de todos los seres considerados en su totalidad están dispuestas en sentido circular, o bien se procederá al infinito estableciendo que un ser es causa de otro y la preexistencia de la causa no encontrará ya un punto final.
Pero, si se supone que ningún ser tiene una causa, no habrá entonces una clasificación de seres primeros y segundos que dan la perfección y que la reciben, que regulan y que son regulados, que generan y que son generados, que actúan y que padecen; ni habrá conocimiento de ningún ser, pues el cometido de la ciencia es el conocimiento de las causas, y nosotros decimos que sabemos cuando hemos llegado a conocer las causas de los seres.
Por el contrario, si se supone que la sucesión de las causas es circular, los mismos seres serán precedentes y consecuentes, estarán dotados de mayor y de menor poder, dado que todo ser que produce es superior a la naturaleza de aquello que es producido [7]. Es indiferente el que conectemos la causa al efecto y hagamos derivar este de aquella a través de un número mayor o menor de pasos intermedios, puesto que aquello que es causa de todas las causas intermedias es superior a ellas, y cuanto mayor es el número de las causas intermedias, tanto mayor será su eficiencia causal.
Y si se supone que la acumulación de causas procede del infinito y que un ser es precedido por otro continuamente, tampoco en tal caso habrá ciencia de ser alguno. No existe, en efecto, aprehensión de ningún infinito; y si las causas permanecen desconocidas, no habrá conocimiento tampoco de los seres que son consecuencia de ellas.
Así pues, si ha de existir una causa de los seres y las causas son distintas de los efectos, y si no se puede avanzar hasta el infinito, existe una Causa primera de los seres desde la cual, como desde una raíz, proceden todas las cosas, estando unas cerca de ella, otras más distantes. Se ha demostrado, en efecto, que el Principio primero debe ser uno solo, puesto que la existencia de toda multiplicidad viene después de lo Uno [5].

12. El Bien es el Principio y la Causa primera de todo aquello que existe17.

Porque si toda cosa procede de una única causa [11], es necesario decir que esa causa es el Bien, o que es superior al Bien. No obstante, si ella es superior al Bien, ¿también de ella reciben algo las cosas que existen y su naturaleza, o nada? Si no reciben nada de ella, sería absurdo; en tal caso no la mantendríamos ya en el rango de causa, pues es necesario que, en todo caso, el efecto haya recibido algo de la causa, y de una manera particular de la Causa primera, de la cual todo depende y gracias a la cual existe toda cosa. Si los seres participan también de ella como participan precisamente del Bien [8], ellos poseerán un carácter superior a su bondad, el cual deriva de la Causa primera: y es que no hay duda de que, en cuanto superior y trascendente al Bien, la Causa primera no transmite a los seres segundos algo inferior a eso que transmite [el Bien] que viene después de ella. ¿y qué podría existir que sea superior a la bondad? Porque nosotros damos esta definición de la cosa que es «superior»: decimos que es el ser participante en mayor medida del Bien. Por lo tanto, si aquello que no es bueno no puede decirse tampoco que es superior, será sin duda segundo con respecto al Bien.
Por otro lado, si también todas las cosas existentes desean el Bien, ¿cómo es posible que haya algo que sea más potente que él? Si no lo desean, ¿cómo se explicaría que no desean la causa de todo, aun procediendo de ella?
Si el Bien es aquello de lo cual depende todo lo que existe, principio y Causa primera de todo es el Bien.

13. Todo bien tiene la propiedad de unificar aquello que participa de él; toda unificación es un bien; el Bien se identifica con lo Uno18.

Si el Bien tiene la propiedad de salvaguardar todo aquello que existe (por ello es para todas las cosas objeto de deseo) y aquello que salvaguarda y comprende en sí el ser de cada cosa es lo Uno (pues gracias a lo Uno toda cosa es salvaguardada, mientras que la dispersión priva a cada cosa de su ser), el Bien unifica las cosas en las que pueda estar presente y las comprende en sí en virtud de la unificación.
Por otro lado, si lo Uno tiene la propiedad de reunir y de comprender en sí las cosas, en virtud de su presencia vuelve perfecta toda cosa. El ser unificado, pues, es de tal modo un bien para todas las cosas.
Igualmente, si la unificación es un bien en sí y el bien tiene la facultad de crear unidad, el Bien absoluto y lo Uno absoluto se identifican, unificando y volviendo buenas simultáneamente las cosas que existen. Por ello, las cosas que de alguna manera se distancian del Bien son privadas al mismo tiempo de la participación en lo Uno, o bien las cosas que no tienen ya una porción de la unidad, al mismo tiempo que son presa de la división son privadas también del mismo modo, del Bien.

  
NOTAS
1. Como señala Dodds en su comentario a esta primera Proposición, la necesidad de que toda multiplicidad participe de algún tipo de unidad ya fue establecida por Platón en Parménides 157c en unos términos muy similares a los que aparecen aquí; posteriormente esta misma concepción fue recogida por Plotino, por ejemplo, en la Enéada VI.9, 1. No obstante, el argumento con el que se defiende esta cuestión no está ni en Patón ni en Plotino, y sí parece recibir, en cambio, una cierta influencia de Aristóteles, quien en Física III.5, 2014a20-30 ya alerta, como hace aquí Proclo, de las dificultades insuperables en las que se caería al aceptar una infinita divisibilidad en acto: «Es también evidente que no es posible que el infinito exista como un ser en acto o como una substancia y un principio. Porque cualquier parte que se tome de él sería infinita, si es divisible en partes» (trad. G. R. De Echandía).

