He
leído muchos escritos tanto de los maestros paganos como de los
profetas y del Viejo y del Nuevo Testamento, y he investigado con seriedad
y perfecto empeño cuál es la virtud suprema y óptima
por la cual el hombre es capaz de vincularse y acercarse lo más
posible a Dios, y debido a la cual el hombre puede llegar a ser por gracia
lo que es Dios por naturaleza, y mediante la cual el hombre se halla totalmente
de acuerdo con la imagen que él era en Dios y en la que no habla
diferencia entre él y Dios, antes de que Dios creara las criaturas.
Y cuando penetro así a fondo en todos los escritos –según
mi entendimiento puede hacerlo y es capaz de conocer–
no encuentro sino que el puro desasimiento supera a todas las cosas, pues
todas las virtudes implican alguna atención a las criaturas, en
tanto que el desasimiento se halla libre de todas las criaturas. Por ello
Nuestro Señor le dijo a Marta: "unum est necessarium" (Lucas 10,
42), eso significa lo mismo que: Marta, quien quiere ser libre de desconsuelo
y puro, debe poseer una sola cosa o sea el desasimiento.
Los profesores elogian
grandemente el amor, como hace
San Pablo quien dice: "Cualquier obra que yo haga, si no tengo amor, no
soy nada" (Cfr. 1 Cor. 13, 1s.). Yo, en cambio, elogio al desasimiento
antes que a todo el amor. En primer término, porque lo mejor que
hay en el amor es el hecho de que me obligue a amar a Dios, el desasimiento,
empero, obliga a Dios a amarme a mi. Ahora bien, es mucho más noble
que yo lo obligue a Dios [a venir] hacia mí en lugar de que me obligue
a mí [a ir] hacia Dios. Y ello se debe a que Dios se puede relacionar
más intensamente y unir mejor conmigo de lo que yo podría
relacionarme con Dios. El que el desasimiento pueda obligar a Dios [a venir]
hacia mí, lo demuestro como sigue: cualquier cosa gusta de estar
en su lugar propio y natural. Ahora bien, el lugar propio y natural de
Dios lo constituyen [la] unidad y [la] pureza que provienen del desasimiento.
Por lo tanto, Dios debe entregarse, Él mismo, necesariamente a un
corazón desasido. Por otra parte, elogio al desasimiento antes que
al amor, porque el amor me obliga a sufrir todas las cosas por Dios, en
tanto que el desasimiento hace que yo no sea susceptible de nada que no
sea Dios. Ahora, resulta que es mucho más noble no ser susceptible
de nada que no sea Dios, antes que sufrir todas las cosas por Dios, porque
en el sufrimiento el hombre presta una cierta atención a las criaturas
de las cuales proviene el sufrimiento del ser humano, el desasimiento,
en cambio, se halla completamente libre de todas las criaturas. Mas, el
que el desasimiento no sea susceptible de nada que no sea Dios, lo demuestro
así: Cuando alguna cosa ha de ser acogida, debe ser acogida dentro
de algo. Resulta empero, que el desasimiento se halla tan cerca de la nada
que fuera de Dios no hay ninguna cosa tan sutil que pueda subsistir en
el desasimiento. Él es tan simple y tan sutil que bien puede caber
en el corazón desasido. Por lo tanto, el desasimiento no es susceptible
de nada que no sea Dios.
Los maestros ensalzan también la humildad ante
muchas otras virtudes. Mas yo ensalzo el desasimiento ante toda humildad,
y lo hago porque la humildad puede subsistir sin desasimiento, pero el
desasimiento perfecto no puede subsistir sin la humildad perfecta, porque
la humildad perfecta persigue el aniquilamiento perfecto de uno mismo.
