Sobre Marsilio Ficino ver aquí:"Alabanza de la Filosofía". Estos capítulos se han traducido de la edición inglesa The Book of Life (Spring Publications, Putnam CT, USA, 1995). Debe señalarse que en este texto el término espíritu (spiritus) no se refiere a la primera parte del ternario espíritu-alma-cuerpo –que aquí se corresponde con el intelecto– sino que se relaciona más bien con su sentido inferior, el de "hálito vital" o "pneuma" con minúscula, aunque como se verá el del microcosmos humano debe diferenciarse del spiritus mundi. Sobre el hálito o soplo vital: el prâna de los hindúes, y su relación con el "alma viviente" (jivâtmâ) puede consultarse el cap. XVIII: "La reabsorción de las facultades individuales" de la obra de R. Guénon El hombre y su devenir según el Vêdânta, con cuyo contenido podrán sin duda establecerse analogías y correspondencias.
Antología de Textos Herméticos

ACERCA DE COMO HACER CONCORDAR
TU VIDA CON LOS CIELOS

MARSILIO FICINO
Fragmento

Capítulo 1

Aquello en que consisten los poderes, según Plotino, y que atrae el favor de los cuerpos celestes, es decir, el alma del mundo, de las estrellas y de los dáimones. Las almas son atraídas fácilmente por las formas propias de los cuerpos.

Si solamente hubiese intelecto y cuerpo en el mundo, pero no alma, el intelecto no sería atraído por el cuerpo (pues es inmóvil en su conjunto y carece del afecto del movimiento, como si estuviese a una distancia lo más lejana posible del cuerpo), ni el cuerpo sería atraído por el intelecto, ya que es inefectivo e inepto en sí mismo para tal movimiento, y muy remoto del intelecto. Así, si un alma conforme a ambos se sitúa entre uno y otro, cada uno es fácilmente atraído por el otro.

Somos fácilmente movidos por el alma, en primer lugar y principalmente, porque ella es la primera cosa móvil, móvil desde sí misma y desde su propia acción. Esto es a causa, como he dicho, de que contiene en sí a todos los medios de las cosas, y por ello se halla máximamente cercana a cada una. Está conectada a todas las cosas, en medio de esas cosas que están distantes unas de otras, pues éstas no están distantes de ella. Se conforma a las cosas divinas y a las cosas caídas, se acerca a cada una con su afecto, y es en todas partes idéntica.

El alma del mundo, el anima mundi, contiene divinamente al menos tantas razones seminales para las cosas como ideas hay en la mente divina, y con esas razones fabrica igual número de especies en la materia. Por lo tanto, cualquier especie responde a través de sus propias razones seminales a su propia idea, y por esto puede recibir a menudo y fácilmente algo de esa idea cuando es afectada de este modo. Así, cuando degenera de su forma propia, puede ser formada de nuevo por esa cosa intermedia próxima a ella, y a través de dicha cosa intermedia se re-forma fácilmente. De este modo, uno usa correctamente muchas cosas ya sean de un individuo o de una especie, cosas que están esparcidas pero que, no obstante, son conformes a una idea.

Se atrae pronto la función singular o el don desde la idea hacia el material que ha sido tan convenientemente preparado, y ello se lleva a cabo por medio de la razón seminal del alma, ya que no es el intelecto en sí sino el alma quien lo hace.

Nadie, por tanto, debería pensar que en ciertos materiales del mundo haya elementos numinosos que estén separados, en su interior, de lo material, y que dichos elementos sean extraídos de esos materiales; al contrario, uno debería concebir a aquellos elementos más bien como dáimones y dones del mundo animado y las estrellas vivientes. Tampoco nadie debería maravillarse de que el alma pueda ser atraída por formas materiales. Si puede ser atraída por tales formas a armónicos banquetes, así sucede y ella mora entre las formas por siempre y libremente. No hay nada en el entero mundo viviente que sea tan deforme que no tenga alma y no contenga un don del alma en sí. Las congruencias de las formas materiales con las razones del alma del mundo son lo que Zoroastro llamó atractivos divinos, y Sinesio, en concordancia, denominó encantamientos mágicos.

