La versión cristiana de muchas de las enseñanzas herméticas está presente en las obras de Dionisio Areopagita (s. V-VI) la influencia de cuya "teología" comienza en Boecio (s. V-VI) y llega hasta Nicolás de Cusa (s. XV). Juan Scoto Erígena (810?–870?) tradujo el Comentario sobre el Pseudo Dionisio atribuido a Máximo el Confesor, otra obra suya es Sobre la predestinación y la más importante Sobre la división de la Naturaleza (Periphyseon), de la que reproducimos parte de la selección publicada en B.A.C. (Los Filósofos Medievales vol. II, Madrid 1979), agotada hace varios años.
Antología de Textos Herméticos
SOBRE LA DIVISION DE LA NATURALEZA
SCOTO ERIGENA
Libro I - 1ª Parte

MAESTRO. – Pensando yo muchas veces, y estudiando con la mayor diligencia que puedo la primera y suprema división de todas las cosas que o están al alcance de nuestra mente o la superan, en las que son y en las que no son, me viene a la mente como término general, para designarlas, el griego  y el latino natura. ¿O es que tú piensas de otra manera?

ALUMNO. – No; estoy completamente de acuerdo. Pues yo también, cuando me pongo a razonar, hallo que las cosas son así.

M. – ¿Quedamos, entonces, en que el nombre de naturaleza es el nombre general para todas las cosas que son y las que no son?

A. – Lo es. Pues nada puede presentarse a nuestro pensamiento a lo que no se pueda aplicar ese nombre.

M. – Ya que estamos de acuerdo en que ese término es general, indícame, te ruego, cómo se hace su división en especies por las diferencias; o, si lo prefieres, intentaré yo hacer una división, y tú darás tu juicio sobre ella.

A. – Empieza ya. Pues estoy impaciente por oír de ti la verdadera opinión sobre esta materia.

M. – Pienso que la división de la naturaleza se hace por cuatro diferencias en cuatro especies: la primera es la división en naturaleza que crea y no es creada; la segunda, en la que es creada y crea; la tercera, en la que es creada y no crea; la cuarta, en la que ni crea ni es creada. Mas en estas cuatro hay dos pares de opuestos: la tercera se opone a la primera, y la cuarta, a la segunda; pero la cuarta queda relegada al mundo de los imposibles, ya que es de su esencia el no poder ser ¿Te parece bien hecha esta división, o no?

A. – Me parece bien hecha. Pero ten la bondad de repetirla, para que aparezca más clara la oposición entre esas formas.

M. – Creo que ves la oposición de la tercera división a la primera (la primera es en efecto, la que crea y no es creada; a la que, por tanto, se opone contrariamente la que es creada y no crea), y la oposición de la segunda a la cuarta, ya que la segunda es la de la que es creada y crea; a la cual, por consiguiente, se opone en toda la línea la cuarta, la de la que ni crea ni es creada.

A. – Claramente las veo. Pero me deja muy perplejo la cuarta especie que has introducido. Pues de las otras tres no me atrevería a mover duda alguna, ya que en la primera está designada, si no me engaño, la causa de cuanto existe y de cuanto no existe; en la segunda, las causas primordiales; en la tercera, aquellas cosas que se manifiestan a través de la generación en el tiempo y en el espacio. Por eso, pienso que es necesario entablar una discusión más detallada de cada especie.

M. – Y piensas bien. Pero dejo a tu arbitrio el determinar el orden que debemos seguir en el razonamiento, es decir, por qué especie de naturaleza hemos de empezar.

A. – Me parece que está fuera de toda duda que debemos decir de la primera antes que de todas las demás lo que la luz que ilumina a toda mente se digne comunicarnos.

M. – Sea así. Pero creo que antes debemos decir unas palabras de esa que hemos llamado la división suprema y principal de todas, a saber, la división en las cosas que son y en cosas que no son.

A. – Me parece muy razonable y prudente. No veo, en efecto, otro principio de donde deba arrancar nuestro razonamiento, y no ya sólo porque se trata de la primera diferenciación, sino porque parece más oscura que las demás, y, en efecto, lo es.