[Pero] el desasimiento toca tan de cerca a la nada que no puede haber cosa
alguna entre el desasimiento perfecto y la nada. Por ende, [el] desasimiento
perfecto no puede existir sin [la] humildad. Ahora bien, dos virtudes siempre
son mejores que una sola. La segunda razón por la cual elogio al
desasimiento más que a la humildad, consiste en que la humildad
perfecta se rebaja ante todas las criaturas y en esta humillación
el hombre sale de sí mismo en dirección a las criaturas;
el desasimiento, en cambio, permanece en sí mismo. Ahora, resulta
que ninguna salida puede llegar a ser tan noble que la permanencia dentro
de uno mismo no sea mucho más noble. De esto habló el profeta
David [diciendo]: "Omnis gloria eius filiae regis ab intus" (Salmo 44,
14), esto quiere decir: "La hija del rey debe todo su honor a su ensimismamiento".
El desasimiento perfecto no persigue ningún movimiento, ya sea por
debajo de una criatura, ya sea por encima de una criatura; no quiere estar
ni por debajo ni por encima, quiere subsistir por sí mismo sin consideración
de nadie, y tampoco quiere tener semejanza o desemejanza con ninguna criatura,
[no quiere] ni esto ni aquello: no quiere otra cosa que ser. Pero la pretensión
de ser esto o aquello, no la desea [tener]. Pues, quien quiere ser esto
o aquello, quiere ser algo; el desasimiento, en cambio, no quiere ser nada.
Por ello, todas las cosas permanecen libres de él. A este respecto
alguien podría decir: Pero si todas las virtudes se hallaban perfectas
en Nuestra Señora, entonces debía de haber en ella también
el desasimiento perfecto. Luego, si el desasimiento es más elevado
que la humildad )por qué
se preció Nuestra Señora de su humildad y no de su desasimiento,
cuando dijo: "Quia respexit dominus humilitatem ancillae suae", lo cual
quiere decir: "Él ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva"?
(Lucas 1, 48)... ¿Por qué no dijo ella: Ha puesto sus ojos
en el desasimiento de su sierva? A ello contesto, diciendo: En Dios hay
desasimiento y humildad, en cuanto podamos hablar de virtudes en Dios.
Ahora, has de saber que su humildad llena de amor, lo movió a Dios
a que se inclinara a la naturaleza humana, mientras su desasimiento se
mantenía inmóvil en sí mismo, tanto cuando se hizo
hombre como cuando creó el cielo y la tierra, según te diré
más adelante. Y como Nuestro Señor, cuando quiso hacerse
hombre, permaneció inmóvil en su desasimiento, Nuestra Señora
entendió bien que le pedía lo mismo también a ella
y que Él, en este caso, tenía puestos sus ojos en la humildad
de ella y no en su desasimiento. Por eso, ella se mantenía inmóvil
en su desasimiento y se preció de su humildad y no de su desasimiento.
Y si ella hubiera recordado, aunque hubiese sido con una sola palabra,
su desasimiento de modo que hubiera dicho: El ha puesto sus ojos en mi
desasimiento, esto habría empañado su desasimiento que ya
no habría sido ni entero ni perfecto porque se habría producido
un efluvio [del desasimiento]. Mas no puede haber ningún efluvio
por insignificante que sea, sin que el desasimiento sea manchado. Y ahí
tienes la razón por la cual Nuestra Señora se preciaba de
su humildad y no de su desasimiento. Por eso dijo el profeta: "audiam,
quid loquatur in me dominus deus" (Salmo 84, 9), esto quiere decir: "Yo
quiero callar y quiero escuchar lo que mi Dios y mi Señor le diga
a mi fuero íntimo", como si dijera: Si Dios me quiere hablar que
se adentre en mí porque yo no quiero salir.
Ensalzo también el desasimiento ante toda misericordia,
porque la misericordia no es sino el hecho de que el hombre salga de sí
mismo en dirección a las aflicciones de sus semejantes, con lo cual
se entristece su corazón. El desasimiento se mantiene libre de eso
y permanece en sí mismo y no se deja entristecer por nada porque,
mientras algo puede entristecer al hombre, éste no anda bien encaminado.
En resumen, cuando miro todas las virtudes, no encuentro ninguna tan completamente
inmaculada y tan capaz de relacionar con Dios como lo es el desasimiento.