2. Acepto la traducción que da aquí Ch. Faraggiana en su versión italiana del aoristo de pásch­õ (literalmente «padecer, estar afectado de») que está en línea con la traducción latina de Moerbeke, quien, obviando el aspecto temporal, lo traduce como sustinet unum.

3. Se acepta el criterio de Dodds al suprimir aquí la frase: «aquello que participa de la unidad es tanto unidad como no-unidad, al no ser eso que es propiamente unidad, y ser en cambio unidad en la medida en que participa de lo uno». Parece, en efecto, una anotación marginal que resume el contenido de esta segunda Proposición y que posteriormente fue incluida en el cuerpo de la misma.

4. Véase Platón, Parménides, 142b; Sofista, 245a.

5. Unidad en sí es la traducción que damos al término griego autoén. El argumento sirve para establecer la necesaria existencia de unidad trascendente como punto de origen y de referencia de todas las unidades posteriores, en las cuales, como se ha puesto de manifiesto ya, hay un componente de unidad y un componente de pluralidad (no-unidad). Sin la existencia de esa unidad en sí se recaería de nuevo en el infinito.

6. Véase prop. 3. A partir de ahora, y a lo largo del volumen, se cita en el texto el número de la Proposición, entre corchetes.

7. Traducimos como lo hacen todos los traductores moderno, hyparxis como substancia. Moerbeke, sin embargo, en su versión latina prefería el término más literal de existentia.

8. Unidad en participación y dualidad en sustancia.

9. El argumento es ciertamente similar al del «tercer hombre» (véase Platón, Parménides, 132b ss.). En todo caso, el propósito de Proclo es fijar con claridad el concepto de la absoluta trascendencia de lo Uno en sí. En este sentido, como señala Dodds en el comentario de esta Proposición, Proclo rechaza tanto el inmanentismo estoico como la posición de aquellos neoplatónicos que sostenían que en lo Uno está contenida la semilla de la pluralidad.

10. Hemos preferido traducir de esta manera el sustantivo hénas, de larga trayectoria en la filosofía neoplatónica, ya que el término unidad (o unidades, pues la palabra en griego suele aparecer –como aquí– en plural) no refleja la complejidad que subyace en él. Para una historia del término, así como para la cuestión de la posible originalidad del uso que le da Proclo como unidades divinas identificables con los dioses, véase el comentario de Dodds (pp. 257-258). En todo caso, esta cuestión se tratará más específicamente a partir de la Proposición 113. En este momento, sin embargo, el término utilizado con el significado de simple unidad indivisible sin la connotación divina que más adelante claramente tendrá.

11. Esta es sin duda la verdadera clave de bóveda no solo de la filosofía neoplatónica, sino en general de todo el platonismo en su larga trayectoria histórica: la causa posee siempre una realidad más elevada y más plena que el efecto. Los propios neoplatónicos ya derivaban la formulación de este principio de Platón mismo, y concretamente de un pasaje del Filebo (27a) en el que se dice que lo que hace precede en naturaleza a lo hecho. En Plotino, sin embargo, ya está presente el principio de la superioridad de la causa en toda su plenitud y con todas sus consecuencias: véase, por ejemplo, Enéada V.5, 13.

12. Véase Platón, Filebo, 20d; Aristóteles, Ética a Nicómaco, I.1, 1094a1.

13. Proclo considera que el Bien en sí mismo es indefinible: su presencia en todo cuanto existe le impide estar enclaustrado en una definición concreta (Proclo, al igual que Spinoza, consideraría que toda definición implica una cierta negación). La indefinibilidad del Bien ya está claramente manifestada en Plotino: Enéada V.5, 13.

14. Como señala Dodds aquí, la autosuficiencia (autárkeia) es un término medio entre el Bien supremo, que es fuente de su propia bondad y aquellas «cosas buenas» que se perciben sensorialmente y cuya bondad es siempre derivada e imperfecta.

15. Traducimos así la expresión elíptica toû eû; en todo caso, el sentido es claro: se trata del estado de plenitud existencial.

16. Tras afirmar en la proposición 8 la unidad y la trascendencia de la Causa final, esto es, del Bien en sí, ahora hará lo mismo con la Causa eficiente, con lo que se prepara el camino para su identificación con el Bien.

17. Véase Platón, República, VI, 509b: «Y así dirás que a las cosas cognoscibles les viene del Bien no solo el ser conocidas, sino también de él les llega el existir y la esencia, aunque el Bien no sea esencia, sino algo que se eleva más allá de la esencia en cuanto a dignidad y potencia» (trad. C. Eggers).

18. Esta es una tesis central de la filosofía neoplatónica desde Plotino: véase, por ejemplo, Enéada VI.5, 1.

 
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