Ciertamente, uno debería creer que todos los dones son extraídos del alma en un cierto momento y para sus especies materiales propias; pero, por conveniencia, las especies seminales producen esos dones de conformidad con sus elementos seminales. Así, como hombre, persigues y reclamas tus dones humanos y no aquellos propios de los peces o los pájaros, los cuales obtienen los suyos. No obstante, tú persigues cosas que pertenecen a una cierta estrella o daimon, tomando parte en su flujo característico, a la manera en que la madera cuando se rocía con azufre prorrumpe en llamas. Ello ocurre no sólo por medio de los propios rayos de la estrella y el daimon, sino también a través del anima mundi allí donde ella esté presente.

La razón de la estrella y el daimon florece en el anima mundi, en parte para que lo seminal sea generado, y en parte para que lo ejemplar sea identificado y conocido, dado que el alma, según los antiguos filósofos platónicos, construye figuras cuyas razones se encuentran en el cielo más allá de las estrellas y algunas de ellas son tales que aquélla se convierte en algo de las mismas figuras. Ella imprime sus propiedades en todas estas cosas. En las estrellas, no obstante, y en las figuras, en sus partes y sus propiedades, están contenidas todas las especies de cosas inferiores así como sus propiedades.

En conjunto hay cuarenta y ocho figuras, las doce que hay en el zodíaco y treinta y seis más. Hay que añadir treinta y seis al número de imágenes del zodíaco. Del mismo modo, el número de grados o sectores es de trescientos sesenta. En cualquier grado hay muchas estrellas, con las cuales se forman las imágenes. Dichas imágenes, además de las del zodíaco, se dividen en muchas figuras de acuerdo con el mismo número de grados. Ciertos hábitos y proporciones de las imágenes universales son establecidos entonces en su lugar, y éstas también son imágenes. Tales figuras obtienen su continuidad de los rayos de sus estrellas, uno tras otro, cada uno con su propiedad especial.

De esas formas dispuestas con el mayor cuidado están suspendidas las formas de las cosas inferiores, como si éstas hubiesen sido organizadas allá. Esos cuerpos celestiales, como si fuesen disjuntos entre sí, proceden a unirse por razones del alma. Los mutables proceden de los estables, pero aquéllos, en la medida en que no son comprendidos por sí mismos, son devueltos a las formas de la mente, que los comprenden en su parte animal o en algo más eminente. Son una multiplicidad, pero se reducen al uno que es bueno y lo más simple, como las figuras celestiales en el polo.

Pero volvamos al alma. Cuando el alma produce las formas especiales y los poderes de los cuerpos inferiores, lo hace a través de sus propias razones con la ayuda de lo que está bajo las estrellas y las formas celestiales. Los dones singulares de los individuos, que en algunas gentes son frecuentemente mucho más maravillosos que los que aparecen en la especie misma, surgen por razones seminales semejantes. Lo hacen no tanto con la ayuda de formas y figuras celestiales, sino más bien con la localización de las estrellas, el hábito de sus movimientos y los aspectos de los planetas. Aparecen en primer lugar entre los individuos, y luego en las estrellas más sublimes.

Nuestra alma, además de la energía de los miembros, produce una energía vital común en todo nuestro interior, pero especialmente en el corazón, como si éste fuese una fuente de fuego muy próxima al alma. El anima mundi florece en todas partes de la misma manera, pero ella despliega su energía vital especialmente en el Sol. Así, el alma se encuentra, en nosotros y en el mundo, como un todo en cualquier miembro, y especialmente fuerte en el corazón y en el Sol.

Con todo, recuerda que, al igual que la energía de nuestra alma se adhiere a los miembros por medio del espíritu, así la energía del anima mundi, por medio de la quintaesencia que florece en todas partes como si fuese un espíritu en el interior del cuerpo mundano, se difunde a través de todas las cosas que están bajo el anima mundi. Ella infunde su poder especialmente en aquellos que más atraen su espíritu.