Hay un maestro llamado
Avicena que dice: La nobleza del
espíritu que se mantiene desasido es tan grande que cualquier cosa
que vea, es verdadera y cualquier cosa que pida, le está concedida
y en cualquier cosa que mande, se le debe obedecer. Y has de saber con
certeza: Cuando el espíritu libre se mantiene en verdadero desasimiento,
lo obliga a Dios a [acercarse] a su ser; y si fuera capaz de estar sin
ninguna forma ni accidente, adoptaría el propio ser de Dios. Pero
este [ser] no lo puede dar Dios a nadie fuera de Él mismo; por lo
tanto, Dios no le puede hacer al espíritu desasido otra cosa que
dársele Él mismo. Y el hombre que se halle así en
perfecto desasimiento, será elevado a la eternidad, en forma tal
que ninguna cosa perecedera lo pueda conmover, que no sienta nada que sea
corpóreo, y se dice que está muerto para el mundo porque
no le gusta nada que sea terrestre. A esto se refirió San Pablo
cuando dijo: "Vivo y, sin embargo, no vivo; Cristo vive en mí" (Gal.
2, 20).
Ahora preguntarás acaso: ¿Qué es
el desasimiento ya que es tan noble en sí mismo? A este respecto
debes saber que el verdadero desasimiento no consiste sino en el hecho
de que el espíritu se halle tan inmóvil frente a todo cuanto
le suceda, ya sean cosas agradables o penosas, honores, oprobios y difamaciones,
como es inmóvil una montaña de plomo ante [el soplo de] un
viento leve. Este desasimiento inmóvil lo lleva al hombre a la mayor
semejanza con Dios. Porque el que Dios sea Dios, se debe a su desasimiento
inmóvil y gracias a éste Él tiene su pureza y su simpleza
y su inmutabilidad. Y por eso, si el hombre ha de asemejarse a Dios –en
cuanto una criatura pueda tener semejanza con Dios– esto debe suceder mediante
el desasimiento. Luego, este [último] arrastra al hombre a la pureza
y desde la pureza a la simpleza y de la simpleza a la inmutabilidad; y
estas cosas producen semejanza entre Dios y el hombre; y la semejanza debe
darse en la gracia, ya que la gracia arrebata al hombre separándolo
de todas las cosas seculares, y lo purifica de todas las cosas perecederas.
Y has de saber: estar vacío de todas las criaturas significa estar
lleno de Dios, y estar lleno de todas las criaturas, significa estar vacío
de Dios.
Ahora has de saber que
Dios, antes de existir el mundo,
se ha mantenido –y sigue haciéndolo– en este desasimiento inmóvil,
y debes saber [también]: cuando Dios creó el cielo y la tierra
y todas las criaturas, [esto] afectó su desasimiento inmóvil
tan poco como si nunca criatura alguna hubiera sido creada. Digo más
todavía: Cualquier oración y obra buena que el hombre pueda
realizar en el siglo, afecta el desasimiento divino tan poco como si no
hubiera ninguna oración ni obra buena en lo temporal, y a causa
de ellas Dios nunca se vuelve mas benigno ni mejor dispuesto para con el
hombre que en el caso de que no hiciera nunca ni una oración ni
las obras buenas. Digo mas aún: Cuando el Hijo en la divinidad quiso
hacerse hombre y lo hizo y padeció el martirio, esto afecto el desasimiento
inmóvil de Dios tan poco como si nunca se hubiera hecho hombre.
Ahora podrías decir: Entonces oigo bien que todas las oraciones
y todas las buenas obras se pierden [=son inútiles] porque Dios
no se ocupa de ellas [en el sentido de] que alguien lo pueda conmover con
ellas y, sin embargo, se dice que Dios quiere que se le pidan todas las
cosas. En este punto deberías escucharme bien y comprender perfectamente
–siempre que seas capaz de hacerlo–
que Dios en su primera mirada eterna –con
tal de que podamos suponer una primera mirada–
miró todas las cosas tal como sucederían, y en esta misma
mirada vio cuándo y cómo iba a crear a las criaturas y cuándo
el Hijo quería hacerse hombre y debía padecer; vio también
la oración y la buena obra más insignificante que alguien
iba a hacer, y contempló cuáles de las oraciones y devociones
quería o debía escuchar; vio que mañana tú
lo invocarás y le pedirás con seriedad, y esta invocación
y oración Dios no las quiere escuchar mañana, porque [ya]
las ha escuchado en su eternidad antes de que tú te hicieras hombre.