M. – Pues bien, esta diferencia fundamental que separa a todas las cosas requiere cinco modos de interpretación: el primero parece ser el mismo por el cual la razón nos persuade de que de todas las cosas que caen bajo la percepción de los sentidos corporales o de la inteligencia se dice con verdad y razonablemente que son, y, en cambio, de las que por la excelencia de su naturaleza escapan a la percepción, no sólo de todo sentido, sino de todo entendimiento y razón, que parecen con razón no ser, lo que no tiene recta interpretación sino en solo Dios y en las razones y esencias de todas las cosas por El creadas. Y con razón, pues, como dice Dionisio Areopagita, es esencia de todas las cosas aquel que es el único que verdaderamente es. "Pues -dice- el ser de todas las cosas es la divinidad que está sobre el ser"1.

También Gregorio el Teólogo prueba con muchas razones que ninguna substancia o esencia de alguna creatura, visible o invisible, puede ser comprendida, por el entendimiento o por la razón, en lo que es. Porque, así como Dios, por estar en su ser mismo, que trasciende toda creatura, no es comprendido por ningún entendimiento, es también por igual incomprensible cuando se le considera en los más secretos repliegues de la creatura hecha por El y que en El existe; mientras que, todo lo que de cualquier creatura o se percibe por los sentidos corporales o es contemplado por el entendimiento no es más que un accidente de su esencia, que hemos dicho que de por sí es incomprensible, pero que, o por la cualidad, o por la cantidad, o por la forma, o por la materia, o por alguna diferencia, o por el espacio, o por el tiempo, es conocida no en lo que es, sino en el hecho de que es.

I. Ese es, pues, el primero y fundamental modo de la división de las cosas que son y las que no son. Porque no hay que admitir en modo alguno, a mi juicio, ese que parece otro modo de división, a saber, el que se basa en las privaciones de las sustancias y accidentes. Porque lo que absolutamente no es ni puede ser, ni supera por la eminencia de su existencia al entendimiento, no veo cómo pueda tener cabida en las divisiones que se hacen de las cosas [a no ser que se diga que las ausencias y privaciones no son del todo nada, sino que están contenidas en cierta extraña virtualidad natural de las cosas cuyas privaciones o ausencias son, de suerte que poseen un cierto modo de ser]2.

II. Sea el segundo modo de ser y no ser el que se advierte en los órdenes y diferencias de las naturalezas creadas; se inicia en el poder intelectual que ocupa el puesto más elevado y próximo a Dios, y desciende hasta el último grado de la creatura racional e irracional, o, para decirlo más claramente, se extiende desde el ángel más elevado hasta el elemento más bajo del alma racional [es decir, la vida nutritiva y activa, que es la última parte del alma, porque nutre y hace crecer al cuerpo].

Aquí, por un maravilloso modo de entender las cosas, cada orden, incluido el que ocupa el ínfimo grado (que es el de los cuerpos, en el que llega a su término toda división), se puede decir que es y no es. En efecto, la afirmación del inferior es la negación del superior, y asimismo la negación del inferior es la afirmación del superior (y de la misma manera, la afirmación del superior es la negación del inferior, y la negación del superior será la afirmación del inferior). Y así, la afirmación del hombre (mortal aún) es la negación del ángel, y la negación del hombre es la afirmación del ángel, y viceversa... Y la misma regla se puede advertir en todas las esencias celestes hasta llegar al supremo orden universal. Este, sin embargo, tiene su límite en la suprema negación, ya que su negación confirma la no existencia de ninguna creatura superior... El orden ínfimo sólo niega o confirma al superior a él, ya que nada tiene inferior a sí que pueda anular o confirmar, porque es precedido de todos los que son superiores a él y no precede a ninguno inferior. Esta es, pues, otra razón por la cual todo orden racional o intelectual se dice que es y que no es: es, en cuanto que es conocido por los órdenes superiores o por sí mismo; no es, en cuanto que no se deja comprender por los inferiores.