Ahora bien, podemos hacer penetrar la quintaesencia cada vez más en nosotros si sabemos cómo separarla de los otros elementos con los que está fuertemente mezclada, o por lo menos si sabemos cómo usar aquellas cosas en las que ella abunda. Esto es especialmente cierto para las cosas en que ella es más pura, tal como en los vinos selectos y el azúcar, el bálsamo y el oro, las piedras preciosas, las cosas que son agradablemente fragantes y las que brillan, especialmente aquellas que tienen una cualidad cálida, húmeda y límpida en una sustancia sutil, lo que, además del vino, incluye al azúcar más blanco, especialmente si se le añade oro, y el olor de la canela y las rosas.

Del mismo modo que los alimentos que comemos apropiadamente, aunque ellos no estén vivos en sí mismos, nos devuelven a la forma de nuestra vida por medio de nuestro espíritu, también nuestros cuerpos extraen lo máximo de la vida mundana cuando son propiamente adecuados al cuerpo mundano y espiritual por medio de las cosas mundanas y de nuestro espíritu. Si uno desea que la comida aporte forma a su cerebro, hígado o estómago, debe comer, tanto como pueda, alimentos tales como cerebros, hígados y estómagos de animales que no estén muy distantes de la naturaleza humana.

Si quieres que tu cuerpo y su espíritu reciba energía de algún miembro del mundo, por ejemplo del Sol, aprende cuáles son las cosas solares entre los metales y las piedras, y más aún entre las plantas, pero sobre todo en el mundo animal, especialmente entre los hombres, ya que no hay duda que confieren a uno cualidades similares. De ellas, y más, debe hablarse largamente, y ellas deben ser acogidas en razón de sus energías, especialmente en un día y en una hora del Sol, con el Sol reinando en su figura en el cielo. Las cosas solares son aquellas cosas que se denominan heliótropas –porque están vueltas hacia el sol–, por ejemplo, el oro y el color del oro, la crisolita, el carbunclo, la mirra, el incienso, el almizcle, el ámbar, el bálsamo, la miel dorada, el cálamo aromático, el azafrán, el nardo, la canela, el áloe del bosque y otros aromáticos, el carnero, el halcón, la gallina, el cisne, el león, el escarabajo, el cocodrilo, la gente que tiene el pelo rubio, los que tienen el pelo rizado, a veces gente calva, y los magnánimos.

Nuestros cuerpos son capaces de adaptarse a estas cosas, en parte por medio de alimentos, en parte mediante ungüentos fragantes, y en parte a través de la habituación. Deben ser sentidas, frecuentemente evocadas y también amadas. Uno debe buscar mucho la luz.

Si te preocupa que tu vientre se destruya emplastado con el hígado, atrae la facultad del hígado hacia el vientre, primeramente con masajes y después con cataplasmas que se acoplen con el hígado, usando achicoria, endivia, porcelana, agrimonia y ungüento hepático. Del mismo modo, para que tu estómago no sea destruido por Jove, mueve tu cuerpo en el día y en la hora en que Jove reina, y mientras tanto, emplea cosas joviales como la plata, la amatista, el topacio, el coral, el cristal, el berilo, la porcelana, el zafiro, los colores verdes y diáfanos, el vino, el azúcar blanco, la miel y también los pensamientos y sentimientos muy joviales: los constantes, los equilibrados, los religiosos y los que se atienen a la ley. Asóciate con hombres de esta clase, sanguíneos y hermosos, venerables y versátiles.

Recuerda que, contra las cosas frías, las primeras cosas que hay que tomar son oro y vino, menta y azafrán. Los animales joviales son el cordero y el pavo real, el águila y el ternero. Del mismo modo, la energía de Venus es atraída mediante las tórtolas, las palomas, la lavandera blanca y otras cosas que la modestia me impide enumerar.


Capítulo 2

Acerca de la armonía del mundo, y sobre la naturaleza del hombre de acuerdo con las estrellas. Cómo uno es atraído por una cierta estrella.