Mas, si tu oración no es ferviente y carece de seriedad, Dios no
te quiere rechazar ahora, porque [ya] te ha rechazado en su eternidad.
Y de esta manera Dios ha contemplado con su primera mirada eterna todas
las cosas, y Dios no obra nada de nuevo porque todas son cosas pre-operadas.
Y de este modo Dios se mantiene, en todo momento, en su desasimiento inmóvil
y, sin embargo, por eso no son inútiles la oración y las
buenas obras de la gente, pues quien procede bien, recibe también
buena recompensa, quien procede mal, recibe también la recompensa
que corresponde. Esta idea la expresa San Agustín en "De la Trinidad",
en el último capitulo del libro quinto, donde dice lo siguiente:
"Deus autem", etcétera, esto quiere decir: "No quiera Dios que alguien
diga que Dios ama a alguna persona de manera temporal, porque para Él
nada ha pasado y tampoco es venidero, y Él ha amado a todos los
santos antes de que fuera creado el mundo, tal como los había previsto.
Y cuando llega el momento de que Él hace visible en el tiempo lo
contemplado por Él en la eternidad, la gente se imagina que Dios
les ha dispensado un nuevo amor; [mas] es así: cuando Él
se enoja o hace algún bien, nosotros cambiamos y Él permanece
inmutable, tal como la luz del sol permanece inmutable en sí misma".
A idéntica idea alude Agustín en el cuarto capítulo
del libro doce de "De la Trinidad" donde dice así: "Nam deus non
ad tempus videt, nec uliquid fit novi in eius visione", "Dios no ve a la
manera temporal y tampoco surge en Él ninguna visión nueva".
A este pensamiento se refiere también Isidoro en el libro "Del bien
supremo", donde dice lo siguiente: "Mucha gente pregunta: ¿Qué
es lo que hizo Dios antes de crear el cielo y la tierra, o cuando surgió
en Dios la nueva voluntad de crear a las criaturas?" Y contesta así:
"Nunca surgió una nueva voluntad en Dios, pues si bien es así
que la criatura en ella misma no existía", como lo hace ahora, "existía,
sin embargo, en Dios y en su razón desde la eternidad". Dios no
creó el cielo y la tierra tal como nosotros decimos en el transcurso
del tiempo: "¡Hágase esto!" porque todas las criaturas están
enunciadas en la palabra eterna. A este respecto podemos alegar también
lo dicho por Nuestro Señor a Moisés, cuando Moisés
le dijera a Nuestro Señor: "Señor, si Faraón me pregunta
quién eres ¿qué debo contestarle?", entonces respondió
Nuestro Señor: "Dile pues que, El que es, me ha enviado" (Cfr. Éxodo
3, 13 s.) Esto significa lo mismo que: El que es inmutable en sí mismo,
me ha enviado.
¿Alguien podría decir entonces: "Cristo
tuvo también un desasimiento inmóvil cuando dijo: 'Mi alma
está entristecida hasta la muerte' (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34)
y María, cuando estaba al pie de la cruz y se habla mucho de sus
lamentaciones?... ¿cómo concuerda todo esto con el desasimiento
inmóvil? A este respecto debes saber que –según dicen los
maestros– hay en cualquier hombre dos clases de hombre: uno se llama el
hombre exterior, eso es la sensualidad; a este hombre le sirven los cinco
sentidos y, sin embargo, el hombre exterior obra en virtud del alma. El
otro hombre se llama el hombre interior, eso es la intimidad del hombre.