III. El tercer modo no es descaminado localizarlo en aquellas cosas en las que obtiene su plenitud este mundo visible y en las causas que las preceden, latentes en los más recónditos pliegues de la naturaleza. En efecto, lo que de esas causas, tanto en lo que respecta a la materia como en lo que respecta a la forma, se conoce a través de la generación en el tiempo y en el espacio, suele el uso humano de hablar decir que es, mientras que lo que queda todavía encerrado en el seno de la naturaleza y no aparece a la luz ni en cuanto a la forma ni en cuanto a la materia, en el espacio o en el tiempo y demás accidentes, suele el mismo uso de hablar decir que no es.

De esto hay un gran número y variedad de ejemplos en todos los órdenes, pero especialmente en la naturaleza humana. En efecto, como Dios determinó a la vez la existencia de todos los hombres en aquel primero que hizo a su imagen, pero no a todos los hizo aparecer en el mundo al mismo tiempo, sino que en determinados tiempos y lugares confiere visible esencia a la naturaleza que Él tiene a bien escoger, según un orden de Él conocido, de ahí que de los hombres que hacen su aparición y aparecieron en el mundo, se dice que son, y de los que todavía no aparecen, pero existirán, se dice que no son. A este modo es reducible la teoría que habla de las virtudes seminales, ya sea en los animales, ya sea en los árboles o plantas. Porque dicha potencialidad, cuando está todavía latente en el seno de la naturaleza, por no aparecer todavía, se dice que no es (existe); en cambio, cuando se manifiesta en el nacer y en el crecer de los animales y en las flores y frutos de los árboles y de las plantas, se dice que es (existe).

IV. El cuarto modo es el que, con gran verosimilitud, en sentir de los filósofos, declara que tan sólo son en sentido verdadero las cosas que son comprendidas, por solo el entendimiento, mientras que aquellas que en la generación sufren cambios, se unen y se separan a través de las expansiones y contracciones de la materia y de los intervalos de espacio y tiempo, se dice que no son en sentido verdadero, como es el caso de todos los cuerpos que están sujetos a nacer y perecer.

V. El quinto modo es el que la razón contempla tan sólo en la naturaleza humana, la cual, al abandonar por el pecado la dignidad de la imagen divina en la que con toda propiedad subsistió, merecidamente perdió el ser, y por eso se dice que no es; mientras que, una vez restaurada por la gracia del Unigénito de Dios, fue reducida al primitivo estado de su sustancia en la cual fue creada a imagen de Dios, empezó a ser, e incoa la vida en dicho estado... .

M. – De las citadas divisiones de la naturaleza, nos ha parecido ser la primera diferencia la de la naturaleza que crea y no es creada. Y con razón, ya que tal especie de naturaleza sólo de Dios se predica correctamente, que, por crear Él solo todas las cosas, es conocido como , es decir, sin principio, ya que Él es la causa principal de todas las cosas que han sido hechas de Él y por Él, y, por lo mismo, es también el fin de cuanto procede de Él; a Él, en efecto, tienden todas las cosas. Él es, pues, el principio, el medio y el fin: el principio, porque de Él proceden todas las cosas que participan de la esencia; el medio, porque de Él y por Él subsisten y se mueven; y el fin, porque tras Él se mueven buscando el descanso de su movimiento y la estabilidad de su perfección.

A. – Creo con toda firmeza y entiendo, en cuanto me es posible, que eso se predica rectamente tan sólo de la causa divina universal, ya que ella sola crea las cosas que de ella proceden y no es creada por ninguna causa superior y anterior a ella. Ella es, en efecto, la suprema y única causa de todas las cosas que tienen existencia por ella y en ella.

Pero quisiera conocer tu opinión sobre lo siguiente: me quedo muy perplejo cuando, al leer los libros de los Santos Padres, que con tanto celo trataron de la naturaleza divina, encuentro con frecuencia la afirmación de que no sólo crea cuanto existe, sino que también es creada. Ella, en efecto, en decir de ellos, hace y es hecha, crea y es creada. Si eso es verdad, no acierto a ver cómo pueda quedar en pie nuestro razonamiento, ya que decimos que solamente crea, pero no es creada por nadie.