Que nadie lo dude, nosotros y todas las cosas que están alrededor de nosotros, con ciertas preparaciones, somos capaces de reclamar a los cuerpos celestiales, ya que es así como los cuerpos celestiales están hechos: gobiernan estrictamente y han sido preparados para ello desde el principio.

En efecto, el reino animal en sí es más un vino que algo animal, incluso si hablamos del animal más perfecto. De este modo, así como en nosotros la cualidad principal y el movimiento de un miembro siempre incumbe a los otros, los actos de los miembros principales del mundo mueven todo, y los miembros inferiores ceden con facilidad a la dirección de los superiores. Esta es la razón por la cual, cuando un miembro está preparado para actuar, otro está inclinado a dar. Por consiguiente, una pequeña preparación aplicada por nosotros hacia lo que se halla por encima nuestro es todo lo que se necesita para recibir los dones de los cuerpos celestes.

Uno debe adecuarse fervorosamente a lo que está en lo alto, a lo cual uno está sujeto de corazón de todos modos. Pero antes de que consideremos a algo de ello como de nuestra propiedad, debemos considerar la propiedad de la especie humana. Los astrólogos árabes han resuelto que ésta es solar. Adivino que ello es cierto considerando la estatura del hombre, erecto y bello, con sus humores sutiles, la claridad de su espíritu, la perceptividad de su imaginación y su celo por la verdad y la gloria; pero añadiría que también tiene una propiedad mercurial por el movimiento vigoroso de su versátil mente. Puesto que la raza humana nace desnuda, vacía y necesitada de todo, adquiere para sí todas esas industrias que pertenecen a Mercurio. Añadiría también que el hombre tiene una propiedad jovial, dada la templada complexión de su cuerpo y sus leyes. Recibimos la vida en el segundo mes, cuando Jove domina, y nacemos en el noveno, cuando éste adquiere de nuevo su dominación.

Por consiguiente, la especie humana podría reclamar para sí aún mayores dones de estos tres cuerpos celestes si quisiera, día tras día y cada vez más, adecuarse a lo solar, lo mercurial y lo jovial.

¿Y qué ocurre con los otros cuerpos? Saturno no expresa fácilmente la cualidad y lo mucho que comparte con la raza humana, excepto para el hombre que está separado de otros, ya sea divinamente o brutamente, sea éste bendito o esté presionado por la miseria extrema. Marte, la Luna y Venus comparten los sentimientos y actos del hombre igualmente con los otros animales.

Volvamos al Sol, Jove y Mercurio. Ya hemos descrito algunas cosas solares y joviales, y no sé porqué nos hemos dejado las cosas mercuriales. Estas son una aleación de plata y plomo llamada estaño, la plata, especialmente el azogue, la marcasita de plata, la piedra de Acates, el vidrio de pórfido y lo que se obtiene cuando se mezcla amarillo con verde, esmeralda y laca. Los animales inteligentes y vivos son mercuriales, y también los fuertes, como los monos y los perros, al igual que los hombres que son elocuentes, agudos, versátiles, de cara oblonga y con manos que no son gruesas.

Las cosas que aluden a algún planeta deben ser aprendidas y empleadas si es posible; por ejemplo, como hemos dicho, la hora y el día en que el planeta gobierna, y cuándo está en su domicilio o en el ascendente, o al menos en su triplicación, así como su final, su ángulo en el cielo y su posición en relación con el Sol, las Horas y la Luna.

Si alguien solicita algún beneficio de la Luna y Venus, debe observarlos en momentos similares. Hemos descrito los animales de Venus; ella también posee el cuerno, el zafiro, el lapislázuli, los metales coloreados de amarillo, rojo y coral, todas las flores, bellas y variadamente coloreadas, y las fragancias y sabores armoniosos y agradables. La Luna posee las cosas blancas, húmedas y verdes, la plata y el cristal, las perlas y la marcasita plateada.