Ahora has de saber que un hombre espiritual que ama a Dios, no emplea las
potencias del alma en el hombre exterior sino en la medida en que lo necesitan
forzosamente los cinco sentidos; y lo interior se vuelve hacia los cinco
sentidos sólo en cuanto es conductor y guía de los cinco
sentidos y los protege para que no se entreguen a su objeto en forma bestial,
según hacen algunas personas que viven de acuerdo con su voluptuosidad
carnal al modo de las bestias irracionales; y semejantes gentes antes que
gente se llaman con más razón animales. Y las potencias que
posee el alma mas allá de lo que dedica a los cinco sentidos, las
da todas al hombre interior, y cuando este hombre tiene un objeto elevado
[y] noble, el [alma] atrae hacia sí todas las potencias que ha prestado
a los sentidos, y de este hombre dicen que está fuera de sí
y arrobado porque su objeto es una imagen racional o algo racional sin
imagen. Pero debes saber que Dios espera de cualquier hombre espiritual
que lo ame con todas las potencias del alma. Por esto dijo: "Amarás
a tu Dios de todo corazón" (Cfr. Marcos 12, 30; Lucas 10, 27). Ahora
bien, hay algunas personas que gastan las potencias del alma completamente
en [provecho] del hombre exterior. Esta es la gente que dirige todos sus
sentidos y entendimiento hacia los bienes perecederos; no saben nada del
hombre interior. Debes saber pues, que el hombre exterior puede actuar
y, sin embargo, el hombre interior se mantiene completamente libre de ello
e inmóvil. Resulta que en Cristo hubo también un hombre exterior
y un hombre interior, y lo mismo [vale] para Nuestra Señora; y todo
cuanto Cristo y Nuestra Señora dijeron alguna vez sobre cosas externas,
lo hicieron según el hombre exterior, y el hombre interior se mantenía
en un desasimiento inmóvil. Y así habló [también]
Cristo cuando dijo: "Mi alma está entristecida hasta la muerte"
(Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34), y pese a todos los lamentos de Nuestra
Señora y a otras cosas que hacía, su intimidad siempre se
mantuvo en inmóvil desasimiento. Escucha para ello una comparación:
Una puerta se abre y cierra en un gozne. Ahora comparo la hoja externa
de la puerta al hombre exterior y el gozne al hombre interior. Entonces,
cuando la puerta se abre y cierra, la hoja exterior se mueve de acá
para allá y el gozne permanece, no obstante, inmóvil en el
mismo lugar y esto es la causa de que no cambie nunca. Lo mismo sucede
en nuestro caso, supuesto que lo sepas entender bien.
Con referencia a ello pregunto
ahora ¿cuál
es el objeto del desasimiento puro? Contesto como sigue, diciendo que ni
esto ni aquello constituye el objeto del desasimiento puro. [Porque] éste
se yergue sobre la nada desnuda y te diré por qué es así:
El desasimiento puro está situado sobre lo más elevado. Se
yergue pues, sobre lo más elevado aquel en que Dios puede obrar
de acuerdo con toda su voluntad. Resulta, empero, que Dios no puede obrar
en todos los corazones según su entera voluntad porque Dios, si
bien es todopoderoso, no puede obrar sino en la medida en que encuentra
o crea una predisposición. Y digo "o crea" a causa de San Pablo
porque en él no encontró la predisposición, pero lo
preparó mediante la infusión de la gracia. Por eso digo:
Dios obra en la medida en que halla predisposición. Su operación
es distinta en el hombre y en la piedra. Para ello encontramos un símil
en la naturaleza: Cuando se hace fuego en un horno y se coloca adentro
una masa de avena y una de cebada y una de centeno y una de trigo, no hay
más que un solo calor en el horno y, sin embargo, aquél no
opera del mismo modo en las masas, porque una llega a ser pan blanco, la
otra se vuelve más morena y la tercera más negra aún.
Y la culpa de ello no la tiene el calor sino la masa porque es distinta.
