Este texto fue publicado originalmente en el nº 31, Marzo-Mayo 1988 deVers la Tradition.
Antología de Textos Herméticos
ALGUNAS CONSIDERACIONES PARTICULARES SOBRE EL SIMBOLISMO DEL PUENTE
DHYÂNA

"Intentar penetrar el misterio, es la única manera que nuestras inteligencias tienen
de honrarlo".
Matgioi, La voie métaphysique (Ed. Traditionnelles, p.63).

"En el dominio de la existencia corporal, la manifestación de la vida se percibe mediante la actividad de la materia en movimiento vibratorio, siendo el primer efecto de este movimiento darle la forma" (según René Guénon, "Les conditions de l'existence corporelle", en: Mélanges. Ed. Gallimard, p.118).

Mediante un proceso de extracción intelectual que le es propio, el ser individual, en tanto que término medio entre el cielo y la tierra, particulariza esta manifestación vital sublimando la materia mediante un acto de re-integración armónica de ésta en el orden universal, en lo cual consiste propiamente el Arte verdadero.

De hecho, toda sustancia, cualquiera que sea, participa entonces de la Perfección Divina en grado más alto ya que, en virtud de su papel privilegiado de soporte relacional, el ser individual recapitula la expansión creadora mediante su actualización de la virtualidad rítmica en un efecto estructurado y sensible. Estando determinado por su relación con la gravedad existencial, comunica en cierta manera a la sustancia el grado más o menos denso de su nivel de ser, no perteneciendo este grado ni a dominio alguno de la manifestación ni a la materia física como tal, sino a la individualidad del "creador".

Si la curva constituye la huella normal de un movimiento de propagación ondulatorio en un medio dado, el puente puede considerarse como una fijación o una representación en modo estático de este movimiento, verdadera "petrificación" o materialización singular de la vibración elemental amplificada.

Manifestando el ritmo de modo determinado, puede ser visto igualmente como el producto terminal debido a la acción del elemento esencial activo que es el intelecto, sobre el elemento sustancial pasivo que es la materia: traduciendo así las leyes de la arquitectura, en su dominio, la relación de causa a efecto –o de la esencia a la sustancia– dado como supuesto que esta manifestación particular de las leyes generales que rigen el mundo manifestado se sitúa por completo en el interior del plano de la curva cíclica, y que se trata pues aquí de una sola homología, por proyección intelectual diferenciada.

Perpetuando el impulso del pensamiento creador, esta vibración rítmica "solidificada" aparece como una exteriorización del ser (a imagen de la actualización de las posibilidades de la manifestación universal): en su orden y por esta razón, ella pertenece pues necesariamente a las condiciones particulares del tiempo y del espacio que son aquellas a las que está sometido el que concibe.

Pero, esta representación geométrica del movimiento ondulatorio, en virtud de su función de salto de una orilla a la otra, simboliza expresamente la función de intermediario divino que es la del "constructor de puentes" y permite trascender esas condiciones particulares de la existencia corporal; ya que, el arco de unión, identificándose así con la medida de la manifestación –o despliegue de la Posibilidad Universal– puede ser comprendido como la resolución de una totalidad (la de los estados de realización), identificándose con el reconocimiento de la Suprema Unidad.

Cuando el puente "se realiza" en diferentes arcos, el encadenamiento de éstos puede asimilarse a los estados jerarquizados del ser; pero, siendo el fin esencialmente el paso de una orilla a la otra –en un determinado sentido– la vanidad de una parada intermedia es implícitamente reconocida como inaceptable, y hasta temeraria; puesto que estos mismos arcos, unidos en la superficie por un revestimiento rectilíneo, se hallan por ello mismo sintetizados y como directamente unificados.

La función de relación –que es aquella misma del "Pontífice"– existe en acto en la vibración "estática" cuando ésta es concebida efectivamente como determinación singular de la pulsión cósmica: de este modo ella aparece como pudiendo servir de soporte al acto incantatorio, con la intención de un retorno conceptual del ser hacia su medio de origen; ya que, si el campo espacial es el de las proporciones y la perspectiva –que hacen inteligible lo que era primero ininteligible– el puente "realizado" deviene en cierta manera, y en retorno, fuente de intelectualización para aquel cuya re-orientación ha sido hecha anteriormente efectiva. En este sentido, se puede concebir al "constructor de puentes" como un verdadero artifex, trascendiendo la simple función social en la que participa exteriormente, mediante la plena conciencia del papel de "transmisor" que le es propio: permitiendo el efecto cualitativo de la obra de arte así realizada que el ser "diferenciado" rebase "el accidente físico" representado por el dibujo de la onda en su "materialidad", para acceder a una comprensión más intensa y más sutil del estado de homogeneidad primordial del mundo manifestado.

Para hacer esto, se trata esencialmente, para el ser, de llegar a lo que se podría llamar una "coincidencia interior", es decir a una armonía de las vibraciones rítmicas internas y de la pulsión cósmica determinada –empleada accesoriamente como soporte del acto interior, y siendo comprendida la incantación como "una aspiración del ser hacia lo Universal, teniendo por fin obtener una iluminación interior". (René Guénon, L'homme et son devenir selon le Vêdanta, p. 164, nota 4).

Si en la figuración estática del movimiento ondulatorio el soporte es de orden visual, allí donde el grado de condensación rítmica es más sutil, el soporte será de orden auditivo: como cuando se trata del "compás" musical por ejemplo, o de la "cadencia" poética, que pueden ser considerados uno y otra como equivalentes sonoros del arco de unión en modo manifestado, pero, podría decirse, en un grado de fijación menor (en el lenguaje ordinario, la "incorporación" del significado es más pesada y más individualizada, de manera que esta modalidad de la expresión se vuelve por ello mismo impropia para el acto contemplativo).

Es decir, que un ritmo particularizado, tomado como soporte de estructuración de las vibraciones rítmicas internas, no es exclusivo de tal o cual dominio particular de la "creación" artística, sino que pertenece al Arte como tal o, más bien, que es como su expresión y su característica; de manera que para el ser desligado de la sobre-entrega a los elementos subversivos exteriores, manifiesta al más alto grado la exteriorización de las posibilidades de la manifestación universal; siendo finalmente el objetivo último lo que podría llamarse una "reabsorción de este ritmo" con el fin de llegar a una comprensión intelectual directa del estado de pura indiferenciación primordial.

Traducción: Miguel A. Aguirre

 

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