Saturno domina por medio de su estatura y perseverancia. Pertenecen a Marte, no obstante, los movimientos de la eficiencia, cuya protección nos vemos obligados a pedir en ocasiones. A partir de aquél, y por medio de sus materiales, uno asusta, pinta y hace cosas de plomo, y de él uno también obtiene la piedra oscura, el imán, el latón, y a veces, oro y marcasita de oro. Llegamos a Marte por medio de los fuegos rojos, los metales, todas las cosas sulfurosas, el hierro y el hematites. Saturno tiene algo de su materia disperso en oro; es por lo que se piensa que tiene peso. Pero es como el oro del Sol y así está contenido en todos los metales, al igual que el Sol está en todos los planetas y todas las estrellas.

Si alguien acusase a Saturno y Marte de ser perjudiciales por naturaleza, no lo creería, ya que ellos también han de ser utilizados en ocasiones del mismo modo en que los doctores deben usar a veces venenos, como Ptolomeo dice en su Centiloquio. Cuando la energía de Saturno es tomada cautamente, es útil tal como las cosas que emplean los doctores son útiles para vendar y mantener unido. Después de todo, éstos incluso usan cosas estupefacientes, como el opio y la mandrágora. Lo mismo se aplica a Marte con respecto a la euforbia y el heléboro. Los magos pitagóricos parecen haber sido extremadamente cuidadosos en esta materia temiendo que su constante filosofar fuese tiranizado por Saturno, de manera que se vestían de blanco y cada día cantaban canciones y hacían música con cosas joviales y apolíneas, y de este modo vivían por largo tiempo bajo Saturno.

Recuerda que en cualquier lugar somos expuestos fácil y repentinamente a los planetas por medio del sentimiento y el esfuerzo del alma, y que ellos imprimen dicho sentimiento y su esfuerzo y cualidad a través de la misma cualidad del espíritu. Muy frecuentemente, por tanto, estamos sujetos a Saturno en los asuntos humanos por medio de la ociosidad, la soledad o la fuerza, mediante la Teología y la filosofía más secreta, mediante la superstición, la Magia y la agricultura y a través de la tristeza. Somos sujetos a Jove a través de los negocios civiles y ambiciosos, la filosofía natural y común y la religión civil y las leyes. Somos sujetos a Marte a través del odio y las disputas; al Sol y a Mercurio, mediante el estudio de la elocuencia, la habilidad en el canto y la gloria de la verdad; a Venus, mediante la alegría, la música y las fiestas; y a la Luna, por medio de alimentos a base de plantas.

Pero ten presentes las diferencias. Mira al Sol para un ejercicio de la mente que sea público y extenso, pero hazlo a Mercurio para el que sea privado y producido artificialmente. De nuevo, la música que es profunda es de Jove y del Sol, y la música que es ligera es de Venus, mientras que la de un tipo intermedio es de Mercurio. Lo mismo se aplica a las estrellas fijas. He aquí una norma general para la especie humana: la regla apropiada para uno es explorar las estrellas que prometían algún bien en su nacimiento y buscar su gracia más que la de otras. Uno no debe pretender el don de una estrella que en realidad pertenece a otro sino esperar su don propio, exceptuando por supuesto a las muchas cosas generosas que uno obtiene del Sol, el guía común de los cielos, así como de Jove, y del mismo modo, a todas las cosas mundanas que uno obtiene del alma y del espíritu del mundo.

La manera en que se obtienen esos dones por el hecho de ser animal, e incluso solamente por estar animado, está explicada por los platónicos, y no sólo por ellos, sino también por los astrólogos árabes. Ellos están de acuerdo en que los bienes celestiales son introducidos en nuestra alma y cuerpo a partir de una cierta aplicación de nuestro espíritu al espíritu del mundo por medio del arte de la filosofía natural y del afecto. Esta aplicación pasa a través de nuestro espíritu, el cual está en medio de nosotros, luego es fortalecida por el espíritu del mundo, después por los rayos de las estrellas que operan felizmente en nuestro espíritu del mismo modo que los rayos en la naturaleza, y finalmente nos adecua a los cielos.


Capítulo 3

Entre el alma del mundo y su cuerpo manifestado está su espíritu, en cuyo poder hay cuatro elementos. De qué manera podemos atraerlo a nuestro interior mediante nuestro espíritu.