Igualmente, Dios no opera del mismo modo en todos los corazones, sino que
obra según la disposición y susceptibilidad que halla. Pues
bien, en el corazón en el que hay "esto" y "aquello", puede haber
algo en "esto" o "aquello" a causa de lo cual Dios no puede obrar de la
manera más elevada. Por ello, si el corazón ha de tener una
disposición para lo más elevado, tiene que estar situado
sobre la nada desnuda, y en esto reside también la mayor posibilidad
que pueda haber. Dado que el corazón desasido se halla sobre lo
más elevado, ha de ser sobre la nada porque en esta se contiene
la mayor susceptibilidad. Toma para ello un símil de la naturaleza.
Si quiero escribir sobre una tabla de cera, no puede haber nada escrito
en la tabla, no importa lo noble que sea, sin que ello me impida que yo
escriba sobre dicha [tabla]; y si quiero escribir, no obstante, tengo que
tachar y anular todo cuanto esté escrito en la tabla, y ésta
nunca se me presta tanto para escribir como cuando no hay en ella nada
escrito. Del mismo modo: si Dios ha de escribir en mi corazón de
la manera más elevada, tiene que salir del corazón todo cuanto
se llama "esto" y "aquello", así son las cosas con el corazón
desasido. Por eso, Dios puede obrar en él del modo más elevado
y según su voluntad altísima. De ahí que el objeto
del corazón desasido no es ni "esto" ni "aquello".
Mas, ahora pregunto yo: ¿cuál es la oración
del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no
puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita
que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada
en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser librado.
Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo
implica ser uniforme con Dios. En esto se basa toda su oración.
En este sentido podemos traer a colación lo dicho por San Dionisio
con respecto a la palabra de San Pablo donde éste dice: "Son muchos
quienes corren detrás de la corona y, sin embargo, uno solo la consigue"
(Cfr. 1 Cor. 9, 24) –todas las potencias del alma corren para obtener la
corona y, sin embargo, la consigue sólo la esencia– Dionisio dice
pues: La carrera no es otra cosa que el apartamiento de todas las criaturas
y el unirse dentro de lo increado. Y el alma, cuando llega a esto, pierde
su nombre y Dios la atrae hacia su interior de modo que se anonada en sí
misma, tal como el sol atrae hacia sí el arrebol matutino de manera
que éste se anonada. A tal punto nada lo lleva al hombre a excepción
del puro desasimiento. A este respecto podemos referirnos también
a la palabra pronunciada por Agustín: El alma tiene una entrada
secreta a la naturaleza divina donde se le anonadan todas las cosas. En
esta tierra la tal entrada no es sino el desasimiento puro. Y cuando el
desasimiento llega a lo más elevado, se vuelve carente de conocimiento
a causa del conocimiento, y carente de amor a causa del amor y oscura a
causa de la luz. En este sentido podemos citar también lo dicho
por un maestro: Los pobres en espíritu son aquellos que le han dejado
a Dios todas las cosas, tal como las tenía cuando nosotros todavía
no existíamos. Semejante cosa no la puede hacer nadie sino un corazón
acendradamente desasido. El que Dios prefiera morar en un corazón
desasido antes que en todos los corazones, lo conocemos por lo siguiente:
Si tú me preguntas: ¿Qué es lo que Dios busca en todas
las cosas? te contesto [con una cita] del Libro de la Sabiduría;
allí dice: "¡Busco descanso en todas las cosas!" (Eclesiástico
24, 11). Mas no hay descanso absoluto en ninguna parte con la única
excepción del corazón desasido. Por eso Dios prefiere morar
allí antes que en otras virtudes o en cualquier cosa. Has de saber
también: Cuanto más se empeñe el hombre en ser susceptible
del influjo divino, tanto más bienaventurado será; y quien
es capaz de ubicarse dentro de la disposición más elevada,
se mantiene también en la bienaventuranza suprema. Ahora bien, ningún
ser humano se puede hacer susceptible del influjo divino si no tiene uniformidad
con Dios, porque en la medida en que cada cual es uniforme con Dios, en
la misma medida es susceptible del influjo divino. Ahora bien, la uniformidad
proviene del hecho de que el hombre se somete a Dios; y en la medida en
la cual el hombre se somete a las criaturas, en la misma medida es menos
uniforme con Dios. Pues bien, el corazón acendradamente desasido
se abstiene de todas las criaturas. Por lo tanto se halla completamente
sometido a Dios y por eso se mantiene en suprema uniformidad con Dios y
es también lo más susceptible del influjo divino. En esto
pensó San Pablo cuando dijo: "¡Revestíos de Jesucristo!"