M. – Con razón estás perplejo, pues también yo estoy muy maravillado de ello, y desearía que me ayudases a llegar a poder ver cómo esas proposiciones que parecen contradecirse puedan conciliarse, y cómo abordar esta cuestión según esta razón... .

A. – ¿No nos habíamos propuesto el investigar, en la medida a nosotros posible, las razones por las que los que tratan de la naturaleza divina dicen que la misma crea y es creada? Porque, que crea todas las cosas, ningún sano entendimiento lo pone en duda; pero en qué sentido se dice que es creada, es cosa que, a nuestro juicio, no debemos considerar solamente de pasada.

M. – Así es. Pero pienso que con lo que llevamos dicho tenemos ya abierto un acceso no despreciable para la solución de esta cuestión. Hemos convenido, en efecto, en que por el movimiento de la divina naturaleza, no hay que entender otra cosa más que el propósito de la voluntad divina de hacer las cosas que han de ser hechas. Se dice, por tanto, que la naturaleza divina se hace en todas las cosas, la cual no es otra cosa que la voluntad divina. En ella, en efecto, no se distinguen el ser y el querer, sino que el querer y el ser son una misma realidad en la producción de las cosas que se ha determinado que serán hechas.

Por ejemplo, podría alguno expresarse así: La moción de la divina voluntad se dirige a esto: a que existan las cosas que de hecho existen. Crea, pues, todas las cosas que saca de la nada para que existan, llevándolas del no ser al ser; pero es creada, porque nada, excepto ella, existe esencialmente, ya que ella es la esencia en todas las cosas. Porque, así como no hay nada que sea bueno por naturaleza fuera de él, sino que todo lo que se dice bueno lo es por participación del único sumo Bien, así todo lo que se dice que existe, no existe en sí mismo, sino por la participación de la naturaleza que verdaderamente existe. Así que, como ya lo hemos ponderado en lo que hemos dicho antes, no sólo se dice que la naturaleza divina se hace cuando la palabra de Dios nace de un modo admirable e inefable en los que se han reformado en la fe, en la esperanza y en la caridad y en las demás virtudes -como dice el Apóstol hablando de Cristo: "El cual fue por Dios para nosotros sabiduría, y justificación, y santificación, y redención"3-, sino también porque, siendo en sí misma invisible, se manifiesta en todas las cosas que existen, no impropiamente se dice hecha.

Porque también nuestro entendimiento, antes de ponerse a conocer y recordar, no irrazonablemente se dice que no existe. El, en efecto, es en sí mismo invisible y no es conocido de nadie más que de Dios y de nosotros mismos; pero, una vez que ha venido a tener actos de pensar y recibe forma de algunas imaginaciones, se dice, no sin razón, que es hecho... Con esta analogía, aunque alejada de la naturaleza divina, creo que se puede hacer ver cómo, al crear y al no poder ser creada por nadie, es creada de modo admirable en todos aquellos seres que de ella proceden; de suerte que, así como la inteligencia de nuestra mente, o su propósito, o su designio, o comoquiera que pueda llamarse ese movimiento nuestro íntimo y primero, cuando se pone a pensar, como hemos dicho, y ha recibido algunas formas de la imaginación y procede a emitir palabras o señales de mociones sensibles no desacertadamente se dice que se hace -pues sin forma alguna en sí mismo, resulta formado por medio de la fantasía-, así de la esencia divina, que, subsistiendo en sí, supera todo entendimiento, se dice con razón que es creada en las cosas que han sido hechas por ella y por medio de ella y en ella, de suerte que sea conocida por aquellos que la buscan con buen espíritu, ya sea por el entendimiento, si se trata de cosas sólo perceptibles por éste, ya por los sentidos, si son sensibles.

Traducción y notas: Clemente Fernández S.I.
 

2ª Parte
Antología
  
NOTAS
1 De Cael. Hier. IV, I (PG 3, 1778 1-2).
2 Adición de Erígena  en redacción posterior.
3 I Cor 1,30.