Verdaderamente, el cuerpo mundano, tal como parece por su movimiento y generación, está vivo en todas partes, como dicen de él los filósofos hindúes, porque en todos los lugares genera cosas vivas a partir de sí. Vive por medio del alma que está presente en él en todas partes y que está directamente acomodada a él. Por tanto, entre el cuerpo del mundo que es tratable, realmente descendido de una parte de él, y su alma, cuya naturaleza es demasiado distante de su cuerpo, el espíritu está presente en todas partes.

Sucede lo mismo, cuando la vida es compartida entre un alma y su cuerpo más denso, que entre el alma y el cuerpo en nosotros: el espíritu es buscado necesariamente como una especie de medio; en él, el alma divina está presente dentro de un cuerpo más denso y otorga la vida a lo que hay en su interior.

Todo este cuerpo, no obstante, es fácilmente sensible para uno, como si estuviese adaptado o acomodado a los sentidos de uno. Es muy denso, y en gran medida degenerado con respecto a su más divina alma. Es necesario, por tanto, mantener a ese cuerpo superior como si no fuese un cuerpo. Conozcamos, pues, a todas las cosas vivientes, plantas y también animales, a través de las cuales su espíritu vive y genera. Entre los elementos, porque pertenece especialmente al aire y al tiempo atmosférico, avanza rápidamente y se mueve perpetuamente como si estuviese vivo.

Pero mientras tanto puedes preguntarte por qué, si los elementos y los seres animados generan algo como esa clase de espíritu, no lo generan también las piedras y los metales, hallándose éstos entre los elementos y los seres animados. Se debe a que el espíritu está adherido en ellos a una materia más densa. Es como la capacidad de un plantel de generar cuando uno separa las semillas y preserva correctamente lo que separa, en la medida en que éstas sean entonces aplicadas a alguna materia del mismo tipo; o la manera en que los naturalistas, que usan metales y fabrican oro, separan cuidadosamente el espíritu y el oro con una cierta sublimación en el fuego. Cuando tal espíritu es correctamente extraído del oro o de alguna otra substancia y conservado, los astrólogos árabes lo denominan elixir.

Pero regresemos al espíritu del mundo, por medio del cual el mundo genera todas las cosas. Ya que genera todo a través de su propio espíritu, podemos llamar a éste cielo y quinta esencia. Sea ello lo que sea dentro del cuerpo del mundo, es como lo que somos dentro de nuestro cuerpo, con esta excepción: que el alma del mundo no lo extrae de los cuatro elementos como si fueran sus propios humores (es la manera como extraemos al nuestro), sino que al contrario, en términos platónicos o plotínicos, lo crea a partir de su propia virtud o energía genital (tal como uno hace a partir de su mente); con él produjo las estrellas y los cuatro elementos. Es como si en la energía de un espíritu tal estuviese todo.

Es ciertamente un cuerpo extremadamente tenue, casi no es un cuerpo en absoluto, y casi es, de hecho, un alma. Del mismo modo, casi no es un alma y casi es, de hecho, un cuerpo. En su virtud o poder hay la mínima cantidad de naturaleza terrestre; hay más, no obstante, de naturaleza acuosa, más aún de naturaleza aérea, pero por encima de todo, hay naturaleza ardiente y estrellada. De acuerdo con las medidas de estos grados o pasos se obtiene la misma cantidad de estrellas y elementos.

Su poder florece en todas partes y en todo como el autor más próximo y el movimiento de toda generación, de lo cual proviene el dicho: el Espíritu interior nutre. Todo él es, por su propio poder, natural, brillante y cálido, dones húmedos y vivificantes que provienen de él y que son extraídos de los dones más altos del alma. Apolonio de Tiana atrajo mucho de él, como el hindú Yarcas ha testificado diciendo:

"Nadie debería maravillarse, oh Apolonio, de que te hayas dedicado a la ciencia de la adivinación, cuando llevas en tu alma tanto éter".

Traducción: Marc García

 

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