(Rom. 13, 14), y lo que quiere decir es: en uniformidad con Cristo, y esto
de revestirse no puede suceder sino mediante la uniformidad con Cristo.
Y sabe: Cuando Cristo se hizo hombre no tomó para sí [el
ser de] determinado hombre sino la naturaleza humana. Deshazte, pues, de
todas las cosas, entonces queda sólo aquello que tomó Cristo,
y de esta manera te has revestido de Cristo.
Quien quiere reconocer,
pues, la nobleza y la utilidad del perfecto desasimiento, que se fije en
las palabras de Cristo relativas
a su humanidad cuando dijo a sus discípulos: "Os conviene que yo
me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Santo no vendrá
a vosotros" (Juan 16, 7). Es justamente como si dijera: Habéis proyectado
demasiado placer en mi apariencia presente, por ello no podéis tener
el placer perfecto del Espíritu Santo. Por eso, despojaos de las
imágenes y uníos con la esencia carente de forma, ya que
el consuelo espiritual de Dios es sutil; de ahí que no sea ofrecido
a nadie que no haya renunciado al consuelo terrestre.
¡Prestad atención, pues, todas las personas
sensatas! Nadie está más animado que aquel que se mantiene
en el mayor desasimiento. Nunca puede haber consuelo corpóreo y
terrestre sin perjuicio espiritual, "porque la carne tiene deseos contrarios
contra el espíritu y el espíritu contra la carne" (Gal. 5,
17). Por ende, quien siembra un amor desordenado en la carne (Cfr. Gal.
6, 8) cosecha la muerte eterna; y quien siembra en el espíritu un
amor como corresponde, cosecha del espíritu la vida eterna. Por
lo tanto, cuanto más rápido el hombre huya de lo creado,
tanto más rápido correrá a su encuentro el Creador.
¡En este punto, prestad atención, todas las personas sensatas!
Como el placer que podríamos sentir ante la apariencia corpórea
de Cristo le pone trabas a nuestra susceptibilidad frente al Espíritu
Santo, ¡cuánto mayores serán las trabas que nos pone
frente a Dios el placer desordenado con el que anhelamos perecederos consuelos!
por eso, el desasimiento es lo mejor de todo, ya que purifica el alma y
acendra la conciencia e inflama el corazón y despierta el espíritu
y agiliza el ansia y conoce a Dios y aparta a la criatura y se une con
Dios.
¡Ahora, prestad atención, todas las personas
sensatas! El animal más rápido que os lleva a esta perfección,
es el sufrimiento, porque nadie goza más de la eterna dulzura que
aquellos que se hallan con Cristo en medio de la mayor de las amarguras.
No hay nada más bilioso que el sufrir y no hay nada más melifluo
que el haber-sufrido; ante la gente, nada desfigura más al cuerpo
que el sufrimiento, mas ante Dios, nada adorna más al alma que el
haber-sufrido. El fundamento más firme sobre el cual puede erguirse
esta perfección, es la humildad porque el espíritu de aquel
cuya naturaleza se arrastra aquí en el rebajamiento máximo,
levanta vuelo hacia lo más elevado de la divinidad, pues el amor
trae sufrimiento y el sufrimiento trae amor. Y por lo tanto, quien desea
alcanzar el perfecto desasimiento, que corra tras la perfecta humildad,
así se acercará a la divinidad.
Que nos ayude el Desasimiento
supremo el cual es Dios
mismo, para que esto nos suceda a todos. Amén.
Traducción: Ilse M. de Brugger
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